No en el nombre del Padre

Reacción a las estadísticas del INE

Dos religiosos analizan las posibles causas del notable descenso en el número de bodas por la iglesia, que pierde terreno frente al enlace civil

Una boda en la iglesia del Carmen de Cádiz.
Una boda en la iglesia del Carmen de Cádiz.

Dice el Catecismo de la Iglesia católica: “La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados”. Esta es la teoría, desarrollada después prolijamente en este texto de magisterio eclesial y que, a tenor de las últimas estadísticas, choca cada vez más con la actual tendencia social: el número de bodas por la iglesia continúa bajando y Cádiz no es ajena a estos datos. Esta semana se ha conocido que en 2018 apenas el 30% de los matrimonios en la provincia optó por el rito católico, frente a un creciente 68% de ceremonias civiles. La Iglesia admite que deben tomarse estos números “con preocupación”, apuesta por analizar las causas, internas y externas, para actuar desde la pastoral familiar, pero también se sitúa lejos de tomarse como apocalíptica una situación que, a cambio, hace que las celebraciones sean “más auténticas y participativas” al ser, cada vez más, los esposos creyentes.

Quienes hablan para este periódico son dos sacerdotes responsables de dos templos donde las bodas no faltan: Rafael Fernández, párroco de Santa Cruz, y Pascual Saturio, dominico del convento de Santo Domingo. En la Catedral vieja se celebraron ayer cuatro bodas –una por la mañana y tres por la tarde–, y para el año que viene hay ya 29 enlaces reservados en la agenda parroquial. Y en el templo de la Patrona el número de bodas comienza a repuntar levemente después de la caída que, por culpa de la crisis según apunta Saturio, se dio en los últimos años. Este año habrá unas 60 bodas en Santo Domingo, frente a las 20 o 30 de los años de la crisis. Se dobla el número ahora, sí, pero este también queda lejos de aquella época de bonanza eclesial en la que no casarse por la iglesia suponía una extrañeza social hoy ampliamente superada.

Piensa Pascual Saturio que una de las razones de la bajada que demuestran las estadísticas está en “el sentido de provisionalidad” que impera en la sociedad y en los jóvenes. Considera el prior de Santo Domingo que la gente huye del compromiso para toda la vida, al que obliga el enlace sacramental católico, y que por tanto prefiere una unión civil en la que la sempiterna exigencia no existe. Y también, abunda el religioso dominico, en este cambio de la sociedad que empezó a gestarse con la crisis y que, a su juicio, sigue en parte vigente. “Antes, la aspiración de las parejas era tener una familia, una casa y un coche. Ahora, el coche quizás se mantiene, pero la familia y la casa igual han dejado de ser prioridad”.

Otra causa, según Pascual Saturio, es “el elevado nivel que se le supone a una boda por la Iglesia”. Un gasto excesivo que en muchas ocasiones parece ir de la mano de la celebración sacramental, como si fuera un hecho indisoluble. Echar la vista atrás sólo una semana y buscar en Google “bodas en la Catedral de Sevilla” puede convertirse en un ejemplo, a lo exagerado, de lo que para muchos es, o desean que sea, una boda religiosa.

¿Y no hay autocrítica? Sí, Pascual Saturio analiza también intraeclesialmente esta situación, objetiva en cuanto a los números estadísticos, y no discute que “la falta de afecto a la Iglesia” también influye en este descenso matrimonial. Por eso apuesta por la catequesis, por una pastoral que explique el sacramento y que lo haga ver como “gracia, no como una obligación. Debemos hacer un planteamiento fuerte para explicarlo porque yo descubro muchas veces que hay desconocimiento, mucho desconocimiento, y que cuando a las parejas se les explica, todo se entiende mucho mejor”. En todo caso, cree que la Iglesia debe tomar los números como “un toque de atención”.

Rafael Fernández, a quien desde luego no le faltan las bodas en su parroquia de Santa Cruz, una de las más señeras de la capital, también cree que la pastoral familiar debe en cierto modo dar un paso adelante porque el dato hay que tomarlo “con preocupación ya que se trata de un sacramento, igual que pasa con la Confirmación que también anda a la baja en las parroquias”. A cambio, destaca este sacerdote que las ceremonias son ahora más participativas, quizás más auténticas, porque los esposos son creyentes y se implican en la celebración con las lecturas o preces, igual que la propia familia: “Ahora, a mí me llegan a pedir la Iglesia incluso para dos horas, para que la ceremonia se haga de una manera más tranquila y consciente, que no pase todo muy rápido”.

Lo dice un párroco que ayer celebró cuatro bodas y que para el año que viene tiene ya 29 fechas reservadas, y que también piensa que el exagerado coste del convite, asociado muchas veces de manera incomprensible a la ceremonia eclesial, contribuye al descenso de bodas por la iglesia. Y también incluye un matiz a la interpretación de las frías estadísticas del INE: “Quien se casa por la Iglesia sólo puede hacerlo una vez, salvo un caso de nulidad, pero quienes optan por un matrimonio civil, ante el juez, un alcalde o un concejal, pueden casarse las veces que quieran. Yo conozco quien se ha casado hasta cinco veces por lo civil, y eso tiene reflejo en las estadísticas”.

Fernández no huye desde luego de la responsabilidad de la propia Iglesia, y aboga por una pastoral familiar más directa que ayude a corregir esa posible desafección, ese desapego de la sociedad hacia una institución que, apenas hace un par de décadas, todavía mantenía una cómoda supremacía, si se admite el término, en el mundo de las parejas que deciden oficializar su relación.

stats