"El movimiento vecinal debe reflexionar sobre sus objetivos"

Entrevista. José Manuel Hesle cuenta con una larga trayectoria como líder vecinal en Puntales, en organizaciones sociales y dirigió el Centro Tutelar de Menores en Tartessos

José Manuel Hesle, con un ejemplar de 'Diario de Cádiz' donde aparece la noticia del derribo del muro de Campsa.
José Manuel Hesle, con un ejemplar de 'Diario de Cádiz' donde aparece la noticia del derribo del muro de Campsa.
Melchor Mateo

17 de agosto 2014 - 01:00

HESLE descubre en esta entrevista aspectos que se desconocían más allá de su faceta como dirigente vecinal de Puntales.

-Usted es conocido sobre todo por haber sido presidente de la Asociación de Vecinos de San Lorenzo del Puntal durante 17 años, pero hay poca gente que sabe que usted fue director de la Casa Tutelar de Menores, lo que comunmente se llamaba correccional y posteriormente pasó a ser el colegio Tartessos.

-Efectivamente, estuve allí como director entre 1984 y 1989. Tomé posesión del cargo en Madrid con Enrique Miret, que era director general de Protección de Menores, con el que me entrevisté en Madrid. De él recibí la instrucción de convertir el antiguo correccional en un centro de educación especializada para menores, basado en el respeto hacia los mismos. En este sentido, modifiqué los métodos tradicionales basados en el castigo y el aislamiento, de manera que cerré las celdas de castigo y me ocupé de reconducir los procederes hasta entonces desarrollados por el personal del centro, es decir, los vigilantes y celadores.

-¿Cambiar esa mentalidad fue muy complicado?

-Fueron tiempos muy intensos y complicados e inicialmente muy duros. Pusimos en marcha un proceso de formación encaminado a reciclarles como educadores o personal de servicios y además se incorporó personal especializado, es decir, psicólogos, trabajadores sociales y educadores titulados, de manera que pasamos de 5 a 57 profesionales. La Casa Tutelar de Menores se convirtió en el colegio Tartessos, un referente en Andalucía en la reeducación de menores infractores y procedentes de ambientes sociales con grandes carencias.

-¿Ve todavía algunos de aquellos chicos con los que trató?

-Claro que sí. Una de las experiencias más bonitas es encontrarte a gente que ha salido adelante. A unos hermanos les enseñamos los rudimentos de la carpintería, otro es secretario en un juzgado. Algunos salieron adelante y otros no. Le cuento una anécdota. Establecimos un sistema por el que los chicos tenían que ganarse su conducta poder irse a sus casas el fin de semana. De lunes a jueves todo iba perfectamente, pero llegaba el viernes y se organizaban trifulcas de manera que todos perdían los puntos. Nos dimos cuenta de que para muchos ir a sus casas era un problema porque allí no tenían satisfechas muchas de sus necesidades. Así que hicimos que el que consiguiera los puntos para marcharse, podía elegir si irse o no.

-¿Dónde nació esa vocación social y de servicio colectivo?

-Para empezar me crié en Puntales en la casa que llamaban de Los Enanitos, que se había construido mediante el régimen de cooperativa, lo cual tenía un gran mérito. Allí ya había un gran ambiente de cooperación, de nula competitividad y muy familiar. Después todo es se potencia en la parroquia de Lourdes en Puntales, a la que llegué tan sólo con 11 años. Digamos que mi guión de vida se gestó aquí.

-¿Por qué?

-Porque viví en este lugar un modelo de parroquia abierta a todos y comprometida con la realidad social del momento. Fueron tiempos muy intensos previos al proceso de transición democrática caracterizados por la realización de actividades concienciadoras. Por ejemplo, en el colegio de las monjas el grupo de teatro Tagore representó la obra Antígona de Creonte que acabó con la denuncia y posterior detención del párroco Alberto Revuelta. En los salones parroquiales se abrió la exposición Andalucía y desarrollo que volvió a poner la parroquia en el punto de mira de la policía.

Yo entonces formaba parte de un grupo de adolescentes que nos reuníamos semanalmente con el párroco y que crecíamos a la sombra de los jóvenes y del consejo parroquial.

-¿Ese movimiento en la parroquia fue el germen de la asociación de vecinos?

-Efectivamente, esa dinámica social se produjo gracias a la llegada al barrio de un cura que venía de Vallecas. De toda esta dinámica el 3 de mayo de 1968 nació la asociación de vecinos, que fue la primera de Andalucía y de las primeras de España. Su primera junta estaba formada por un grupo de personas absolutamente plural. Había desde miembros de la Armada, trabajadores de Aeronáutica y Astilleros; históricos sindicalistas aún clandestinos e infiltrados de la brigada político social del régimen. Yo lo que veía es que trabajaban buscando los intereses comunes partiendo siempre de lo que les unía y no de lo que les separaba. Este esquema de trabajo lo llevaré siempre conmigo.

-Usted logró como presidente de la asociación de vecinos de Puntales que prácticamente todo el barrio le respaldara en sus reivindicaciones y que tuviera una alta participación. ¿Eso echa por tierra el cliché de que ahora la gente es apática, que sólo se es porque no se le dan las herramientas para la participación?

-Evidentemente la participación hay que favorecerlaa. Yo lo que hice fue emular lo que hacían aquellas personas en mi infancia. Lo primero que intenté es que la asociación estuviera abierta a todo el mundo y la entidad no puede distinguir si es socio o no o si es del PSOE o del PP. También para fomentar la participación, para qué vamos a tener juntas de cuatro personas si pueden ser de 34. Casi nada más llegar cerramos el bar que le daba un toque más de peña que otra cosa y se creó un centro de promoción que lo que hizo es que inmediatamente apareciera por la asociación los mayores, los jóvenes y las mujeres.

¿Y cómo vamos a trabajar? Vamos a preguntarle a la gente qué barrio es el que quiere. Somos el instrumento para que el mensaje llegue a los que tienen que hacer las cosas para que las demandas de los vecinos sean tenidas en cuenta. En aquellos cuestionarios se decía que Puntales era un barrio aislado, que el carbón de la central térmica no les dejaba respirar y que le tenían miedo a los depósito de Campsa. Básicamente lo que se hizo fue vertebrar el barrio y crear un proceso de participación. También se establecía un plan de acción de trabajo con objetivos cada dos años y todos los objetivos se pasaban por asamblea y se consensuaban con el Ayuntamiento lo que se podía hacer. Si el Ayuntamiento se quedaba atrás, se le podía reclamar. Fomentándola, claro que la gente participa.

-¿En qué medida ha forjado el carácter de Puntales su aislamiento?

-Una de las cosas que planteamos es que la asociación tenía que mirar a la ciudad. El aislamiento del barrio daba un carácter empobrecedor en la mente de su gente, lo mismo que le pasa a Cádiz con el resto de la provincia, algo así como "Puntales hasta morir". Pero es que oiga, usted tiene una serie de necesidades. El problema es que todavía se puede volver a eso porque se puede creer que se va a diluir la identidad de Puntales. Sin embargo, cuanto más se avanzó es cuando se vio que Puntales era de Cádiz y que podía enriquecer a la ciudad. Si haces el planteamiento ñoño de que no necesitas a nadie, te vas a extinguir. El gran avance fue cuando empezamos a abrirnos.

-¿Entonces en Puntales no sólo hubo que demoler un muro físico sino también mental?

-El muro físico te daba la sensación de estar más abrigado. Cuando cayeron los primeros muros de Campsa la gente incluso decía que hacía más frío. Tengo muy claro que la caída de los muros ayudó a tener ese cambio de mentalidad. Ahora se ha duplicado el número de viviendas en el barrio y ha entrado gente con un poder adquisitivo medio y que tiene una visión distinta de las cosas. Tener la bahía con vistas no es lo mismo que antes. Hubo un momento en el que estábamos conectados al exterior por tapias y boquetes.

-¿No cree que algunas asociaciones de vecinos no han sabido adaptarse a los tiempos actuales y en muchos casos han quedado a algo más cercano a una peña?

-En primer lugar he de decir que debe haber un mayor impulso municipal para potenciar el movimiento asociativo vecinal y generar espacio de participación. También creo que no debe haber café para todos. Todos no podemos ser iguales porque hay unos que se esfuerzan y otros que no y no pueden recibir todos los mismo, porque el que está trabajando al final deja de hacerlo. El movimiento vecinal surgió en un contexto social, político que no tiene nada que ver con el actual y cualquier organización, si no es capaz de reflexionar sobre sus fines, se muere. El movimiento vecinal tiene pendiente una reflexión sobre cuál es el objetivo que tiene que desarrollar en la actualidad. Muchos dicen que no desarrollan acciones porque no tienen subvenciones, pero éstas no hacen falta. Para promover la participación o ponerse de acuerdo con el Ayuntamiento no hacen falta las subvenciones.

-¿Se ha quedado vacío una vez que ha dejado la asociación después de tantos años al pie del cañón?

-He de decir que he salido de la asociación cuando he considerado que tenía que salir. En todo ese tiempo he renunciado a muchas cosas y la verdad es que he llegado a poner a mi propia familia en riesgo. También he antepuesto los intereses del barrio a los de un grupo político. He sido consciente de que me estaba gastando porque para mí los veranos y las navidades era trabajar por esto. Cuando lo dejé y empecé a pasear por las tardes, tenía la sensación de que estaba haciendo una gestión. Ahora estoy recuperando el espacio familiar perdido, reencontrándome con muchas aficiones. Yo dejé la asociación un 28 de abril de 2011 y el 7 de mayo estaban operándome de urgencia. Eso marcó un hito emocional. Ahora me siento que estoy en proceso de recuperación y poniéndome muchas tareas desde una manera distinta.

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