¿Latino?

El autor analiza el verdadero sentido del término y su progresiva aplicación a todo lo hispanoamericano

En resumen, España no llevó a América la Latinidad, sino la Hispanidad

Entrevista con José María García León

Hipolito Irigoyen, presidente de Argentina.
Hipolito Irigoyen, presidente de Argentina.
José María García León
- De la Real Academia Hispano Americana

12 de octubre 2025 - 07:00

En los idiomas existe toda una serie de términos que han arraigado con gran consistencia en sus vocabularios, hasta el punto de que no solo los usamos con general aceptación, sino, lo que resulta más curioso, ni tan siquiera nos hemos parado a pensar el por qué ocurre así. Un claro ejemplo, aunque muy recurrente por cierto, es el término ‘latino’, cuyo laxo uso amaga con desvirtuar su sentido original.

Por extensión, hemos pasado a denominar ‘latinos’ a los hispanohablantes de aquellos territorios que, en un pasado no muy lejano, también eran España, pues, sin ir más lejos, el último presidente de las Cortes de Cádiz era un clérigo mejicano. Hacemos referencia a una música latina, un cine latino o unos Grammys latinos, por citar solamente algunos casos, sin dejar de pasar por alto que hasta existen películas dobladas al ‘español latino’, una chocante redundancia de difícil asimilación, pues es precisamente nuestro idioma el que procede del latín. También la denominada ‘literatura latinoamericana’, con destacados escritores que no solo se apellidaban García o Vargas (los dos Premios Nobel) sino que, encima, escribían y muy bien en español.

Por el contrario, se da la curiosa paradoja de que lo latino, sobre todo en Estados Unidos, queda relegado solo para el ámbito hispánico, de tal forma que, allí, los italianos (latinos por excelencia) no son englobados como tales. Son sencillamente italoamericanos, hasta el punto de que a nadie se le ocurriría entender como ‘latino’ a unos de los grandes iconos de la canción norteamericana, Frank Sinatra, de padres sicilianos por cierto.

En cambio, los españoles sí que somos latinos, pues no somos germánicos, ni nórdicos, ni, tampoco, eslavos. Pertenecemos a esa parte de Europa junto con Italia, Francia y Portugal (sin olvidar a Rumanía) heredera directa de Roma, de su cultura, su esencia y su idioma. Sin embargo esa cultura latina en cada uno de estos países fue pasando por el tamiz de la Historia, de tal forma que del latín, por evolución, derivaron las lenguas romances, el español entre ellas. Ese latín que nació en la región italiana del Latium, el Lacio, y hasta existe en Roma un conocido equipo de fútbol que lleva el nombre de dicha región, sin olvidar a la ya desaparecida Copa Latina, que la jugaron entre 1949 y 1957 los campeones de las ligas de aquellos cuatro países europeos (fue el Milán el que ganó más trofeos) y que inspiraría a la actual Liga de Campeones.

Se le atribuye a Francia la invención del término Latinoamérica con ocasión de la implicación de este país en Méjico y que culminaría con la fracasada instauración del emperador Maximiliano. A partir de entonces, la América hispana iría dejando de ser conocida como tal y trocar su acepción por Latinoamérica, lo cual no dejaría de tener una cierta lógica si admitimos, como así es, a Francia como país también latino. Con todo, este razonamiento oculta una matización bastante engañosa que, con cierta ligereza, se nos suele pasar por alto. Pues, de ser así y por la misma razón, el Canadá francoparlante también formaría parte de Latinoamérica, por no hablar de la llamada Africa francesa que, consecuentemente, pasaría a denominarse Africa Latina. Pero no, las cosas, a lo que se ve, no van por ahí cuando de Francia se trata.

Por lo demás, dicho término hizo fortuna en buena parte de la intelectualidad y la clase política hispanoamericana desde el último tercio del siglo XIX hasta hoy, que lo aceptaron gustosamente con tal de que el nombre de España, de la que descendían directamente, quedara diluido. No olvidemos que los padres de José de San Martín eran de Palencia y que la familia de Simón Bolívar descendía del País Vasco. Sobre todo, se acentuó en los años inmediatamente posteriores a las respectivas independencias de aquellas repúblicas, algo que no ocurriría con tanta convicción en los Estados Unidos donde, todavía hoy, se denomina Nueva Inglaterra a una zona muy definida del Nordeste de aquella nación.

Paradójicamente, sería Hipólito Irigoyen, presidente de Argentina, país que fue sucesivamente recibiendo una alta emigración italiana, quien decretaría el 12 de octubre de 1917 como día del homenaje a la Raza, no en un sentido étnico naturalmente, sino a modo de reconocimiento espiritual a la obra de España en América. Poco antes, el poeta nicaragüense Rubén Darío ensalzaría la Hispanidad dentro de una visión unitaria y prometedora de la cultura e historia hispanoamericanas, que consideraba común a ambos lados del Océano y que veía amenazada por el gigante anglosajón del Norte.

El poeta Rubén Darío.
El poeta Rubén Darío.

Otra cuestión es que buena parte de los españoles también lo hayamos admitido mayoritariamente sin el menor cuestionamiento, llegándose, incluso, a adquirir connotaciones ideológicas en función del término a utilizar, si Latinoamérica o Hispanoamérica. Hasta ahí somos capaces de llegar en unos prejuicios más que discutibles, por parte de unos y de otros, lo que no deja de resultar bastante grotesco. Por tanto, España no llevó a América la Latinidad, sino la Hispanidad, esa compleja identidad, que partiendo de la herencia latina, entre otras, fue labrándose a lo largo de los siglos y a través de muchas vicisitudes en el cruce de diferentes culturas dentro de su diversidad territorial.

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