Coronavirus en Cádiz

La ventana indiscreta

  • El aplauso diario nos trae el vecindario 4.0, el de las dos amigas que charlan de balcón a balcón, los niños ruidosos o los impacientes que empiezan antes de las ocho de la tarde

Dos vecinos salen a aplaudir enfrente del Puerta del Mar.

Dos vecinos salen a aplaudir enfrente del Puerta del Mar. / Julio González

En las casas de vecinos de nuestros abuelos se hablaba en torno a un patio común de vivienda a vivienda. Era un grupo de whatsapp presencial y, seguramente, más auténtico y menos invasivo y adictivo que el que tenemos ahora. La situación de absoluta excepcionalidad que vivimos durante el estado de alarma nos ha traído el vecindario 4.0 todos los días a las ocho de la tarde.

Como si fuera el personaje que encarnara James Stewart en la inolvidable ‘La ventana indiscreta’ de Alfred Hitchcock, en el aplauso que damos a las ocho de la tarde a todos los sanitarios, tenemos un ejercicio algo cotilla en el que observamos a los de la fachada de enfrente y a otras de alrededor y construimos en nuestro imaginario una especie de 13 Rue de Percebe, el mítico edificio que inmortalizara Ibáñez. Aquel comenzaba con un almacenero tramposo en el bajo y acababa con un moroso en la azotea.

“Hasta mañana a las ocho”. Dos amigas íntimas hablan de un lado a otro de la calle en La Laguna. Se citan cada día a esa hora para aplaudir y después para compartir unos minutos de contacto con el exterior. Se llaman por teléfono para no tener que hablar a grito limpio, pero se miran y comparten un momento de relación social casi auténtica.

En este edificio al que se le podía poner viñetas, resulta agobiante ver a la pareja que vive el doble confinamiento de las medidas del coronavirus y una inmensa malla que los encierra aún más debido a la reforma que se está haciendo en la fachada del edificio. La obra se encuentra ahora parada y van a vivir todo el estado de alarma de esa manera.

Están los impacientes, personajes que bien podrían haber salido en la chirigota de Puerto Real de este año y que parece que están todo el día enjaulados y se tiran al balcón seis o siete minutos antes de las ocho a aplaudir. Al final, producen el efecto contagio y se empiezan a unir otros vecinos que cuando llegan la hora correcta, tienen las palmas de las manos enrojecidas.

Están los niños a los que esos cinco minutos les sirve para armar jaleo y hacer sonar unas sartenes con los utensilios de cocina y también para saludar a sus amigos de toda la vida que están enfrente. Tan cerca y tan lejos a la vez.

Los profesionales sanitarios salen a las puertas del hospital para hacer el aplauso de las ocho. Los profesionales sanitarios salen a las puertas del hospital para hacer el aplauso de las ocho.

Los profesionales sanitarios salen a las puertas del hospital para hacer el aplauso de las ocho. / Julio González

A lo lejos se ve al tipo que sale con un batín a rayas todos los días y, a veces en pijama. O es el mismo, o se compró varios del mismo modelo en su día.

La angustia que da ver a una familia con varios chiquillos en un piso alto y con una madre que coge a un pequeño en brazos en la terraza. Desde lejos, recuerda a la imagen aquella de Michael Jackson en Berlín.

En la avenida pasan los coches y hacen sonar sus claxon. Pasan los coches de la Policía y hacen sonar sus sirenas. Aplausos, claxon y sirenas forman nuestra algarabía diaria que nos conecta con el mundo exterior y real más allá de la pantalla del móvil, la tableta o la televisión. Desde la ventana indiscreta situamos al vecino que te encuentras en el supermercado tantas veces y que ahora ya sabes dónde vive. Ahora con la luz, todo se ve mejor.

En La Laguna son más comedidos que en la cercana avenida Cayetano del Toro en el tramo entre el hospital y la Glorieta Ingeniero La Cierva. Un vecino tiene puestos unos enormes altavoces en su balcón desde el que atrona a toda la vía con el ‘Resistiré’ del Dúo Dinámico. Después viene el momento de la fiebre amarilla, muy distinta de la del coronavirus, y suena el ‘Me han dicho que el amarillo’ de Manolito Santander. Algunos con la camiseta del Cádiz y las bufandas convierten aquello en un mini Carranza. Cada uno se consuela con lo que quiere.

El momento más emotivo, sin duda, se produce justo delante del hospital Puerta del Mar. Allí los profesionales del centro sanitario, los cuerpos de seguridad y los vecinos se funden en un solo aplauso, aunque algunos sean con sirenas, para darse apoyo mutuo y reconocimiento. Cada uno está en un lugar distinto en la batalla. Unos en el cuerpo a cuerpo y otros procurando que la cosa no vaya a más. Durante esos minutos se consigue eso de que entre todos lo superaremos. Hasta mañana a las ocho.

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