"¡¡Una advertencia!!", escribe con letra urgente, de molde y mil veces subrayada Terry Gilliam para encabezar esa "especie de persecución automovilística" de su vida "hecha a todo trapo" y con "un montón de derrapes y accidentes" que es Guilliamismo, las memorias prepóstumas de un creador con una trayectoria vital tan heterodoxa y apasionante como sus películas.

Porque Guilliamismo (Malpaso Ediciones), una auténtica y sorprendente locura gráfica por la vida del ex Monty Python, huye de la autobiografía al uso y su contenido fluye de la misma manera que discurren nuestros pensamientos en los minutos antes del sueño: recuerdos entrecruzados, retazos de imágenes del pasado y del presente, conscientes e inconscientes, pequeños recordatorios que en este libro son notas manuscritas en las orillas de las páginas... Terry visto por Terry. Por lo tanto, con una mirada diferente a todo lo que se pueda esperar. 

Desde su nada opulenta infancia en los gélidos páramos de Minnesota a sus lamentables aventuras en el avispero de Hollywood, pasando por los tumultos más o menos vanguardistas de Nueva York, Londres o Los Ángeles durante los sesenta y los setenta, Terry Gilliam se pasea por su propia comarca vital y emocional sin -evidente en el personaje- ninguna cortapisa, con agudeza doliente, a cuchillazos verbales y con humor, mucho humor.

Ilustraciones con el inconfundible estilo del autor, fotografías personales de su infancia y juventud, de rodajes y en estudios de televisión... El material gráfico de Guilliamismo es tan atractivo como lo es la forma y el fondo de su prosa por la que desfilan un espectacular elenco de actores secundarios como los Monty Python (obviamente), George Harrison, Robin Williams, Jeff Bridges, Robert de Niro, Brad Pitt, Uma Thurman, Johnny Depp, Heath Ledger, Woody Allen, Frank Zappa, Robert Crumb, Richard Nixon, Hunter S. Thompson… Lean, lean lo que Terry tiene que decir de cada uno de ellos...

"¡¡Una advertencia!!", encabeza  el autor de Brazil (1985), El rey pescador (1991) y Doce monos (1995), el autor que nunca se cansará de intentar llevar su versión de El Quijote a la pantalla (quizás como reflejo de su propio espíritu quijotesco), previniendo al lector de que este no es el libro que él y su hija Holly tenían en mente. Que es otra cosa. Un maravilloso volumen manchado de borrones de tinta y de recuerdos que quizás fueron o que quizás no fueron. Pero, "no os queda más remedio que creerme".