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El amanecer de San Francisco

  • Juan Ramón Jiménez se alojó en esta plaza en 1916

El 21 de junio de 1916 Juan Ramón Jiménez desembarcó en Cádiz con su mujer, Zenobia Camprubí, como pasajero del vapor Montevideo procedente de Nueva York. Durante esos días, nuestro nobel estaba escribiendo Diario de un poeta recién casado, su libro predilecto que marcó un antes y un después en la literatura española y que cumplió el año pasado su primer centenario. Juan Ramón llevó un diario durante la travesía en mar y luego retrató sus impresiones de Estados Unidos, de las ciudades del entorno y de su viaje de regreso a España.

"De un cielo bajo y malva, que limitan, sobre el cielo más alto, verde y puro, vagos cúmulos de ópalo con un vago pedazo de arco iris, Cádiz -igual que un brazo fino y blanco, que España, desvelada en nuestra espera, sacara, en sueños de su rendimiento del alba, todo desnudo sobre el mar morado- surge divina."

En la Plaza de San Francisco hay una evidente saturación de veladores

Juan Ramón se hospedó en el Hotel Francia y París, paseó por el Parque Genovés, subió a la Torre Tavira y amaneció con su amada en la Plaza de San Francisco. "Este fresquito de Cádiz es el fresquito más alegre, más abierto, más alto que ha sentido mi carne nunca en el verano". El poeta le regala a nuestra ciudad varios poemas en una estancia más prolongada de la prevista para interponer una curiosa queja ante la Compañía Trasatlántica al llegar en mal estado parte de su equipaje.

Traemos este curioso pasaje porque nos interesa resaltar la Plaza de San Francisco como un espacio de vida, convivencia y disfrute gastronómico durante el verano. Este concurrido lugar concentra en la actualidad una amplia y diversa oferta hostelera pero también debería reivindicarse asimismo con múltiples significaciones. De esta forma, se haría más atractivo para públicos que, no solo se sientan en una terraza a comer, sino a disfrutar de la cultura y la inteligencia gastronómica.

Si nos atenemos a la tesis del antropólogo Marvin Harris, diríamos que lo que es bueno para comer se convierte históricamente en bueno para pensar, es decir, en valor cultural positivo. Hoy, diferentes ciudades saben aprovechar los símbolos culturales universales en estrecha relación con el territorio. Cádiz debería reivindicar aquel amanecer de Juan Ramón, de igual manera que el año Greco en Toledo o Murillo en Sevilla han sabido ofertar experiencias gastronómicas vinculadas a su propia historia.

En la Plaza de San Francisco hay una evidente saturación de veladores que hacen casi intransitable el espacio público. En las tardes de verano se juntan niños jugando a la pelota, gente de paso, clientes de los comercios adyacentes, las bodas del convento franciscano, músicos callejeros o turistas fotografiando. Siempre hay un ruido infernal y un animoso ambiente bullanguero.

Con esto no pretendemos censurar la actividad hostelera actual sino todo lo contrario. El Quinto Centenario, el Restaurante San Francisco Uno, el Parisien, el O´conells, la nueva cafetería del Hotel Francia y París o la marisquería tienen mucho que decir. Si no queremos convertir la plaza en un caos conviene que los hosteleros valoren el espacio público que comparten y tomen conciencia de manera generosa. Se trataría de entender que la solución no son más terrazas y más mesas, sino mayor calidad, originalidad, especialización, incorporación de actividades culturales que permitan revalorizar el patrimonio y plantear respeto por el entorno urbano.

Nadie se pregunta por el futuro de esa preciosa plaza. Las plazas peatonales, una vez expulsados los vehículos, son invadidas por las terrazas y los negocios hosteleros. Pasamos de la invasión motorizada a la invasión de los veladores. O eres conductor o eres consumidor. ¿Nadie piensa en ser paseante de su propia ciudad?

Massimo Montanari en su obra La comida como cultura sostiene que la gastronomía constituye un extraordinario vehículo de autorepresentación y de intercambio cultural. Es un instrumento de identidad pero también se presta a mediar entre culturas diferentes. En Cádiz padecemos la proclamación de heroicos escritores y glorias locales por parte de la cultura ortodoxa pero, ¿no es el amanecer de un premio nobel de la literatura universal en esa plaza motivo suficiente para reivindicar un elemento original y maridarlo con sugerentes creaciones culinarias?

¿Qué desayunó Zenobia? ¿Qué vino se tomó Juan Ramón con el director de la Compañía Trasatlántica? ¿Cuál es el menú de un poeta recién casado?

Los fresquitos matinales de Juan Ramón Jiménez y sus poemas gaditanos demuestran la necesidad de mirar a otros símbolos de la cultura que, sin nacer en nuestra ciudad, también crearon y se vieron inspirados en ella. La plaza de San Francisco necesita reinventarse, cultivar nuevas ideas y volver a amanecer con Cádiz.

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