Servando Arauz, el Ciudadano de La Caleta

Hace unos días murió, a los 87 años de edad, dejando muchos recuerdos entre su familia y sus amigos por su habilidad con el marisqueo

Larga vida a los Melu de Cádiz

Una de las convivencias que celebraban en la Caleta los amigos de Servando Arauz.
Una de las convivencias que celebraban en la Caleta los amigos de Servando Arauz.

La Caleta está de luto. Sus piedras, sus pozas, sus recovecos menos descubiertos al gran público han perdido a unos de sus paseantes más ilustres. Al “ciudadano” Servando Arauz, que falleció hace unos días a los 87 años de edad.

Este obituario no es cosecha propia, sino testimonio coral de quienes le conocieron, de quienes le trataron, de quienes se maravillaron con su elegancia en el vestir y en el mariscar, de quienes recuerdan a uno de esos personajes que regala Cádiz, un hombre hecho a sí mismo por las necesidades de la vida de otros tiempos y que protagonizó numerosas anécdotas y comentarios que siguen en el recuerdo tras su marcha.

Servando Arauz nació en 1936 en la calle Paraguay del barrio viñero que marcaría toda su vida y al que nunca se despegaría de la mano de la Caleta. Trabajó en la factoría de cerveza que había en los actuales pisos de Santa Teresa, frente al centro educativo que está sobre La Caleta, y más tarde en la que abriría en la entrada de la ciudad, en la hoy plaza de Jerez.

Siendo muy joven se quedó huérfano, y se convirtió en el cabeza de familia de ocho hermanos, “cuatro y cuatro”, detallan para diferenciar a hombres y a mujeres. Fue precisamente esa necesidad de sostener a sus hermanos lo que llevó a Servando Arauz a buscar otra vía complementaria a su trabajo en la fábrica de cerveza; y ese sustento llegó con el marisqueo en La Caleta. “No mariscaba bien ni ná”, recuerda uno de sus amigos.

El Ciudadano Servando, celebrando su 79 cumpleaños.
El Ciudadano Servando, celebrando su 79 cumpleaños.

Esa obligación de mariscar derivaría luego en pura afición, devoción caletera que le hacía visitar la playa a diario y rebuscar marisco entre sus rocas y piedras para disfrutar con los amigos. “Era un ratonero de La Caleta”, definen sus amigos, que recuerdan los bogavantes, lenguaos, erizos, cangrejos y otros manjares que Servando mariscaba y pescaba con sus propias manos. “Una vez estuvo una semana entera detrás de un bogavante; iba a diario a esperarlo… hasta que lo cogió”.

De su habilidad con los moluscos, destacan sus amigos la pulcritud de su trabajo. “Era capaz de coger un cubo de erizos sin mancharse”, recuerdan. Esa misma pulcritud que -aseguran- gastaba en el vestir, siempre elegante. Tan pulcro que seguía usando el traje de su boda, que mantenía en perfecto estado de revista.

Arauz se encargaba de coger, él solo, los cangrejos moros que en tiempos de Carranza como alcalde se degustaban en la cena del Trofeo; “los limpiaba con un cepillo de dientes al cogerlos”, recuerdan sus amigos como si vieran todavía el colorido y brillantez de los cangrejos. Como eran tantos cangrejos los que necesitaba para que todos los participantes en esa cena los degustaran, El Ciudadano (como lo conocían sus amigos) los metía, vivos, en la bañera de su casa. “Y un día se escaparon y estuvimos mi madre y yo recogiendo cangrejos por toda la casa”, recuerda su hijo.

Servando Arauz, en el centro de una reunión de amigos.
Servando Arauz, en el centro de una reunión de amigos.

“Conocía La Caleta como la palma de su mano”. “Y conocía perfectamente los vientos, sabía incluso cuándo iba a entrar uno u otro, y en base a eso cuándo era mejor ir a la Caleta”. “Estábamos en una reunión y decía, “ahora vengo”; y a la media hora o tres cuartos de hora, no más, volvía con medio cubo lleno de erizos”, apunta otro. El marisqueo como afición y como medida para un fin: pasarlo bien con los amigos. De hecho, era habitual que la pandilla se reuniera en la Caleta sin más armas que pan y manzanilla; y Servando Arauz ponía el marisco. Hasta que en una ocasión “llegó el Seprona y nos obligó a devolver todos los erizos a la poza”.

Este obituario coral podría no tener fin. Todos sus amigos, los Barra, Pelayo, el antiguo dueño del bar Bella Mar en Jesús Nazareno, Antonio Cabrera, su hijo… tienen anécdotas de todo tipo de un tipo de lo más singular. Como el cumpleaños de Ana, la mujer de Pelayo, un 31 de diciembre en el que no tenía regalo “y llamé a Servando para que me echara un cable y se coló con una cesta de marisco” de gran categoría que fue retratada en una foto que aún conservan los todavía dueños de El Terraza. O como la noche en que Antonio Cabrera, que estaba en el Pedrín, lo acompañó en un taxi a La Punta con dos cubos y un impermeable porque llovía a cántaros y vio atónito cómo Servando bajó del taxi y a los pocos minutos subió con el cubo lleno. O su maestría con el dominó. O lo poco que le gustaba ir a mariscar acompañado. O lo mucho que quiso a su mujer, tanto que cuando ésta falleció hace ahora cuatro años “ya él dio un bajón grande, se dejó de ir”; aunque pese a abandonar el marisqueo nunca dejó de ir a la Caleta, hasta sus últimos días. Descanse en paz Servando Arauz, ciudadano de La Viña y, sobre todo, de su playa.

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