Cádiz

Santo Domingo cumple 350 años

  • El 2 de febrero de 1667 se bendijo e inauguró el templo de la Patrona

Precisamente el 2 de febrero de 1667, fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen, se bendijo y se inauguró el templo nuevo del convento de Santo Domingo, la iglesia de Santo Domingo, aunque a falta de completar sus capillas y colocar el fastuoso retablo mayor que hoy contemplamos en ella.

Su construcción siguió el camino de tantas obras de su tiempo. Los frailes se hacían presente en la ciudad, procuraban hacerse cargo de una pequeña ermita o algún lugar de culto ya existente y con las limosnas y los recursos de los que más podían iban levantando poco a poco su convento.

El convento de Santo Domingo comenzó así. Con unas casas que sirvieron de Capellanía a los que atendían la cofradía de los Morenos y a partir de las cuales, con la ayuda de bienhechores levantaron el claustro y las dependencias conventuales y la capilla provisional, hasta que hubiera posibilidades para levantar un templo digno de la finalidad de esta casa, que era cobijar a la Virgen del Rosario y ser puerta para los que iban a América y por Cádiz volvían de nuevo.

Después de un proceso largo, que había empezado posiblemente en 1615, en 1633 se puede fechar la erección del convento y el 27 de julio de 1636 ya se solicitó al Cabildo Municipal terreno para construir un templo acorde con las necesidades del culto que los gaditanos tributaban a la Virgen y que además fuera reparación por lo que hacía ya cuarenta años, en el saqueo anglo-holandés, en este mismo lugar, se había hecho con la Virgen, profanándola.

Concedido ese permiso hubo que salvar otra dificultad, porque el lugar que iba a ocupar el templo se consideraba estratégico para la defensa de la ciudad y en 1648 el Duque de Medinaceli hubo de informar e interceder ante el Rey para que las obras continuasen. Ya estaban puestos los cimientos pero no debía ser rápida la ejecución de la obra, porque en junio de 1652 se firma un nuevo contrato con Antón Martín Calafate y Bartolomé Ruiz, que luego se ampliaría en 1661 para seguir levantando el lateral que se asoma a la Bahía para construir en él la sacristía.

Y así, en 1667 el templo había quedado construido aunque sin el retablo, sin terminar de vender las capillas y sin que aún estuviera claro dónde se colocaría a la Virgen del Rosario, si en el altar mayor o en un lateral y donde se ubicarían las otras cofradías ya existentes en el templo provisional, entre otras la del Carmen.

Finalmente se optó por colocar a la Virgen del rosario en una hornacina en la capilla mayor, hornacina que luego se completó cuando a partir de 1683 se contrató el retablo y en agosto de 1755 se construyó el camarín. Y desde entonces, el convento que se había llamado de Santo Domingo y Nuestra Señora del Rosario cambió el orden de su nomenclatura.

En estos 350 años los gaditanos hemos ido completando lo que en sus inicios faltó a la construcción. Porque el templo huele como huele nuestra historia. Las alegrías y los sufrimientos han ido haciendo que sus muros se consoliden y se embellezcan, se hayan acostumbrado a la acogida y se hayan habituado a las celebraciones más solemnes, como aquella Consagración Episcopal de D. José María Rancés y Villanueva en 1883 o las visitas de todas las autoridades civiles y militares, incluida la Familia Real, como hecho para los niños de Cádiz y sus varas de nardo que blanquean así sus muros blancos o los cientos de matrimonios que a los pies de la Virgen se han comprometido a vivir unidos y las lágrimas que también se han secado en sus naves en las celebraciones más tristes por los que se nos van.

Bien merece la pena que cada vez que subimos o bajamos la Cuesta de las Calesas y miramos al cuadro de la Virgen, respiremos hondo mostrando así nuestra gratitud y nuestro orgullo por haber visto, desde hace ya 350 años, tanto gozo, tanto dolor y tanta gloria envueltas en el blanco de esta casa de Santo Domingo.

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