Historias de Cádiz

Ramón de Carranza y la explosión del Maine

  • l Agregado naval en Washington aportó las pruebas que exculpaban a España l Retó a duelo al cónsul y  al comandante del crucero norteamericano

Restos del Maine en el puerto de La Habana

Restos del Maine en el puerto de La Habana / Archivo

A comienzos de 1898 la situación entre Estados Unidos y España era de extrema gravedad. Los norteamericanos no ocultaban su interés en hacerse con la soberanía de la isla de Cuba y ayudaban descaradamente a los insurrectos cubanos con el envío de armas y material de guerra.

El 9 de febrero de ese año, el New York Journal publicó una carta particular del embajador español en Washington, Enrique Dupuy de Lome, al presidente del Gobierno y que había sido sustraída con malas artes por la insurgencia cubana. En dicha carta el embajador calificaba al presidente norteamericano William MacKinley de ‘politicastro’, ‘débil’ y ‘populachero’. El escándalo fue mayúsculo y la opinión pública americana exigió vivamente medidas drásticas contra España. El Gobierno español se vio obligado a sustituir al embajador y nombrar nuevo representante diplomático a Luis Polo de Bernabé. 

En ese ambiente hostil, el 15 de febrero, llegaría la gota que colmó el vaso y el gobierno de Estados Unidos encontró el pretexto definitivo para declarar la guerra a España y apoderarse de Cuba. Ese día el crucero norteamericano Maine, enviado a la Habana para proteger los intereses norteamericanos, explotaba en el puerto cubano provocando la muerte de 266 marineros. La opinión pública de Estados Unidos y la prensa, encabezada por la cadena del millonario  Randolph Hearst, acusó directamente a España de haber causado la explosión del barco y la muerte de su dotación mediante la utilización de un torpedo o  ‘artefacto diabólico ‘. La guerra entre España y Estados Unidos estaba servida.

Mientras tanto, el teniente de navío de 1ª Ramón de Carranza y Fernández de la Reguera estaba destinado de comandante de una brigada de marinería en el arsenal de la Carraca, a la espera de ser enviado a Washington como agregado naval de la embajada de España. El que posteriormente sería alcalde de Cádiz contaba en esos momentos con una brillantísima hoja de servicios. Pese a su juventud, treinta y cinco años, había estado embarcado en cincuenta y cuatro buques de guerra y ejercido el mando en tres de ellos. Al estallar la guerra de Cuba, casado y padre de varios hijos, solicitó marchar voluntario embarcando como oficial de derrota en el crucero Alfonso XII y, posteriormente, estuvo al mando del cañonero Contramaestre,  donde obtendría la máxima condecoración militar por hechos de guerra, la Cruz laureada de San Fernando. Era, además, especialista en torpedos y dominaba perfectamente el idioma inglés.

Ramón de Carranza en 1898 Ramón de Carranza en 1898

Ramón de Carranza en 1898 / Mundo Naval

El 22 de febrero, Carranza es llamado a Madrid para recibir instrucciones y marchar a Estados Unidos. El ministro de Marina, Bermejo, le comunica en nombre del Gobierno la delicada misión que le encomiendan; debe marchar previamente a la Habana para recoger el expediente instruido por las autoridades españolas sobre la explosión del Maine y llevarlo a Washington. Allí deberá convencer al Gobierno norteamericano de la realidad de los hechos y que la voladura del Maine fue fortuita y ajena a España.

En efecto, nada más producirse la explosión del Maine, el almirante comandante del Apostadero de la Habana, Vicente Manterola, nombró una comisión técnica en averiguación de lo sucedido. Al frente de esta comisión estaba el capitán de fragata Pedro Peral y Caballero, hermano del inventor del submarino y un auténtico especialista en la materia. Peral, tras visitar con su equipo el Maine y realizar numerosas comprobaciones y estudios, concluyó que la causa de la explosión había sido interna, debida a la combustión de carbón en las inmediaciones de los pañoles de munición. 

Sin embargo, el comandante del Maine, capitán de navío Sigsbee, superviviente de la explosión, rechazó cualquier posibilidad de negligencia en el cuidado de la munición e insistió en que la voladura de su barco obedecía a una acción criminal de los españoles. Su postura fue apoyada por el cónsul norteamericano en Cuba, Lee. Ambos regresaron a Washington donde insistieron en culpar a España de la explosión. 

El 10 de marzo, Ramón de Carranza embarca en Cádiz  para llegar a la Habana catorce días más tarde. En la capital de Cuba mantiene entrevistas con Peral y Mantecosa, y con toda la documentación e informes sobre la explosión del Maine marcha a Washington.

Cuando llega a Estados Unidos, el 2 de abril, la situación es ya de abierta hostilidad hacia España.  Grupos de manifestantes recorren las calles de Washington y Nueva York coreando una frase aparecida anteriormente en los principales diarios norteamericanos:  “¡Recordad el Maine. Al infierno con España!” y exigiendo la guerra sin más dilaciones. 

El embajador Polo de Bernabé y el teniente de navío Carranza acuden ese mismo día, 2 de abril, a la Secretaría de Estado para hacer entrega de la documentación. Allí mantienen una entrevista con el secretario de Estado, John Sherman, ante el que insisten en la inocencia de España, presentan las oportunas pruebas y entregan testimonio del expediente técnico instruido por Pedro Peral y Caballero.  Embajador y agregado naval expresan finalmente al secretario de Estado que España no teme la guerra pero que no es culpable en absoluto de la voladura del Maine.

Mientras tanto, la prensa norteamericana sigue acusando a España de la voladura del Maine y exigiendo la declaración de guerra contra España. Sigsbee y Lee insisten una y otra vez en la culpabilidad de España y manifiestan que los argumentos presentados por la Embajada de España son falsos. El cónsul norteamericano en Cuba, Lee, acude al Senado acusando directamente a los oficiales españoles destinados en la Habana de haber volado el Maine. 

Ramón de Carranza responde con una noble pero durísima carta abierta en el New York Herald, donde desmonta una por una las acusaciones del cónsul Lee formuladas ante el Senado y aporta numerosos datos técnicos sobre la realidad de la explosión del Maine. El marino español asegura públicamente  que la versión de Sigsbee y de Lee están llenas de mentiras, falsedades y calumnias, que han ofendido el honor de los marinos españoles y exige a ambos las reparaciones oportunas retándolos a duelo. La carta de Carranza termina apelando a la nobleza del pueblo americano para que se fije en la “monstruosa ingratitud que representa el hecho de que se trate de asesinos a los que sin preocuparse de sus vidas salvaron a los marineros supervivientes del Maine y que ahora se ven calumniados”.

Esta carta fue transmitida por telegrama y recogida en los principales periódicos españoles, entre ellos Diario de Cádiz. La prensa española aplaudió el noble gesto de Carranza, y algunos, como La Época, señalaron que el agregado naval español era un perfecto caballero que no debía batirse con piratas como Lee.

Pero el duelo no pudo llevarse a cabo. Sigsbee y Lee no se dieron por aludidos y en su nombre un aventurero apellidado Stahl recogió el guante arrojado por el marino español, aunque ya era tarde. El día 19 de ese mismo mes de abril, el ministro de Marina ordena a Carranza que salga de Estados Unidos “siguiendo  los movimientos de la Embajada”. 

El día 21 de abril por la tarde, Polo de Bernabé, Carranza y demás miembros de la embajada española salen de Washington hacia la frontera de Canadá una vez rotas las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Tras permanecer dos días en Toronto, la legación española marchó a Montreal para embarcar rumbo a España. 

Sin embargo, Carranza recibe la orden del Gobierno de permanecer en Canadá “con licencia para viajar por el extranjero”. Con esta frase el Gobierno escondía la verdadera misión encomendada a Carranza, la de entorpecer en lo posible los suministros de material de guerra y víveres a los buques norteamericanos que combatían contra España. Durante los meses de mayo, junio y julio, Carranza estuvo dedicado a esta difícil y arriesgada misión, que procuraremos tratar en un próximo artículo.  

Terminada la guerra y firmado el protocolo de Paz con los Estados Unidos, Ramón de Carranza embarcó en el vapor Scotman con rumbo a Liverpool para regresar a la península. En Madrid dio cuenta ante el Ministerio de Marina de sus gestiones en el Canadá y solicitó la excedencia para entrar en la vida política y regresar a Cádiz. 

El Ministerio de Estado pidió al de Marina que hiciera constar en la Hoja de Servicios de Ramón de Carranza “lo mucho que le ha satisfecho el celo y la inteligencia de que dio constantes muestras el señor Carranza en las difíciles y numerosas misiones que le fueron confiadas, tanto mientras sirvió como agregado naval en Washington como durante el desempeño de la comisión que le fue confiada en el Canadá”.

La tesis sobre la explosión  del Maine elaborada por Pedro Peral y defendida por Carranza en Washington sería finalmente aceptada por los norteamericanos setenta y ocho años más tarde. El 1976, el almirante Henry Rickover, después de varios años de trabajos, publicó un detallado informe señalando que la voladura del Maine se debió a causas internas y no a la intervención de los españoles. 

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios