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Patrimonio reservado

La gigante de hierro

  • 'Diario de Cádiz' visita una de las dos atalayas que dibujan el cielo de la bahía, la torre de la luz de Puntales, de gran rigor constructivo. Esta semana comenzarán varias labores de reparación en ambas.

En lo extenso del cielo gaditano siempre aparece ella. Casi nadie habla del rigor constructivo con que fue diseñada y erigida a finales de los 50 del siglo pasado, cuando la industria naval empezaba a despegar en Cádiz. Tampoco se la conoce por la magnitud por la que se sitúa entre las torres de tendido eléctrico más altas del mundo, ni por todos los valores que la ubican en los manuales de arquitectura contemporánea. Pero nadie la cuestiona como el indiscutible símbolo de una ciudad que se ve de lejos y se siente cerca, cuando en la distancia ya se otea esta elegante gigante de hierro.

Así es la torre de la luz de Puntales, altiva, elegante, rigurosa, bella y prácticamente igualita -salvo por cuatro metros de diferencia en altura- a su gemela, sita en la punta del Bajo de la Cabezuela, en Puerto Real. Entre las dos dibujan el cielo de la bahía, ahora acompañada del segundo puente, y soportan el peso del tendido eléctrico que las une, un total de 1.639 metros de catenaria en doble circuito, con seis cables y a 132.000 voltios, todavía en activo. Es así como esta imponente torre construida con 510 toneladas de acero -cada una- protagoniza el primer capítulo de la nueva serie Patrimonio Reservado, esos bienes que por algún u otro motivo no son accesibles al conjunto de la ciudadanía.

Diario de Cádiz quiere abrir algunas de sus puertas, como las de la atalaya más alta de la ciudad, ascendiendo en la infinita locura de este perfecto engranaje de hierro. Una impresionante escalera helicoidal marcan los pasos que separan su base -una torta circular de 20 metros de diámetro - de su cúspide, alcanzando 156 metros en total -140 de mástil y puntas de 6 metros sobre las que se apoyan sus crucetas-, lo que podría equivaler a un edificio de 50 plantas. Su homónima mide 160 metros.

Y es que no es fácil el acceso al situarse en terreno militar, justo en la Estación Naval de Puntales, flanqueada por el histórico castillo de San Lorenzo del Puntal. Pero Endesa, propietaria de la gigante, facilita el camino de la mano de José Antonio González Matador, responsable de Gestión Líneas A.T. de la División de Andalucía Occidental y Extremadura. "La actividad en la torre ha descendido con respecto a hace 30 años, claro, pues antes había un equipo de personal fijo", explica. Como todo, los servicios están centralizados, de modo que se hacen visitas periódicas para inspección y su buen mantenimiento. Tanto es así que esta semana comienzan los trabajos de mejora en la torre de Puerto Real y después en Cádiz. "Se trata de labores de reparación de peldaños y sustitución de zonas en mal estado, así como nuevas balizas de led para tema de aviación", explica González Matador, "para ponerla a punto".

Tampoco luce hoy iluminada como hace años, "hace tiempo que se apagaron por cuestiones de ahorro". Pero "se podría encender para algo puntual", esgrime evocando aquel memorable recuerdo de las grandes atalayas inundadas en luz, todo un espectáculo. Por citar otro rasgo del declive en general, debido al uso cada vez menor, el ascensor, que es un montacargas que la recorre en su exterior, tampoco funciona. "El técnico de Otis empezó a exigir más medidas de seguridad y como se usaba poco pues finalmente decidimos clausurarlo", comenta. "Aunque al tener sistema de cremallera y discurrir por fuera, la gente lo pasaba regular, sobre todo cuando se llegaba arriba, pues daba la sensación de que la cabina quedaba colgada", evoca sonriente.

Por eso la visita es a pie, en una experiencia única y envolvente en geometría de hierro y aire fresco. Desde la misma base, el responsable de gestión informa de que "hace unos veinte años que no se pinta", a la par que señala una de las miles de piezas de este mecano, "porque todo va atornillado". Pero el tiempo no parece haber hecho mella, pues luce bien. En este sentido lo que más la daña es la acumulación de agua, y entre las crucetas de perfil romboidal con que se tejió, el agua discurre bien. "Por eso a medida que subes sí que hay zonas en peor estado, pues el agua se estanca y eso es lo que se va a reparar", confirma Manolo Ocaña, que acompaña hasta arriba en la visita como responsable de Seguridad y Salud de Ametel. La prueba está en los dos miradores que integran la parte superior del mástil, donde se deja ver alguna zona más dañada, entre algún que otro sistema de montacargas y muchas antenas y repetidores que Endesa quiere regularizar.

En lo que va de año, Ocaña ha subido unas cinco veces. "Me encanta estar ahí arriba", una bella fórmula para desconectar del mundo ante la impresionante vista de todo Cádiz, cuya silueta se percibe perfecta desde lo alto de la cruceta, una viga de tipo Varendel de unos 70 metros por la que discurre una gran pasarela. Desde aquí se divisa la caja que Medio Ambiente ha preparado para el halcón que ha anidado en lo alto de la torre. "Ahora van a colocar una cámara para observarlo". También sorprende la flecha del tendido, pues desde arriba se observa la gran curvatura que marca entre torre y torre, para lo que es fundamental la amortiguación del cable.

El día acompaña, desde luego, un poco de bruma pero cero viento, lo que invita a disfrutar de una visita excepcional a la mediática atalaya. A modo de anécdota , recordar que "hasta aquí vino el programa Qué apostamos, en el que un chico subió en patines y lo consiguió". E incluso una futurista Marisol paseó por esta estructura en acero galvanizado, cuando rodó una versión galáctica del Porompompero.

Y es que las torres surgieron de los planos de un diseño vanguardista. Todo un alarde de ingeniería ideada por el ingeniero Alberto Toscano, que se desarrolló bajo la supervisión y dirección de Remo Scalla. Juntos sentaron un buen precedente en el estrecho de Messina, que alcanzaban 220 metros, para culminar las de Cádiz en una ejecución todavía más refinada. Como iconos estructurales parecidos, citar el memorial a la Tercera Internacional de Vladimir Tatlin, un hito de 400 metros que no llegó a construirse, así como la torre de Radiodifusión de Moscú, de Vladimir Shújov.

Las gaditanas se construyeron gracias al convenio suscrito entre INI (Instituto Nacional de Infraestructura) italiano y el español, que permitió crear una central térmica para suministrar electricidad a la red peninsular al hilo de las ayudas concedidas tras la explosión de 1947, y cuya solución técnica fueron estas torres en un lugar de gran planeidad. Pasó inadvertida mucho tiempo, hasta que apareció por primera vez y con contundencia en la Guía de Arquitectura de Cádiz que editó la Junta de Andalucía en 1995, tras lo que se incluyen en la Guía de Arquitectura Española, cuando en junio de 1996 el Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos la designó como una de las mejores arquitecturas del siglo XX. Ya en diciembre de 2005 se integraron en el Catálogo del Patrimonio Histórico Andaluz.

Dos torres, dos hitos, dos atalayas levantadas para convertirse en dos gigantes del patrimonio industrial gaditano.

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