One, two, three... ¡ole!
Paseíto turístico por Cádiz, tres mil años en pocas horas, del centro a la Alameda, del Parque Genovés a La Caleta, de la plaza de Las Flores a la Cava del Flamenco
Tres de la tarde. El paseo triunfal por Cádiz acaba en la Cava. Flamenco show ante una treintena de ingleses del crucero Aurora. Sangría, jamón, queso, aceitunas y El Selu de Cádiz al cante. Flamenquito a la carta. Jaime de la Isla al toque. La guía turística, Carmen, alienta a los guiris de esta guisa: "El flamenco es una pasión, y el artista necesita ánimos". Lo dice en inglés, claro. "You say ole ... ¡one, two, three, ole!, ¡that´s good!". Vaya jaleo. Las bailaoras, Miriam Sáez, Victoria García y María José Beltrán, parecen muñequitas de Marín. Perfectas. "Gracias por la visita", tercia El Selu, que a veces se levanta a las cuatro de la mañana para calentar voces y prepararse de cara al pase turístico de las 8:45. No son horas. La Cava, que este año cumple una década de vida, lleva seis años trabajando lo que es el turismo. Ya cubre el servicio de tres touroperadores. A veces ofrece veinte o treinta espectáculos de este tipo al mes. "Lo importante es que el turista se quede en Cádiz".
Otro "ole" más o menos rotundo. El Selu canta unas sevillanas profundas y añejas, su voz se antoja chapada a la antigua, Selu posee una intuición de nudillos de mostrador. Hay días que se arranca sin micro, por derecho. De día canta palos más livianos. El turista lo agradece. "Ya verás cuando lleven tres sangrías en lo alto", farfulla alguien. Carmen logra su propósito. "Queda muy feo cuando el turista vocifera algo raro; los americanos gritan "¡wow! y no motivan al artista". Los hijos de la Gran Bretaña lo flipan, escuchan con absoluto respeto y al final largan la contraseña. Ole.
Venían buscando sol y terminan ofreciendo treinta euros por una sombrita, mil duros de antaño. Con la lengua fuera. Dori Núñez, la guía que acompaña al grupo número 13, frena en seco en la Plaza de las Flores y concede una tregua a los veteranos visitantes, a la vera de Lucio Junio Moderatio Columela. Los ingleses del 13 se cruzan con los alemanes del 18. Luisa en el país de las flores. Dori emplea una expresión que viene al pelo en Cádiz, "long time ago", hace una jartá de tiempo. Y los turistas vienen de alucinar en colores durante la gira panorámica con paradas en La Caleta y la Alameda, donde se disparan los sueños digitales. Una hora y media en bus da mucho de sí en el casco histórico. Los turistas se fijan en todo. Pasa el camión del butano, puro ruido. Dori pregunta a un caballero inglés qué le gusta más de Cádiz. Y el tío contesta del tirón: "You". Esta gente no pierde el tiempo. Tres mil años en pocas horas. Ya en serio, el vecino que resulta ser de Manchester confiesa que lo mejor de Cádiz es su "people", la gente que sonríe a su paso. Y su mujer agrega: "Y la arquitectura, y el tiempo". Lucy in the sky with diamonds. En conversación telegráfica con otra pareja de visitantes, naturales del Liverpool de los Beatles, sólo encuentra piropos para Cádiz. Pero admite no conocer a los Beatles de Cádiz.
Al calor de la tarde aparecen los turistas que emplearon la mañana en conocer Jerez, Medina o Vejer. Cambio de guardia. El ángel de la guarda de Cádiz no descansa. Los turistas elogian "la limpieza y la belleza" de la ciudad. Y apenas reparan en los puntos negros. Por ejemplo, los estresantes semáforos a las puertas del muelle, que dan 28 segundos de vida al peatón que se atreva a cruzar el rubicón con bastón, mil achaques y bastantes quinquenios de cotización.
Los que más gastan son los miembros de la tripulación. El crucerista llega con todos los gastos pagados, pero no conviene generalizar. Hay quien pregunta por el mejor restaurante, los que llenan las tiendas de zapatos, el que se siente un rey observando balcones, casapuertas y patios o el sufridor del paisano gritón y escandaloso, con escasos recursos, que no entiende ni papa, ni pescaíto frito, ni siquiera ha aprendido a decir "tuentifaif". No chille; no son sordos.. En Isabel la Caótica, un grupo de turistas cae rendido a la hermosura de un patio de flores y sus correspondientes cerámicas de colores. Una vecina abre la puerta, invita a los guiris y a la postre deja dicho a la guía turística: "Me voy a trabajar, cuando terminen, cierra, por favor".
La tarde se pone "hot". Calentita de veras. Los ingleses caerán hoy rendidos en el camarote, con color de salmonete. Dori los cuenta y recuenta, no se vaya a extraviar alguno en el freidor de las Flores, donde un extranjero contempla extasiado cómo un camarero arroja el pescaíto frito sobre el mostrador. Sublime estampa. "¿Do you ready to go?" Vámonos pa San Francisco Square. Por Columela, top manta a tutiplén. Viva la economía submarina.
A lo largo del camino, los guiris han hallado un mimo dorado que silba como los jilgueros, un titiritero que mueve los hilos a los sones de música culta, los típicos del acordeón, un rockero que canta por los Beatles, los peruanos del cóndor pasa agazapados en la plaza de la Catedral. Entre ellos, un cantautor que emula a Sabina, los hartibles de Timofónica, una fila india de helados gratis. Espuma blanca en la cresta de la ola, levante y luna llena. Un significativo y paradójico libro con el título "123 razones para no viajar a Sevilla". Un, dos, tres, ole. Y el que no diga ole ...
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