Obituario

Leopoldo y las mil vidas

La muerte de Leopoldo Martín es una noticia que parece increíble. Era uno de los mejores médicos de Cádiz, como un misionero laico de la sanidad pública, que trató en el Hospital Puerta del Mar a cientos de personas. Las mil vidas que salvó. Pero él mismo era un personaje extraordinario, dentro y fuera de la Medicina, que acumulaba otras mil vidas, intensamente apuradas. Tantas que sólo las podía entender él mismo.

Había nacido en la isla de La Palma y se había criado en una familia falangista. Su padre fue delegado de los Excombatientes y su madre la presidenta de la Sección Femenina. Pero él, que también había sido falangista de joven, llegó a reunirse con miembros del FRAP, y ejerció la Medicina en Cuba para conocer la sanidad pública de la revolución de Fidel Castro. De allí se fue a trabajar en un hospital de París, ciudad en donde participó en las conspiraciones del PCE con el grupo de Andrés Vázquez de Sola, y donde le presentaron a Pablo Neruda.

En aquellos años previos a la democracia estaba muy sensibilizado. También frecuentó a Rafael Alberti, que tuvo un gato llamado Leopoldo. Colaboró con el PSP de Tierno Galván. Algunas veces ocupó puestos simbólicos en las listas electorales del PCE y de IU. Pero nunca se dedicó a la política activa, y en sus últimos años se le veía descreído con los nuevos rumbos y los nuevos políticos.

La medicina pública era su pasión. Había estudiado la carrera en Cádiz. Llegó a sus 18 años, en un barco desde Canarias, con una maleta en la que traía un esqueleto de verdad, que un guardia civil le dejó pasar.

En el Hospital Puerta del Mar ha dejado una huella imborrable. En 1977 ganó el concurso para ser jefe clínico de Digestivo. Durante 30 años, lo ejerció con una abnegación y profesionalidad a prueba de todo.

Cuando se jubiló, en 2007, se fue con mucho dolor. Contaba a sus amigos que lo habían echado, que a él le hubiera gustado seguir, pero era imposible. Trataba por igual a todos sus pacientes. Así consiguió amigos de todas las clases sociales, siempre con una atención especial a los más desfavorecidos.

Leopoldo Martín ha vivido apurando todo. En la política pasó de un extremo al otro y después se atemperó. Fue padre de cinco hijos, en una relación y dos matrimonios. En sus aficiones era raro: no era ni carnavalero, ni capillita, ni cadista. Por el contrario, era un forofo del Celta de Vigo desde su infancia, lo que se dice un auténtico forofo. Aún así, siendo ajeno a las tres C, era un gaditano de adopción a tener muy en cuenta, una voz privilegiada, de las que quedan pocas en la ciudad.

Y si en algo no cambió nunca de ideas fue en la Medicina, que convirtió en su pasión. Me regaló un libro, El olvido que seremos, en el que Héctor Abad Faciolince cuenta la historia de su padre, un médico colombiano que dedicó sus últimos años a defender la igualdad social, hasta que fue asesinado en Medellín. Un libro bello, de un médico que podía ser como él.

Leopoldo era certero en sus diagnósticos. Me decía que sólo con ver la cara de un paciente ya sabía lo que podía padecer. Era como si supiera ver el interior de las personas, más allá de la enfermedad. Cuando era joven pasó dos años en cama, al sufrir reuma del corazón. Al final, también le ha fallado el corazón. Cuesta trabajo creer que él, que veía las enfermedades como en un espejo, no supiera que iba a morir. Cuesta trabajo, pero también sabría que su recuerdo quedará vivo.

Era un hombre cosmopolita en su propio universo interior. Era un personaje inabarcable, atípico, irrepetible. Sólo había una persona en el mundo, Leopoldo Martín Herrera, que podía ser así.

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