Guasa 'pa' sujetar la vida

Emilio Correro ha empezado a vivir a los 20 años gracias al hígado y a los pulmones de otra persona

Emilio José Correro ha vuelto a Cádiz, a su casa, después de un largo proceso de recuperación en Córdoba.
Emilio José Correro ha vuelto a Cádiz, a su casa, después de un largo proceso de recuperación en Córdoba.
Noelia Hidalgo / Cádiz

08 de noviembre 2008 - 01:00

Zapatillas con estampado de camuflaje, vaqueros y cinturón de marcas de esas de surf que están de moda, jersey a rayas, corte de pelo irregular, pendiente de madera y cara de pillo. Emilio Correro es como cualquier chico de 20 años, salvo por esa delgadez delatora que le hace parecer más pequeño. Es más, se esfuerza con toda sus ganas en serlo, en hacer todo lo que no ha podido hacer y en preocuparse por lo que hasta ahora ni entraba en sus miras.

Emilio es un gaditano con "gracia, 'rebujá' con poca vergüenza" como dice su madre, que añade que "eso es lo que lo ha salvado". Y es que ha aprendido a peinarse la vida del mismo modo que se atusa presumido el pelo frente al espejo antes de salir a la calle, a aferrarse fuerte a ella como se agarra a las pesas que usa para ganar músculo, a echarle ganas a sus días. Pero debajo de ese aire vacilón y despreocupado se escapan signos de una madurez adquirida a porrazos, a base de días sin fuerza, de noches en vela, de horas perdidas por culpa de la enfermedad.

Su vida ha cambiado en muchas cosas desde que tiene un hígado y dos pulmones que no son suyos, aunque él recalca con vehemencia que ahora sí lo son. Puede salir y entrar, pensar en estar con los colegas, como él dice, y puede "dormir recto", no como antes, que tenía que hacerlo incorporado porque se ahogaba. También puede sacarse el carnet de conducir; pasado mañana hace el práctico y dice que cree que va a "catear" porque "hoy casi me como un camión". Sabe que dentro de no mucho tendrá que pensar en trabajar; estudiar nunca le ha gustado demasiado, aunque tampoco ha ayudado su estado de salud, y por ahora no piensa ir por ahí. Antes echaba una mano en el negocio familiar aprendiendo a diseñar cocinas y haciendo presupuestos y seguramente volverá a ello; "o igual me pongo a vender cupones que me han dicho que se sacan billetes", cuenta medio en broma.

Ahora mismo lleva una vida de "sibarita", admite, pero cree que también le toca, que ya lo ha pasado muy mal. Es consciente de que "he tenido más suerte que nadie en su vida". La suerte de que una familia dijese que sí a donar los órganos tras una muerte, la suerte de que le hayan llegado, no uno, sino tres motores de vida.

Sin embargo, a pesar del regalo que ha recibido, aún se revela como el niño que es por las cosas que le advierten que no es como cualquiera. Como las pastillas que le ayudan a que su cuerpo aprenda a convivir con sus nuevos órganos y la obligada necesidad de cuidarse al máximo. Contra su responsabilidad aprendida lucha su afán del adolescente que no ha sido y ahora también quiere ser, y dice que le gustaría poder tomarse un cubata, o dos, o tener un gato, que no puede porque tiene que cuidarse de los ácaros y de las alergias. Aunque eso último lo soluciona pronto: "me voy a comprar una serpiente ¿no? Porque lo que me han dicho es que nada de animales con pelos o plumas, ¿una serpiente puedo verdad?".

Correro ha empezado a vivir. Empezó el día 29 de abril cuando le llamaron para decirle que se fuese para Córdoba cuanto antes que iban a transplantarlo. Estaba sentado en el sofá cuando lo llamó su médico y no se lo creyó, el doctor tuvo que insistir para que lo tomara en serio: "lo esperas tanto tiempo que cuando llega no te lo crees".

A él le pareció larga la espera, pero de hecho llegó con bastante rapidez, unos meses. Esto una vez que los médicos decidieron definitivamente que había que trasplantarle porque la fibrosis quística que le diagnosticaron a los dos años y afectaba a sus órganos vitales empezaba a deteriorar su salud seriamente. Y es que ese último tiempo fue "guerrillero". Emilio se pasó casi medio año en el hospital por culpa de los reiterados neumotórax que le quitaban el aliento.

Y la recuperación también ha sido lenta. Después del trasplante necesitó dos intervenciones más, estuvo 48 días en la UCI y otros dos meses en Córdoba para que el Hospital Reina Sofía pudiera vigilar de cerca su evolución. Explica el gaditano que de más de tres semanas, en las que luchaba por quedarse, no se acuerda: "sólo recuerdo haber visto una guitarra eléctrica y un muñeco en un espejo, y a mi prima, que fue la última con la que hablé antes de operarme, pero no estaban allí, me parece que estaba alucinando".

La vida de Emilio ha sido posible gracias a una familia que dijo sí a la donación de órganos. El gaditano explica que si tuviese que convencer a un familiar que se niega a donar le diría claramente: "hay un chaval como yo que lo necesita pero tu a él ya no lo puedes tener, ya sólo puedes enterrarlo, o ayudar a alguien".

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