Nadia Consolani. Viuda de Fernando Quiñones

"Fernando me regaló Cádiz"

  • Con 19 años se casó con el escritor, abandonando su Italia natal, para compartir su vida con el gaditano hasta el final de sus días .

LEJOS han quedado los tiempos en los que las persianas se cerraban para obviar la llegada inminente de un nuevo día... Entonces Nadia Consolani se echaba a temblar... Fernando Quiñones, su marido, era un torbellino, una persona vital, inquieta, amante de las reuniones flamencas hasta las claritas del día (esas que no veían porque cegaban las ventanas...) De todas formas, el astro rey vivía en la casa (en la de Madrid, en la de Cádiz...) porque Fernando Quiñones era "una persona solar". Lejos quedan aquellos días... Ahora la veneciana-gaditana busca "la paz y la tranquilidad", la contemplación del discurrir "lento de las cosas" en una casa preñada de recuerdos pero también de vida, de su vida, sus libros, su música clásica (que le chifla), la meditación, las pequeñas reuniones de amigos para hablar de literatura... La soledad, sí, pero una soledad alegre, bien entendida, una soledad llena de argumentos. En ella irrumpimos para ocupar con nuestros papeles y grabadora el salón de la calle Rosario Cepeda... "Porque es el Diario", dice Nadia. "Porque para Fernando el Diario era también su casa y por eso, también ésta es vuestra casa".

-¿Cómo es su día a día?

-Me levanto muy temprano, te vas a asustar, a las cinco de la mañana, desayuno, hago unos 40 minutos de meditación, que me relaja, me abre la mente y me ayuda a preparame para el día, y luego le pongo una vela a mi maestro vietnamita. Acto seguido, hago las cosas de la casa y si es muy temprano aún me vuelvo a meter en la cama pero con un libro. Hago las compras por aquí, por las tiendas cercanas. Mis comidas son poco trabajadas porque no soy muy aficionada a la cocina aunque me gusta mucho comer (ríe) pero suelo preparar cosas sencillas. Veo el telediario porque procuro estar al tanto de la actualidad, me preocupa todo lo que está ocurriendo, sobre todo en la cosa cultural, que también es un alimento, el alimento del alma y de la mente, la cultura los fortalece. Y, bueno, por la tarde me doy un paseo o me visitan algunos amigos para charlar de literatura. Y, como comprenderás, me acuesto muy pronto, a las diez, como las gallinas, me recojo. En verano, eso sí, intento un poquito más tarde, sobre todo por la luz de aquí...

-Tan diferente a la de Venecia...

-Sí la luz de aquí es más agresiva, la de Venecia es más dorada, más dulce... Pero me encanta la luz de aquí que también es mía, ¿sabes?

-¿Y eso?

-(Ríe con un fondo de tristeza) Pues porque Cádiz es mío. Antes de morir, Fernando me regaló Cádiz. Me lo dijo antes de marcharse. "Ahí tienes Cádiz, te lo regalo". Es un recuerdo hermoso y duro también.

-Todos aquellos momentos, supongo, serían así...

-Pues sí, no te imaginas... Porque además cuando Fernando enfermó mi madre, que era mayor y estaba sola en Venecia, se volvió senil... Yo tenía tanta angustia... Me tuve que repartir entre dos personas, entre dos ciudades a cientos de kilómetros de distancia una de otra... Y, bueno, la muerte de Fernando... No sabes cómo me afectó porque aunque él era un torbellino, un desastre en tantas cosas, y yo era una burguesita muy tranquila, nos compensábamos. Me apoyaba en todo lo que yo emprendía y trabajábamos mucho juntos, sobre todo en traducciones, me corregía mis poemas...

-¿Incluso el de ese viejo tigre cansado...?

-¡No se te va una! Sí, incluso ese. Lo conoció y me lo corrigió y le gustó. En el cementerio lo pusieron... Ese poema es de cuando estaba enfermo, cuando ya se tenía que recoger algo más y no podía estar en todo... En esos momentos del final siempre te das cuenta los que han sido amigos de verdad, los que no, te llevas tus decepciones... Bueno, Fernando no porque él era un inocente, yo sí era más maligna y astuta (ríe) pero para él todo el mundo era bueno, todos eran amigos, era bondad pura. Fíjate lo que te digo, y soy totalmente sincera, nunca escuché a Fernando hablar mal de nadie, de ningún amigo literario y, además, ayudaba mucho a los jóvenes escritores.

-¿Cómo se conocieron?

-Pues en Venecia, en mi propia casa. Mis padres tenían en la casa de arriba a un inquilino al que Fernando conoció en un tren, a la vuelta de un viaje que hizo para conocer Florencia, ya sabes, esos viajes de Fernando en los que iba con dos latitas de atún y poco más. Pues se conocieron y este chico lo invitó a su casa. Estando allí nos llamaron a mí y a mi madre para que fuéramos a la casa a tomar café. Y así... Fue un amor loco, romántico, loco porque a Fernando le faltaba un tornillo... Me esperaba a que yo saliera del colegio en el puente de Guglie (puente de las Agujas) y allí nos veíamos a escondidas... Me enamoré locamente porque él era diferente de todos los chicos que conocía que en aquel entonces eran mis compañeros de colegio y los ingenieros jóvenes alumnos de mi padre. Fernando me presentaba un mundo atractivo, hacía locuras simpáticas y era muy vital. Me cantaba flamenco, ¡y yo no entendía nada! Recuerdo que pensaba, ¿por qué se lamentarán tanto estos españoles? (ríe) Luego lo entendí... Y aquellas veladas magníficas en mi casa porque como tenía una memoria estruendosa recordaba todos los poemas, no sólo suyos, de todo el mundo, de Alberti, de Juan Ramón... Nos dejaba alucinados... Ha sido el ser más libre que he conocido en pensamiento, hechos y en conceptos políticos, él no se casaba con nadie para poder criticar lo que veía mal lo hicieran unos u otros. Él quería a Cádiz, luchó por su ciudad. Era tremendamente libre.

-¿Y usted? ¿Ha sido libre?

-... A medias. Primero, estuve muy sujeta por mis padres, que me tenían muy vigilada, en esa época eso del virgo había que cuidarlo mucho. Luego, en parte, fui esclava de Fernando, de su mundo, recuerdo cuando hacían reuniones flamencas y echaban las persianas para no ver el día... me quería morir... También renuncié a cosas personales para cuidar de la familia para que él pudiera escribir y, bueno, también fui esclava de eso mismo, de la familia, los hijos... Pero te reconozco que también intentaba escaquearme para irme a Italia donde buscaba la paz y la tranquilidad pero a los tres días me llamaba Fernando, que ya se habría cansado de hacerse sopas de Avecrem, y yo regresaba... Honestamente, libre soy ahora.

-Con dos formas de ser diferentes, la suya y la de Fernando, ¿fue el respeto, además del amor, el basamento de 40 años de matrimonio?

-Si te dijera que en 40 años todo fue un camino de rosas te mentiría. Nunca es un camino de rosas, para ninguna pareja. Cada uno tiene sus cosas. Fernando era un desastre y yo también tenía lo mío. Para mí invitar a alguien a casa a comer o a cenar tenía cierta importancia y preparación, él era más alocado, y lo resolvía todo con dos o tres latas de lo que fuera, unas tajadas de pescado... Yo me ponía mala... Y cuando discutíamos porque él no entendía que a mí me molestaran ciertas cosas yo le decía: "pues haberte casado con una maría" (ríe mucho al recordar). Porque a él le gustaba mucho hablar con las marías, de cómo se hacía el pescado, de tal o cual cosa y yo le decía eso cuando estaba enfadada aunque realmente a mí no me importaba.

-¿Cree que esa cercanía con la gente le perjudicó o le benefició en cuanto a su consideración como escritor?

-Mira, yo siempre he pensado que si Fernando hubiera cuidado más su aspecto, su look, y si hubiera sido más soberbio con su obra se le habría tenido más consideración. Efectivamente, él era una persona muy campechana, muy cercana, hablaba con las marías, con los pescadores, con todo el mundo y, lamentablemente, aunque no debería ser así, eso hacía que no se le diera la importancia que él tenía, la dimensión literaria y cultural de Fernando, que era tremenda. La verdad es que otros se lo han sabido hacer mejor... Yo que he vivido 40 años con Fernando te puedo decir que era un auténtico coquito, con una impresionante cultura, inmensa y la relevancia de su obra, de las Crónicas, por ejemplo, hay que tener una base cultural muy fuerte para entederlas... Creo que sí, que esa cercanía no le benefició a su figura literaria pero él era así, vivió como quiso.

-Pero hablemos también de usted, ¿vuelve a Venecia con frecuencia?

-Ahora sí que tengo que volver porque mi madre cuando murió me dejó unas cosas en herencia que ya que soy más mayor me gustaría vender porque cada vez me cuesta más estar pendiente de aquello, yo ya estoy aquí... Y además porque también son gastos y yo me siento mayor, cansada... Dicen que Venecia y Cádiz se parecen, sí tienen algo, esa condición de ciudades íntimamente ligadas al mar, ciudades arquitectónicamente muy compactas, por eso Fernando se ponía negro cuando hacían casas modernas en pleno centro... Pero el invierno de Venecia, por ejemplo, es más duro que el de aquí. El invierno de Venecia tiene algo de doloroso, toda llena de niebla que se mete entre los palacios, con el murmullo del agua, el hielo, el frío... Recuerdo una vez que estuvimos con Fernando y Ana Rossetti y nos teníamos que tomar cada copazo de grappa para soportarlo... (ríe)

-Siempre Fernando, ¿qué es hoy en esta casa, un sombra demasiado alargada, un ángel...?

-Pues no lo sé. Lo único que sé es que instintivamente cuando tengo un problema, cuando me vuelve la angustia, le hablo. Le digo, "Fernando, échame una mano, anda". Porque nunca, en toda su vida, lo vi abatido o depresivo o agobiado. Fernando era una persona solar, pura alegría, amaba la vida... Por eso cuando ya estando muy enfermo dejó de comer yo me daba la vuelta para no viera mis lágrimas pero él se daba cuenta y me decía, "¿vas a llorar con lo que yo he vivido? Si yo me voy lleno de experiencias"... Es que decía cosas y hacía cosas... Como cuando dijo en Canal Sur que llevaba la gorra porque tenía cáncer, lo dijo así, tal cual... Además, estábamos en el hospital, él con las agujas sometiéndose al tratamiento y se las quitaba y se iba para Canal Sur y luego volvíamos al hospital y vuelta a ponerse las agujas... Y no se quejaba, y no se lamentaba. Era increíble... Así que cuando yo a veces tengo mis pequeñas caídas, cuando, como supongo que nos pasa a todos, me entra la angustia vital y miro al mundo y pienso qué mierda de todo, pues me acuerdo de él, de su vitalidad, de su seguridad, y sí, me da ese empuje para seguir. No sé si sombra o ángel pero aún está esa fuerza.

-¿Le ha pesado en algún momento la etiqueta de viuda?

-Pues al principio me hacían sentir eso, viuda. Pero ahora ya me da igual porque creo que soy una persona afortunada porque la gente me ha querido, bueno, a todo el mundo no le caeré bien, claro, ni todo el mundo me querrá, pero yo siento que soy querida por los españoles y también por los italianos. Mis amigos de allí me siguen llamando y escribiendo.

-Pablo García Baena le dedicó un poema, Manuel Francisco también, Félix Grande un relato... ¿se ha sentido también musa?

-Uff... (ríe) También Carlos Martínez Rivas, un escritor nicaragüense, también los italianos me han dedicado obras muy hermosas como Umberto Pascali y Laura Pierdicchi, que son poetas venecianos muy importantes... ¿Pero musa?... Es que yo no me creo tanto, sólo soy una persona sencilla que ha tenido la suerte de ser conocida y querida por los escritores. A Mauro (su hijo) siempre le rondó la idea, si se tuviera dinero, de poder hacer un libro recopilando todas las obras que me han dedicado.

-¿Sigue usted escribiendo poesía?

-No siempre pero a veces sí que escribo, casi como necesidad, sobre lo que siento, pero a mí no me gustan los exhibicionismos, creo que son innecesarios. Se puede ser un poeta discreto.

-Le recordaba antes el relato que le dedicó Félix Grande. Ustedes eran muy amigos, supongo que habrá sentido su pérdida...

-Muchísimo... Félix y Paca eran muy amigos de Fernando y mío, siempre han sido entrañables con nosotros. Me acuerdo en la casa de Madrid, cuando Mariela (su hija) era un bebé y le hacíamos la papilla cada día nos tocaba a una rebañar, un día a Paca y otro día a mí (ríe) Nos lo pasábamos muy bien y nos ayudábamos mucho... Me ha dado mucha pena la muerte de Félix, sí...

-El escritor nicaragüense Luis Rocha dijo que esa casa vuestra de Madrid fue la verdadera primera Casa de América que hubo en España.

-¿Sí, eso dijo? (Se le enciende la mirada) Cuánta razón lleva... Bueno, Casa de América porque es cierto que desfilaban todos los escritores latinoamericanos, pero también casa de todo el mundo. Vamos, yo me sentía a veces como una inquilina de esa casa, ¡Antonio Gala mandaba más que yo! (ríe con ganas) De repente mandaban a Paco Moreno Galván, el pintor, a traer sardinas a las cuatro de lamañana. O me levantaba y veía en el cuarto de baño a alguien durmiendo en la bañera... Al principio de casarme, pues claro, yo a mis padres no les contaba nada de esto porque encima que me había querido casar por fuerza... Pero cuando vinieron a visitarnos por primera vez y vieron el plan hasta mi padre me dijo, "Nadia, si tú no eres feliz te vuelves a casa sin problemas" (se ríe)

-Y luego también estaba la casa de Cercedilla...

-¡Bueno, ahí si que pasaron cosas muy bonitas! De hecho, y parte de aquello sí me atribuyo yo mi granito de arena, allí se reunieron Luis Rosales y Alberti antes del Cervantes a Alberti, porque para concedérselo pues, claro, había que procurar el acercamiento con Luis Rosales. Y estaban enfrentadísimos, se dedicaban cada cosa... Durísimo... Y bueno ahí que me dejó Fernando con los dos y yo les decía "no me puedo creer que tenga en mi casa a dos pedazos de poetas y a dos grandes personas y que no se lleven bien, esto tiene que cambiar..." Y ahí estuvimos, haciendo ese acercamiento allí en esa casa.

-¿Casarse con Fernando fue también casarse con Cádiz?

-Al principio, no. Me casé con España, con Madrid, y Cádiz eran las vacaciones y me resultaba muy incómodo porque Fernando llegaba aquí y desaparecía, siempre estaba en la calle y yo pues me iba con mis suegros a pescar o acompañaba a mi suegro, que era médico, a las visitas, pero a él no lo veía porque sentía por Cádiz verdadera pasión. Y mi amor por Cádiz llegó cuando entendí eso, más tarde. Pero entiéndeme, aquí se metía en cada follón, aún me acuerdo cuando se peleó con los de aquí y con el alcalde de Puerto Real cuando se quisieron llevar la Universidad allí. ¿Y Alcances? ¿Y la locura que era Alcances? El primer año se lo suspendieron y me dio tal, que yo al año siguiente me fui a Italia pero al final me llamó por teléfono para que le moviera no sé qué de una película de Fellini que no llegaba... Total que al final me salía mejor quedarme aquí porque allí también me pedía cosas.. Pero es que me casé con una persona especial y singular.

-¿Han existido otros amores?

-Hay amores pero son diferentes. Tengo amigos a los que adoro pero así, como Fernando, no. Él ha sido el eje. Fernando ha sido mucho.

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