Cádiz

"Espero mucho del alcalde y de los jóvenes que han entrado con él"

  • Todoterreno. Paco Leal no tiene par. Es imposible en un hombre que tiene tanto que contar y que ha hecho mil cosas, todas relacionadas con la creatividad, ya sea en los fogones o en el Carnaval

ACUDE a la entrevista con sombrero Panamá Jack, 'cubanita', pantalón fresquito y zapatos rojos que dice que son de Papa. Como si supervisara una plantación de tabaco. Es Paco Leal, el de la buena cocina, el de la desvergüenza callejera en Carnaval, el buscavidas o espíritu inquieto que no ha perdido el tiempo en sus 64 años de vida.

-Ahora beduino, usted es en realidad viñero.

-Eché los dientes en La Caleta. A mi madre le decían La Negra, de lo morena que estaba, porque se llevaba todo el año en la playa. Mi abuelo tenía un despacho de pan en Jesús, María y José. Mi abuelo venía cada mañana de El Laurel, porque el despacho de pan era una sucursal de esta panadería. Aparecía por la iglesia de la Palma y me daba una corbata, que era un bollo retorcido, especie de brioche crujiente, con sus positos de azúcar. O un platillo volante, otro bollo. ¡Qué olores los de La Viña! A una hora se tostaba café y a otra hora, pipas.

-Con qué cariño habla usted de su infancia, de La Viña.

-Tengo muchos recuerdos. La gente compraba lechugas con aceite y vinagre para ver las películas en el Cine Caleta. Y lo que llamábamos 'chicles', que eran tentáculos de pulpo asados que te duraban en la boca toda la película. Y recuerdo a El Millonario, que empezó con un puesto ambulante y que cuando le tocó el dinero compró uno nuevo y le puso luces que parecía eso Las Vegas. Fue una infancia muy bonita, pero también de mucha necesidad.

-Tiempos difíciles, sin duda.

-Y tanto. Mis tíos trabajan todos en la fábrica de cerveza y desde chico fui testigo del rapiñeo que existía entonces. Había que buscarse la vida. Conforme llegaban a casa las mujeres de la casa les iban quitando las fajas, y debajo de estas llevaban los quintos de cerveza que luego se vendían en la panadería. En aquella época los niños de La Viña eran todos fenicios. Todos vendían algo, como el 'grani', que era una granizada de pobres, sin hielo. Pedíamos a los ultramarinos las latas de tomate o atún y las lavábamos bien. Las llenábamos de agua y le echábamos un colorante, anilina, y azúcar. Se pasaba mucha necesidad. Se ganaba poco. Nos ayudaban los americanos que nos daban queso tipo bola, fideítos y leche en polvo. La leche de vaca no la probé hasta los 14 años. Y por la noche pan con manteca colorá y café. No veas las palizas que nos dábamos mi hermano y yo con los nervios del café.

-¿Por qué dejaron La Viña?

-Nos mudamos a Trille. Estábamos de prestado en casa de nuestros abuelos paternos. Mi madre pidió un piso y estuvo mucho tiempo yendo al Ayuntamiento. Los pisos se sorteaban y no se me olvidará nunca el grito que pegó mi madre cuando dijeron el nombre de mi padre en el sorteo. Todavía tiene que estar por ahí resonando. '¡Míoooooo!'. Con toda el alma. No he visto a mi madre más contenta que ese día.

-Por entonces, los niños trabajaban. ¿Ayudaba usted en casa?

-Ganaba más dinero que mi padre. Me echaba a la calle muy temprano. Lavaba el coche a los jugadores del Cádiz. Repartía nieve, medias, ponía en orden las latas de conservas y las papas en los ultramarinos y repartía mandaos. Limpiar durante el verano por la mañana, desde las seis, el Cine Delicias me permitía ir gratis por la noche y en invierno al Imperial. No me pagaban, pero lo que me encontrara era para mí. También recogí sellos de cartas en las basuras de los americanos que vivían en La Laguna, en los chalés. Los americanos que trabajaban en la Zona Franca importando y exportando. Las basuras olían tan bien comparadas con las nuestras... ¿Sabe por qué? Porque comían yogures, que aquí no se conocían. Nos encantaban los envases de los cereales, los que veíamos en las películas. No he hecho más que trabajar toda mi vida. 47 años cotizados sin faltar un solo día. Después la Medalla del Trabajo se la daban a Lina Morgan, pero bueno.

-¿Había tiempo para estudiar?

-Por aquella época nadie te orientaba. En La Viña estuve en la guardería de La Flor, en la esquina de Paraguay con San Bernardo. En Puerta Tierra entré en el Reyes Católicos. Los de San Felipe llevaban zapatos Gorila, y nosotros, los niños pobres, de goma. Nos daban ropa. Unos jerseys grises que igualaban a todos los niños. Aparecían misioneros para convencer a los niños. Uno fue a mi casa porque yo estaba medio convencido para irme. Y mi madre lo echó por las escaleras.

-Decía que no estaba usted bien orientado.

-Eso, eso. Con diez años acabé la escolaridad y debían habernos pasado al instituto, pero nadie nos orientó. Nos tuvieron hasta los 14 años en sexto repitiendo lo mismo. Los maestros no eran maestros, eran franquistas, mutilados de guerra algunos. Daban muchos cates. Luego, menos mal que un novio de mi tía vio en mí aptitudes y me inscribió en la Escuela de Comercio. Cuando acabé, me coloqué en una agencia de aduanas donde estuve treinta y tantos años. Pero como era un espíritu inquieto, hice otras cosas.

-Pues cuente.

-Mientras trabajaba, hice Magisterio por las tardes, especializado en expresión corporal. Y daba clases en colectivos pedagógicos e incluso en el instituto Rosario y el colegio Celestino Mutis. Sin que nadie me pagara una matrícula ni un libro. Siempre he sido autosuficiente. He hecho de todo. Hasta entrenador de hockey fui.

-Con tantas inquietudes, no le imagino en un monótono trabajo de oficinista durante tantos años.

-Pues me gustaba. Estaba muy integrado en la empresa. Era una cosa más de las que hacía y me servía como sustento fijo y para cotizar el día de mañana. En el muelle trabajé con José María Sánchez Casas, que iba siempre con un libro de Trosky bajo el brazo. Yo creo que tengo influencias suyas, porque soy más de izquierda que qué. Con él hice teatro. Estuve en varias compañías. Con Sánchez Casas en Quimera Teatro Popular, que todo aquello era del GRAPO. Yo era casi un niño y no me enteraba de eso.

-¿Cómo fue su paso a la hostelería?

-Con la apertura de las fronteras ya no tenía mucho sentido el trabajo de las agencias de aduanas. Viendo que aquello se acababa, abrí con Ignacio González, uno de los hijos de mi jefe, La Perola. En el 97. Nos metimos en una trampa grande sin un duro. Un trampón de 21 millones de pesetas, pero hubo quienes confiaron en nosotros. Fue un acto de valentía. No sabíamos cómo iba a salir eso. Me metí en la cocina y salió bien.

-La Perola fue pionera en cuidar el aspecto del establecimiento y renovar las cartas.

-Lo fue. Dimos un pelotazo. Queríamos algo diferente a un bar con azulejos y peste a meao. Las primeras tapas grandes las dimos nosotros. Con material comprado a diario en la Plaza.

-¿Sigue teniendo relación con La Perola?

-Sigo siendo socio, pero estoy jubilado. Me operaron de la espalda y ya no podía seguir el ritmo. Ahora somos tres socios.

-¿Qué le reportó esa experiencia?

-Muchas satisfacciones. Abrir una cosa desde el desconocimiento no era fácil. Hubo una época en que se puso tan de moda que había gente esperando en la puerta a que abriésemos. Me quedo con la satisfacción del cliente, pero el sacrificio ha sido enorme.

-¿Cómo ve la hostelería en la ciudad actualmente?

-Excesiva. Muchos bares abiertos por quienes han cogido una indemnización. Hay más oferta que demanda y así no pueden comer todos. Nadie de la hostelería dice que le va muy bien, pero es que todo es muy caro: camareros, seguros sociales, luz, agua, impuestos... Los gastos son enormes. En los meses de verano se aguanta con el turista. En invierno, cuando se quedan solo los de Cádiz, ni las moscas.

-También fue usted pionero... ¡usted es muy pionero!

-Jajajaja. Sí, pionero, pionero.

-En serio, fue pionero también en el Carnaval de la calle. Pero, ¿qué hacía usted antes, en las Fiestas Típicas?

-Me encantaba la ceremonia de coronación de la Reina. Me ponía debajo de las torretas de los cámaras de televisión y ahí me llevaba un día entero esperando, como ahora para ver a Alejandro Sanz. Las sillas eran para los concejales del Régimen, para los fachas y gente afín. El pueblo, detrás. Vi a José Luis Barcelona, Mario Cabré, Marisol... Eran los tiempos del batallón infantil, donde salían los hijos de los que mandaban y de la gente bien de Cádiz. Los niños los envidiaban, aunque yo envidiaba más a las majorettes.

-¿Vio simplemente en el Carnaval otra vía de escape a sus inquietudes artísticas?

-Bueno, mis amigos deciden salir y disfrazarse. Como yo era muy cachondo y nadie se quería vestir de Marilyn Monroe, pues me tocó a mí. Y sacamos la chirigota 'Los peliculeros'. La primera callejera fue 'Los buscaoros', pero yo solo los acompañaba. No salía cantando. La peluca de Marilyn era una peluca dura de Vicente del Moral, con la escayola. No veas el Carnaval que yo pasé.

-Los hombres no querían entonces vestirse de mujer, supongo.

-Nadie. Yo fui pionera..... jajajajaja. Bueno, para ser justos, Emilio Rosado iba de la bruja de Blancanieves. En 'Los churreros de la guapa', 'Los morazos de la sultana de coco'.... en todas siempre fui de mujer. Bueno, no. En 'Los del pellejazo' no me dejaron salir de azafata.

-¿Y eso?

-El Gómez dijo que a mí no querían convertirme en el Maspapas de la chirigota. ¡Lo que yo hubiera gozado vestido de azafata! Y Gómez lo hizo por cariño, fíjate.

-A usted le gustaba provocar, no me diga que no.

-Totalmente. Si no, no vale ná. Provocar era entrar y decirle al camarero: "Le voy a cantar un cuplesito y me pone un cafelito". Eso me lo enseñó Marcos Zilbermann. Jamás he pagado una copa de vino en Carnaval. Un día me quisieron cobrar en el freidor de Las Flores y me subí en lo alto del mostrador. Formé un escándalo bailando como protesta. Hay fotos de eso. Con 'La pequeña Melody y sus secuestradores'. Lo conseguí. No me cobraron el cazón. No, picha. Los que estamos cantando te estamos llenando la calle, el bar, y no me vas a cobrar una copa a mí. Ni mijita.

-¿Por qué acabó aquella etapa suya en la calle?

-Bueno, de alguna forma se rompió la chirigota inicial porque se cansaron de cantar de forma mamarrachera y ya querían cantar bonito. De ahí surgió 'Seis ratas por habitantes', 'Los hijos secretos de Lola Flores'... Yo no cabía ahí porque lo iba a estropear todo. Lo que habíamos criticado, ahora lo querían hacer algunos. Refinarse. Eso sí, cuando salía me echaban un cable porque en vez de ir a muchos ensayos me iba a maquillar agrupaciones del Concurso.

-¿Qué opina del Concurso de Agrupaciones?

-Me gusta el espectáculo. Es teatro, cachondeo, ambiente... pero me cansa la saturación. Con menos se disfrutaría más. Un popurrí, otro, una presentación de vergüenza ajena. Miro para otro lado, sufro. Hombre, hay cosas buenas, pero pocas.

-Es una voz autorizada para hablar del Carnaval en la calle. ¿Cómo lo ve ahora?

-Está muy bien, cada vez me sorprendo más de la capacidad creativa. Los que salen ahora siguen teniendo la poca vergüenza necesaria, el sellito ese que se va heredando. Y la gracia.

-¿Sigue acudiendo a la calle a ver agrupaciones?

-A mí me duele mucho la espalda (risas). No estoy para estar de pie. Escoñao, operado de tres hernias discales. No estoy del todo mal. Podría jugar al hula-hoop. Bueno, eso quizás sería un exceso.

-¿Hay alguna posibilidad de ver a Paco Leal otra vez cantando en la calle?

-Yo no he cerrado ninguna puerta. No lo descarto. Según como me coja el cuerpo. Lo mismo me animo un año.

-¿Qué opinión tiene sobre el cambio político que se ha producido en la ciudad?

-Estoy muy contento. Espero mucho de este alcalde y de la gente joven que ha entrado. Espero también no ser defraudado. Y ya veo que están tirando por el camino que tienen que ir. Y nos lo están allanando. Se ve más gente vendiendo en la playa, en los baratillos. Veo que está la gente más pobre comprándose su jersey en las rebajas. Y los que pedían tabaco ya lo están comprando de liar. Algo está ocurriendo. Están dando oportunidades o poniendo menos pegas a los que se buscan la vida. Hay que procurar que la gente recupere su dignidad. Y cuando se recupere la dignidad, a ver si se recupera las formas de vestir.

-¿Qué me dice?

-Aquí no nos vestimos, nos echamos encima cualquier cosa. Se ha perdido la finura y estamos llenos de catetos. Cuánta chancla, cuánta uña larga.... Mucha gente no avanza. El otro día se le cayó a una en la cola del Supersol el monedero con todos los dientes de leche del nieto. Toda la cola buscando los dientes. Mucha gente mayor muy torpe. Respeto hacia las personas mayores, sí. Pero que se pongan al día. Gente que le cuenta su vida a las cajeras y los demás esperando. Esta ciudad tiene un problema de formación, de actitud. Y se vanaglorian muchos de su ignorancia, eso es increíble. Hay mucha dejadez.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios