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Emilio Trigueros | Administrador de fincas

“Siempre he tratado de ser un solucionador de problemas”

  • Este gaditano que quiso ser psiquiatra es uno de los administradores de fincas más antiguos y reconocidos de la ciudad y, pese a tener 76 años, sigue esquivando la jubilación

Emilio Trigueros, en el patio e su casa que fue también la natal de Manuel de Falla.

Emilio Trigueros, en el patio e su casa que fue también la natal de Manuel de Falla. / Lourdes de Vicente

Emilio Trigueros Serrano sigue a los 76 años al pie del cañón como administrador de fincas. Pese a que tiene una enfermedad rara, la camptocormia, que le impide estar erguido sin ayuda, destila una energía absoluta y una fortaleza mental que le ayuda a seguir adelante con un negocio en el que dice que siempre ha actuado bajo el sentido de la fraternidad y la solidaridad.

—Usted lleva 50 años como administrador de fincas y fue uno de los fundadores del Colegio gaditano en esa fecha. ¿Cómo han cambiado las comunidades de entonces a las de ahora?

—Entonces estaban fundamentalmente constituidas por casas de vecindad y el resto eran de pisos. En las de vecindad , lo que hoy en día se llaman corralas, tenían algunos servicios comunes, que era un simple letrina, o la cocina y existía una gran hermandad de todos los vecinos. Al frente de la casa había una figura que era la casera. Normalmente era una mujer y se le respetaba y la temían todos los vecinos, porque era la espía de la propiedad e informaba a esta. Ella, a cambio de su labor, en la que entraba también el cobro, no pagaba la casa y no entraba en los turnos de limpieza. Eso era lo más corriente en aquel entonces. Era tercermundista y había infravivienda en casi todas las casas. Era una época de muchas necesidades, de racionamiento y en muchas casas había estraperlo.

—Era un sistema de vida mucho más humilde pero ha hablado de la fraternidad. ¿Hemos ganado en calidad de vida pero hemos perdido ese contacto y convivencia con los vecinos?

—Los vecinos se protegían y se cuidaban las comidas unos a otros y se compartía mucho. Cuando se pasa mal hay mucha más unión, la necesidad y la solidaridad van de la mano.

—¿Y a nivel profesional como ha cambiado desde entonces?

—Entonces había muy pocos administradores. Estaban Lepiani, los Ortega, Contreras y yo y poco más. Fiscalmente funcionábamos de manera que se establecía una cuota para pagar impuestos y que teníamos que distribuir entre todos. Para nosotros el maestro era don Miguel Fernández Melero, que era el que más sabía de arrendamientos. Existía entonces la Cámara de la Propiedad para los arrendadores o propietarios y la Cámara de Inquilinos, que era la que amparaba a los que alquilaban.

—¿Esa relación personal también se trasladaba a la hora de relacionarse con los clientes?

—Antes se pagaba más en las oficinas y estaban también los cobradores, que iban mensualmente a las casas, o estaba la casera. La relación era mucho más personal y directa.

"El propietario y el inquilino perfectos son aquellos que son capaces de ponerse en el lugar del otro”

—Usted dijo hace poco que había tratado de desarrollar su profesión siempre desde el sentido de la fraternidad y la solidaridad. Eso choca un poco con la imagen de que se les relaciona sólo con los propietarios.

—Yo siempre he tratado de defender la verdad. Cuando había algún problema con un inquilino siempre se trataba de buscar una solución de cara a los impagos. El problema no ha sido tanto el impago como la convivencia. He tenido la suerte de que casi todos los propietarios que tenía no dependían de la renta para vivir. La clientela ha cambiado y antes existía más ese perfil de propietario y ahora en muchos casos sí es su medio de vida. Tener un piso o una finca no significa que esté sobrado. Hay ocasiones en las que incluso el propietario está peor que el inquilino.

—Imagino que ustedes se llevarán tortas muchas veces por el propietario y el inquilino.

—Somos los malos de la película cuando en verdad somos un mero transmisor de los intereses. Antes estaba con propietarios que tenían ocho o nueve fincas y les hemos tenido solucionar problema de toda índole, hasta de los colegios de los niños. Básicamente siempre he tratado de ser un solucionador de problemas.

—Usted ha seguido manteniendo el negocio con pequeñas propiedades y no con comunidades grandes.

—Yo era administrador vertical. Esto lo que quiere decir es que la casa entera pertenecía a un solo propietario. En el momento en el que estos empezaban a fallecer, se transmitía a los herederos y ahí se pasaba a la propiedad horizontal, es decir, ya la finca no pertenecía a una sola propiedad. Al principio era muy normal pero conforme fue avanzando en el patio se fueron mezclando nueva gente y empezaron los problemas. Estaban por un lado los que propietarios que tenían la vivienda para vivir ellos y otros que eran los que la alquilaban, de manera que empezaban la lucha entre ellos. Y con todo eso no me sentía a gusto. Estar entre medio varios propietarios es muy complicado porque todos quieren que te pongas de su parte. Así que sigo siendo propietario en el sentido vertical y también pisos sueltos. Aquí solucionamos los problemas de toda índole, fiscales, jurídicos... Sólo nos faltan los sentimentales (risas). Nosotros nos involucramos mucho.

"Ser dueño de una finca no siempre lleva aparejado tener liquidez. A veces está en peor situación que el alquilado”

—Ustedes se tienen que haber encontrado con situaciones de todo pelaje.

—En Cádiz hay mucho arte y la necesidad va a aparejada al ingenio. Hay una anécdota y es que cuando vemos que se producen impagos, llamamos por teléfono a la persona en cuestión. En este caso, el interlocutor me hacía ver que me había equivocado de número. Cuando le insistí en que no me había equivocado al marcar, el otro decía que sí , tanto que me dijo que no tenía no siquiera teléfono, cuando precisamente lo estaba usando conmigo. Me dejó sin palabras y con una gran sonrisa en la boca.

—A su juicio, ¿quién es el propietario y el inquilino perfecto?

—En los dos casos es el que se pone en el lugar del otro, el que comprende y se pone en la situación de la otra parte e intentan llegar a un entendimiento. Hay que decir que en Cádiz la mayoría de la gente es cumplidora. La gente lo primero que hace es apartar el dinero para la luz, el Ocaso y la casa.

—En toda esta historia normalmente el propietario es el que lleva las de perder a nivel de imagen pública porque se le suele asociar a la parte más fuerte.

—Tener una finca o un piso no es sinónimo de tener dinero, tener liquidez. A veces puede constituir un problema.

"He tratado de mantener el legado de Falla. Las instituciones en Cádiz no han apostado por su figura”

—Usted quiso ser psiquiatra pero le echaba un poco para atrás el hecho de tener que estudiar Medicina. ¿Nos hemos perdido un buen profesional en este campo?

—Creo que hubiera sido un buen psiquiatra porque siempre trato de explorarme y autoanalizarme a mí mismo.Trato de encontrarle explicación a casi todas las cosas y eso me hace ser más comprensivo y entender que no todo el mundo tiene que pensar como yo. La mente influye en todo el cuerpo. Los problemas de los demás los hago mío y me involucro. Ojalá la fuerza mental que tengo la pudiera traspasar a los demás. Con los problemas de movilidad que tengo, si no estuviera tan fuerte mentalmente, no estaría trabajando.

—Tiene usted 76 años. ¿No le apetece jubilarse?

—Mi idea es que mientras pueda seguir haciendo cosas por mi ciudad y transmitírsela a las siguientes generaciones mejor de lo que yo la he recibido, encantado. Esa es mi finalidad y procuro que todas los que vienen detrás de mí se encuentran un mundo mejor.

—Tiene una relación muy estrecha con las carmelitas descalzas pero tengo entendido que su comienzo con ellas fue muy curioso.

—Ellas son como de mi familia. Efectivamente, mi primera relación con ellas fue a través de una travesura de niño porque yo era muy trasto. Disfrutaba haciendo pequeñas gamberradas y una de ellas era coger un gato de la calle y con él íbamos a comprar recortes. Cuando las hermanitas decían “Ave María Purísima”, pedíamos los recortes y le poníamos el gato en el torno y éste entraba en convento cuando lo giraban. Ya de adulto fui a pedir perdón a las religiosas y me convertí al final en una especie de tutor y protector de ellas. Es como si fueran mi familia. Cada vez que tienen que hacer algo, yo soy su solucionador de problemas.

—Usted vive y trabaja en la casa natal de Manuel de Falla y siente veneración por su figura. ¿No le entristece que siendo un personaje de tanta altura se le tenga un poco olvidado en la ciudad?

—Soy una de las pocas personas que tratamos de recordarlo. Yo aquí mantengo el legado. El suelo de la casa he procurado no modificarlo, mantengo el mobiliario casi como lo tenía entonces, etcétera. Me he interesado además en cómo vivía en la época. Esta es una casa con arte porque aquí nació Manuel de Falla y también residió el pintor Francisco Prieto. Pero sí, me da mucha pena que no se le reconozca. Yo he dado muchas facilidades a las instituciones para tratar de desarrollar algún proyecto pero la verdad es que nadie apostó por ello. En Granada sí lo han hecho. Cada 23 de noviembre que celebramos la fecha de su nacimiento, sólo viene el Ateneo.

—Usted fue la tercera generación de administradores de fincas y ya tiene también a su hijo en la misma y su mujer también se incorporó al negocio.

—He tenido la suerte de tener una magnífica compañera que siempre ha estado conmigo al pie del cañón hasta renunciar a la vida profesional que tenía y gran parte de mi riqueza espiritual es por ella. Siempre he estado muy bien rodeado aquí en el trabajo y en mi vida personal. Tengo dos hijos y cinco nietas y, además, cuento con mi consuegro Antonio Barra, que me ayuda con la enfermedad rara que tengo, y el padre Balbino como director espiritual. A mis hijos he intentado trasladarle la honradez y la responsabilidad, el trabajo y la humanidad.

"Siempre he sentido predilección por los personajes de Cádiz que se han salido del molde”

—¿Siente predilección por los personajes de Cádiz?

—Con la esencia de Cádiz sin ser gadita. A todos estos personajes les he tenido un gran cariño, a la gente que se sale del molde les tengo una gran admiración y respeto. Pirri, Paco Ramos, Miguel Quintana conocido como ‘Miguel el Lengua’, Gabriel el de los Tarantos, Paquito La Rosa, Miguel el Pelón, la Manolina, Adolfo el Niño Lucas, Emilio Sancho el del Picola, donde entonces tenía mi otro cuartel general... Esa gracia de Cádiz se está perdiendo y uno de los puntos donde la encuentro es en el Terraza de Pelayo, con la gente que allí nos encontramos.

—¿Se considera ejemplo de algo?

—Yo sólo soy aprendiz, estoy en continuo aprendizaje. No me considero ejemplo de nada ni jamás estoy en posesión de la verdad absoluta.

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