Doctor Enrique Alonso Redondo

21 de noviembre 2012 - 01:00

Algunas personas son tan grandes que, si no eternamente, sí merecerían vivir más años de los que vivimos los que no lo somos tanto. Me refiero, en estos momentos, al doctor Enrique Alonso Redondo, ese médico cuya dimensiones humanas y competencias profesionales eran tan elevadas que es una pena que, tan pronto, se nos haya ido. Porque, efectivamente, su fallecimiento representa una irrecuperable pérdida para sus familiares, para sus compañeros y para sus pacientes. No es extraño, por lo tanto, que su mujer, Carmen, sus tres hijos, Almudena, Javier y María, y hasta su nieta Marta, hayan experimentado cómo, físicamente, su vidas se oscurecían, cómo sus espacios se reducían y cómo los objetos y los episodios perdían una parte notable de sus significados. Y es que Enrique constituía el pilar que sostenía la existencia de todos ellos.

Es comprensible que sus compañeros sientan, además de dolor, ese vacío desolador que producen las mutilaciones de partes importantes de nuestro organismo porque, como cuenta con amarga tristeza la doctora Pilar Moreno, este "pequeño gran hombre era un trabajador incansable y un líder estimulante que, con sus ideas claras y, sobre todo, con su tenaz trabajo, no sólo hacía que funcionáramos como un conjuntado equipo, sino que, además, aceptando y valorando cualquiera de nuestras pequeñas sugerencias, él lograba que cada uno nos sintiéramos como los principales protagonistas de nuestras delicadas tareas". La doctora María Jesús Palomo también pone especial énfasis en esta misma idea y explica la habilidad de Enrique para que "todos nos creyéramos importantes".

Sin duda alguna, a quienes también ha impresionado su fallecimiento han sido sus pacientes porque el doctor Alonso, me dicen, era un médico dotado de singulares cualidades y de inmejorables condiciones para interpretar el sentido del dolor y del sufrimiento, del goce y del bienestar, del cuerpo y el espíritu, del amor y el desamor, de los temores y de las esperanzas, de la vida y la muerte. Si sus palabras alcanzaban "efectos terapéuticos" es porque, antes de prescribir, escuchaba, miraba y atendía para lograr penetrar en el fondo íntimo de cada una de las dolencias. Y es que él partía del supuesto de que los pacientes son los protagonistas del diálogo clínico e, incluso, los principales artífices de la evolución de sus dolencias. Efectivamente, ha fallecido un gran hombre. Con Carmen, con Almudena, con Javier, con María y con Marta, somos muchos los que lloramos su fallecimiento. Que descanse en Paz.

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