Doce meses en tres barrios
Un recorrido por el núcleo vecinal más alejado (Puntales), el más nuevo (Astilleros) y el más 'podemita' (Santa María) ¿Qué es lo que ha cambiado para ellos en un año?
"Para que la ciudad funcione hay que solucionar los problemas inmediatos de los ciudadanos o, por lo menos, hay que poner los cauces para ello". Estas fueron las palabras que José María González Santos, cuando todavía le llamaban Kichi y no alcalde, manifestó a este periódico hace un año. Doce meses después el alcalde sigue llevando la libreta en la que apunta las quejas de los vecinos, lo que no ha evitado que hasta en dos ocasiones haya conseguido poner en pie de guerra a las más de 30 entidades vecinales de la ciudad. La pregunta es si este primer año de legislatura, de gobierno en minoría, ha transformado en algo la vida de los barrios; si, en definitiva, se han solucionado los "problemas inmediatos de los ciudadanos". Tomamos como muestra tres barrios escogidos por ser el más apartado, el más nuevo y el que mayor respaldo dio en las elecciones a la formación del actual alcalde. Paseemos.
Puntales, el más alejado
"Aquí viene el que se equivoca", dice con una sonrisa Vicente, un vecino de esta cuadrícula que durante décadas fue un barrio aislado por las vías del tren y la central térmica, de la que queda la gran torre metálica, que es como una especie de escudo de este enclave donde sus habitantes han aprendido a arreglárselas solos.
La actividad se realiza en torno a la plaza que tiene en la esquina el antiguo club náutico como un cadáver en forma de cubo, tapiado después de que fracasara el último intento de transformarlo en hotel en una subasta que volvió a quedar desierta. Ahora no es nada y algún gracioso pintó sobre el cemento fresco un recordatorio de la Constitución de 2012, cuyo bicentenario pasó por aquí como parece pasar todo lo demás, de largo o por equivocación.
Pese a ello, como dice su barrendero, que no vive aquí pero como si viviera, Puntales es un barrio limpio, "de los más limpios de Cádiz. Aquí los vecinos son muy de su barrio y se preocupan de que esté decente, aunque nadie venga a verlo".
La principal novedad en estos últimos doce meses en Puntales es La Escollera del Alcázar, el restaurante que ha abierto Fabián, criado en Puntales, pero que ahora vive en El Puerto. Desde diciembre, junto al nuevo Club Náutico, aquí se sirven algunos de los mejores pescados que se pueden comer en Cádiz. "Nuestro gran problema sigue siendo la ubicación. Se adecentó un poco el barrio en los primeros años de Teófila, pero luego se volvieron a olvidar de nosotros y así seguimos", aunque la hemeroteca habla de la última actuación en Puntales justo antes de las elecciones, cuando se urbanizaron dos calles. "Es verdad -admite Fabián- que desde que instalaron el Mercadona en la frontera nos sentimos menos solos, pero vamos, que la gente viene al Mercadona y no entra en el barrio, claro".
Será como una reivindicación, puede uno pensar, de autogestión que los vecinos del barrio mantienen vivos sus tres supermercados, por lo que si los del Mercadona no entran, ellos no salen. Aquí está su Covirán, El Súper del Barrio y un colmadito muy cuco que lleva por nombre Puntales City. Aunque, eso sí, nos recuerdan que fue una pena que cerrara el ultramarinos.
María comenta, mientras guasapea, que la llegada del nuevo gobierno no se ha notado en el barrio. "Aquí no conocemos a ningún concejal". Pero alguien debió pasar por aquí alguna vez porque el único cartel electoral que pervive de las elecciones del pasado diciembre es uno amarilleado con la cara de Pablo Iglesias sonriente, junto al homenaje de la fuente a Rafael Alberti. Y también porque fue en Puntales donde José María González y Fran González alcanzaron un acuerdo para arrebatar la alcaldía a Teófila Martínez. Pero María insiste: "Yo creo que hasta estamos más olvidados que antes. Nos quitaron la playa y el parque está hecho un asco".
El parque es la autodenominada zona de juegos El Campillo, junto a la antigua central térmica, que recibe con un recordatorio: "Cuidemos el barrio, forma parte de nuestra vida". Apostaría, y fuerte, que hace meses que no pasa por aquí cerca un jardinero, aunque no hay mucho jardín que cuidar, y su aspecto es, como mínimo, desangelado.
Preguntamos a otro vecino antes de irnos, el de la motillo con el pescado. No diremos el nombre porque se va a poner a rajar de lo lindo: "¿Que si algo ha cambiado? Claro que ha cambiado. Que hay más guardias que nunca quitándonos el pescado. Mucho Podemos mucho Podemos. Podemos quitaros el pescao".
Salimos por la calle Tomás Haynes, que recuerda al fundidor de hierros, pasando ante un cartel que anuncia una asamblea de demandantes de viviendas. En la campaña electoral vino por aquí Teófila Martínez y prometió viviendas para jóvenes. No han vuelto a saber nada de esto a la sombra del mamotreto abandonado del antiguo club náutico.
Astilleros, el más nuevo
Si un barrio ha cambiado en Cádiz en estos doce meses, ése es precisamente el último barrio en levantarse, Astilleros. El puente. Se abrió el puente. Y entraron los camiones. Y los vecinos se quejaron. Las demandas de estos vecinos fueron expuestas en su día al nuevo gobierno municipal por el presidente de su asociación, Luis Arenal, que considera que al barrio le sucede algo parecido a lo que le pasaba a Puntales en la otra punta. Es decir, el aislamiento. Por eso solicitan una línea 8 de autobuses. Pero de momento no hay línea 8. Tampoco un punto de atraque para un catamarán que los conecte con Río San Pedro. Ni más aparcamientos. El Ayuntamiento ya les dijo que de dinero tenían poquito.
A cambio, en Astilleros tienen varias joyas. Su piscina, por ejemplo. O, sobre todo, a juzgar por la cantidad de mujeres que se pueden ver con mallas de aerobic y zapatillas de deporte, su gimnasio abierto 24 horas. Además, el paseo que avanza a ritmo adecuado para cruzar el puente y que se ha convertido en una de las estampas más pintorescas y postaleras de la ciudad.
Lo que no está para postales es el parque botánico Celestino Mutis, aunque algún remedio le está poniendo el Ayuntamiento al cambiar unas mesas fijas y metálicas de parchís totalmente desvencijadas y oxidadas por otras que, de momento, no tienen parchís. Un columpio roto y el corcho de las otras atracciones cubierto de una arena costrosa, ya con solera, que debe dejar más de una rasgadura de rodilla. Hay cierto descuido en el cuidado del parque, con malas hierbas que hacen su agosto en primavera. Y los protectores solares para los merenderos, que en el Ayuntamiento les dijeron a los vecinos que a lo mejor, no están por ninguna parte.
Santa María, el más podemita
El barrio de Santa María se rehabilitó, principalmente con fondos europeos, a principios de este siglo, cuando el actual alcalde era un estudiante universitario que se ganaba un sueldecillo como hamaquero de la playa de Santa María del Mar. Santa María, barrio, no playa, era entonces el barrio de la infravivienda, de los baños comunales. Y, en buena medida, de la droga. La actuación pobló el barrio de logos de la Junta de Andalucía como antes se poblaban de yugos y fechas. Eran las viviendas sociales del nuevo tiempo. Conviven con Hércules multitud de anuncios de cerrajeros y de pegatinas que se proclaman antifascistas .
Ahora un paseo por Santa María, como el que hacen muchos turistas embelesados, es también un recuento de inmuebles tapiados, a los que el tiempo va desgajando de esplendores, los de los lejanos años del trasiego de barcos y las casas de contratación. De aquellos esplendores en demolición queda esta antigua lavandería industrial reconvertida en mercadillo de chatarra. Aún están , destripadas, las grandes lavadoras que atrapaban y revoleaban el ajuar de los barcos.
Fernando, el Media Barba, como recuerda él que es conocido en todo Cádiz, es el último náufrago de este simposio de quincalla. A su lado, su bicicleta, con una imagen de Pablo Iglesias en el sillín, extraño lugar para el agasajo. Ya a sus 70 años mantiene un magnífico humor negro y gamberro y augura que todavía tendrá tiempo de ser "el primer fusilado de la nueva dictadura". Rojo confeso de toda la vida, sólo dirá cosas buenas del nuevo gobierno, aunque concreta poco en este escenario de desmantelamiento industrial que funciona como un desolador simbolismo. Por ejemplo, "mira, esa casa de enfrente, diez años abandonada y ya le están metiendo mano".
A su lado está Ángela, sobrina de El Millonario, criada entre "chuches y bromas" que habla con el alcalde por facebook y le pidió que limpiara un poco el barrio. "Y me hizo caso". Le hago la observación de que en las calles hay un montón de cagadas de perro y lo reconoce: "Es que hay mucho guarro, pero aquí vienen a limpiar por la mañana. Lo que pasa es que luego lo ensucian, pero el barrio está mucho mejor que hace un año, dónde va a parar".
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