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¿Los Chefs fuman?

  • Alcohol, cannabis y drogas en la alta cocina española

En la actualidad, la experiencia gastronómica constituye un modelo de prestigio, un nuevo indicador de posición social. La jerarquía del paladar es todo un sistema que trasciende lo económico de manera que las personas con reputación y relevancia en este ámbito deberían también tener una responsabilidad social. El liderazgo social no debería estar solo encaminado a la rentabilidad empresarial y al lucro. Estos líderes son depositarios de una gran confianza colectiva. La gente cree en los chefs y ellos tienen la responsabilidad de devolver ese enorme capital.

Hace unos años Jesús Quintero me confesó que nunca se prostituiría aprovechando su relevancia social para hacer un anuncio televisivo de productos comerciales. Ni de galletas, ni de lavadoras, ni de centros dentales. Su dignidad profesional, algo muy escaso en estos tiempos, estaba por encima de la supervivencia a cualquier precio.

Hoy vemos a los Chefs condecorados, prostituidos por las marcas, patrocinados y llenos de medallas como nuevas estrellas del firmamento culinario. La industria televisiva ha convertido a los cocineros en la vanguardia creativa de la misma manera que la Sexta TV convirtió a un grupo de profesores de la Complutense en la nueva alternativa política de este país.

Algunos chefs se ven a si mismos como pensadores, como Newtons de la gastronomía en una competencia por la sofisticación en climas opresivos y militarizados, ¡Si, Chef!. Solo falta que el próximo gastroreality exija a los concursantes castidad, obediencia y pobreza como los nuevos votos monásticos por una fama efímera y vanidosa que solo conduce a la destrucción.

Hay que reconocer que detrás de la nueva burbuja gastronómica existen unos pocos cocineros que consiguen innovar, que quieren pensar de otra forma y transformar sus creaciones efímeras en nuevos lenguajes creativos de dimensiones críticas y originales en un trabajo inteligente. Estos han pasado de meros recolectores de emociones al pensamiento de base intelectual para atraer al público más sutil.

Como planteó Richard Hamilton, para muchos el autor intelectual de El Bulli, lo más extraordinario de Ferrán Adriá fue su sensibilidad poética, el hecho de que había una cualidad lírica en lo que hacía. La genialidad de Ferrán residió en su intención de desarrollar y refinar un lenguaje hecho con lo que comemos.

Pero estos casos son escasos y la realidad es tozuda. Los chefs malotes tatuados se sienten orgullosos de su fracaso escolar y abundan por todas partes como una plaga.

Por eso cuando se frecuenta los estrellas Michelín cabe preguntarse ¿Los chefs fuman cannabis? ¿Necesitan de la lucidez creativa que otorga el peligroso juego de la drogas?

En la Grecia Clásica existió la enoética en el diálogo platónico y el debate entre vino y libertad de palabra iba enlazado con el dominio de si, el control de sí mismo. El justo término medio socrático planteó el dilema de la lucidez y la ebriedad de la misma manera que Freud en 1884 consumía cocaína y reivindicó su uso en su ensayo Über coca como elixir de la vida. El polvo blanco deslumbró a la sociedad austríaca y a la comunidad científica de la época.

Del mismo modo en el siglo XX Jean Paul Sartre no hubiera sido el mismo si no hubiera mantenido el frenesí creativo y su intensa vida social que le procuraban las drogas y, en especial, las anfetaminas. La escritora Dorothy Parker escribía bajo los efectos de la bebida y no sólo la transformaba en superviviente de sí misma, sino en un auténtico desafío al poder neoyorquino de la Ley Seca.

Si los grandes pensadores, escritores, filósofos y científicos de todos los tiempos han necesitado de las drogas y del alcohol como instrumentos para la creación, ¿qué nos impide pensar que detrás de un gran chef de prestigio no hay una creación psicotrópica?

El consumo en privado de drogas en España no es un delito porque la ley no es otra cosa que una norma social para la convivencia entre todos. ¿Se acuerdan del porro constitucional a medias en el Congreso entre Adolfo Suárez y Felipe González? Lo que un tiempo era tolerado por la sociedad en otro puede ser punible.

Es posible que la vanguardia creativa gastronómica se drogue para mantener intacto sus valores, para conservar sus brotes inspiradores pero también deberían cultivar las metáforas y su imagen poética. Para que el nuevo EatArt conserve su función creativa y la gastronomía sea realmente un arte hay que convertir el hecho culinario en un dispositivo reflexivo y reconstruir los puentes entre saber y sabor, entre cocina y filosofía para conseguir una nueva inteligencia gastronómica.

Los canutos inspiran, pero bien maridados con la poesía de Ángel González y Gil de Biedma nos aportarían creativos gastronómicos más fascinantes.

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