8M / en negro sobre blanco
  • Las gaditanas de los siglos XVIII y XIX tenían un marco más propicio para hacer llegar su voz pero eran tan sólo toleradas

Cádiz, las mujeres y las letras como espacio de libertad

Ilustración de Miguel Guillén sobre las librepensadoras gaditanas. Ilustración de Miguel Guillén sobre las librepensadoras gaditanas.

Ilustración de Miguel Guillén sobre las librepensadoras gaditanas. / Miguel Guillén

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

"Es difícil remontarse a la época en que por primera vez las mujeres en España eligen la opción de escribir para poder ser escuchadas, porque se conocen testimonios de mujeres que escriben en la Edad Media –comenta la historiadora de la UCA, Marieta Cantos Casenave–, incluso en contra de los discursos que cuestionaban la capacidad de las mujeres para escribir. No menores fueron los prejuicios contra los que hubo de luchar Teresa de Jesús en el XVI y María de Zayas en el XVII, que se queja de que las mujeres no reciban educación para reforzar el entendimiento natural que las mujeres poseen”.

Ah, la educación. Las mujeres que se mancharon de tinta en las diferentes épocas tenían, además de su sexo, otro rasgo en común: ser de clase alta. Y es que, entre los aires que trajeron la Modernidad y la Ilustración, estaba el valor de la educación: “Las mujeres instruidas de esos siglos pertenecían a una élite cultivada, que tenía a su alcance bibliotecas, y estaban habituadas al uso y lectura de los libros –contextualiza la también historiadora Gloria Espigado–. Es un camino que surge de manera bastante natural y lógica. Ahí tenemos casos como el de madame de Staël, que tuvo los mismos instructores que sus hermanos. De ahí nacía una curiosidad y un interés por aportar algo al conocimiento general. Se sintieron apeladas a cultivarse, a formarse y divulgar lo que sabían”.

Al respecto, es significativo el caso de la misma Frasquita Larrea. Aunque se dice que se educó en Gran Bretaña, para el especialista José Luis Aragón es más seguro que su formación fuera –habiendo fallecido su padre– “autodidacta, en su propia casa”, aprendiendo inglés y francés, literatura y ciencias naturales. “Para Frasquita –continúa– era importante expresar sus inquietudes, lo que llevaba dentro, tener una opinión propia: en este sentido, le sirvieron mucho las tertulias. En la época, muchas mujeres leían, pero no todas podían expresarse escribiendo”.

La pregunta lógica es qué hacían esos padres que veían acercarse a sus hijas a las bibliotecas: ¿asumían las temidas consecuencias o más bien era un efecto no calculado en la educación de las bellas? “Había de todo –indica Espigado–. La construcción del ángel del hogar es un producto un poco de esa diferenciación sexual que surge de la Ilustración, que te dice que hombres y mujeres se complementan, y esa educación marca mucho a las élites sociales y la proyectan en sus hijas. No toda esa proyección es igual de intensa: podría haber familias de la élite burguesa que buscaran una educación como adorno de casaderas, pero también profesionales liberales más abiertos y acordes con los tiempos; no todas las mujeres se casaban y podía estar bien buscar una oportunidad profesional. Desde luego, la inteligencia de muchas de ellas les hacía transgredir el modelo”.

En la importancia radical de la educación en la emancipación femenina incidirá Josefa Amar al publicar su Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres (1790). “Para esa fecha –prosigue Marieta Cantos–, Frasquita Larrea estaba escribiendo y traduciendo. Un recurso, el de la traducción, que permitió a muchas escritoras dar al público su voz aunque fuera en prólogos o comentarios añadidos a las obras que traducían. El caso de Frasquita Larrea es también el de otras mujeres como María Manuela López de Ulloa, que solo dieron el paso de publicar sus textos cuando la guerra contra Napoléon exigió que también se diera la batalla en papel”.

El papel de tertuliana ofrecía una especie de tercera vía: “No sólo las mujeres eran impulsoras de otros –puntualiza, desde el Departamento de Filología de la UCA, Beatriz Sánchez Hita–, sino que la tertulia es un espacio social y político que encaja con el rol que se asigna a la mujer durante el XIX y en gran medida resulta acorde a la instrucción dada a las jóvenes. Con todo, en etapas como las de la Guerra de la Independencia o el Trienio Liberal, donde la política marca todas las actividades, es sin duda interesante el considerar que esas tertulias jugaron un papel como actores de acción política”.

Beatriz Sanchez Hita: "La tertulia era un espacio social y político que encajaba con el rol asignado a las mujeres"

“El mismo modelo de feminidad te va a decir que tu papel es más de mecenas o de potenciadora –coincide Gloria Espigado–, el acoger a esas celebridades masculinas en casa. Pero las mujeres tenían un protagonismo inexcusable y claro. Tanto Frasquita como López de Morla eran mujeres con criterio. Aparentar ese segundo plano no ignifica que no tuvieran un papel y una iniciativa”.

De lanzarse al ruedo, las mujeres “literatas” sabían que el marisabidilla iba a ser el sambenito más recurrente, junto poetisas, mujeres varoniles… “Es indudable que las mujeres que escribían eran vistas como bichos raros, y aunque hubo escritoras que dieron un paso al frente con absoluta valentía, como Emilia Pardo Bazán, la crítica no la trató con justiia”, añade Marieta Cantos.

En la época de la Guerra de la Independencia, vemos cómo los distintos periódicos usan la condición sexual en la confrontación política. El caso más llamativo, indica Sánchez Hita, es el de Carmen Silva: ella se hace cargo de El Robespierre Español cuando encarcelan a su marido, y sus detractores “ insinúan que si muriese su marido, no tardaría en buscar otro soporte. Con la escritora conservadora María Manuela López hablan de la influencia de su confesor en sus creaciones”.

“También –señala Gloria Espigado– estaba el tema de la competencia: muchos escritores se sentían amenazados. Ten presente además que cuando escribían estas mujeres, inevitablemente, evidenciaban el malestar de su sexo”.

“Si atendemos a los comentarios que hicieron Alcalá Galiano y otros coetáneos tanto sobre Frasquita Larrea como sobre Margarita López de Morla es fácil ver que, en general, los hombres no veían bien la incursión de las mujeres en la vida pública –añade Cantos Casenave–. A pesar de que tanto Margarita como Frasquita tenían una preparación intelectual excepcional, su intervención pública no fue más allá del periodo excepcional de la Guerra de la Independencia y de la Constitución de 1812. El decreto de libertad de imprenta de 10 de noviembre de 1810 tuvo poco recorrido y, después de su derogación, a ellas les quedó menos espacio aún para publicar”.

Marieta Cantos: "Incluso en casos como los de Frasquita o López de Morla, vemos que sólo intervinieron públicamente en un paréntesis histórico"

Siguiendo esta línea, el aparente recurso del seudónimo no es tan aparente como se podría suponer. Beatriz Sánchez Hita anima a tener en cuenta los casos de “travestismo literario, que fueron frecuentes en los siglos XVIII y XIX: no todo lo firmado por una mujer o un hombre era obra de estos”. En prensa, suele ser complicado “discernir si quien escribe es una mujer o un varón”, continúa, subrayando que hoy día siguen existiendo “reticencias a aceptar que tras un seudónimo femenino se encuentre realmente una mujer y no un hombre. Estoy pensando en el caso de 'La Pensadora Gaditana', Beatriz Cienfuegos, sobre la que pese a las investigaciones realizadas por Cinta Canterla que parecen inclinar la balanza a que se trata de una mujer (Beatriz Manrique de Lara y Alberro), y no de un clérigo, siguen leyéndose trabajos donde se cuestiona que tras el seudónimo pueda haber una mujer y no un varón”.

Escribir bajo seudónimo era una moda que practicaban ambos sexos, coincide Gloria Espigado, “las mujeres podían asegurarse además una entrada a la hora de plasmar contenidos escabrosos o complicados: pienso en Matilde Cherner, que firmaba como Rafael Luna, y que hablaba de cosas como la prostitución. Pero incluso ahí, todos los sabían”.

Está, desde luego, la cuestión de “lo propio”: qué era lo que habían de cultivar las mujeres, dada su condición. Dentro de la literatura, los géneros relacionados con la sentimentalidad, como la lírica o la novela, serán considerados más idóneos, una creencia que perdurará en el XIX, indica Marieta Cantos. Pero la existencia de una escritura específicamente para mujeres y para hombres se ve mejor, opina Gloria Espigado, en prensa: “El capitalismo ve en seguida un nicho para colocar además un artículo comercial, y con ese producto vamos a tratar de perpetuar el modelo que pensamos que es idóneo”. “Incluso se invita a participar a las lectoras, no necesariamente con la intención de que lo hiciesen –indica Sánchez Hita–. En estos periódicos sí podremos localizar una participación habitual de escritoras”. De hecho, no había cabeceras “para hombres”: estaba la prensa generalista, “normal”, y la dirigida a un público femenino. En entregas del corte de El correo de las damas (1804-08), de José Lacroix, vamos a encontrar muchos de los contenidos “que se repetirán en la prensa para mujeres del XIX: trucos domésticos, poemas, cuentos y novelas impregnadas de moralina que contribuyen al asentamiento doméstico. Incluso entre aquellos que defienden la formación femenina –prosigue Sánchez Hita–, sitúan su campo de acción en el hogar”.

Gloria Espigado: "La brecha abierta por 'los pensiles' va a ser reconocida por las periodistas del XIX, que los tienen como modelos"

Las publicaciones periódicas dirigidas por mujeres llegarán también en el XIX, aunque casi siempre hay detrás un marido un padre u otro hombre que financie y ampare. Cantos Casenave menciona cabeceras como Cádiz (1877), de Patrocinio de Biedma o Asta Regia (Jerez, 1880), dirigida por Carolina de Soto y Corro.

¿Era la cacareada ciudad de las libertades, en fin, un espacio más amable para las mujeres que quisieran hacer uso de su voz o no más que cualquier otro? Para Gloria Espigado, concursan dos factores: una normativa de género cada vez mas definida y una ciudad que era de las más cosmopolitas del país, “con una burguesía procedente de muchos lugares (irlandeses, italianos…), donde el contacto con una economía global con América y el resto de Europa está muy presente. En principio, son elementos favorables para que ciertas mujeres se sientan arropadas por ese entorno. Hay ciertos factores que juegan a favor de esa transgresión y vinculación al ámbito de las letras o de la prensa”.

Para Sánchez Hita, mientras la escritura “no sobrepasara ciertos límites o fuese un complemento más, y no una profesión propiamente dicha, no debía suponer demasiados problemas”. No sólo había creadoras, sino también traductoras, como Margarita Rickey, María Antonia del Río y Arnedo o María Josefa Amar y Borbón. “No obstante, cuando en sus obras deslizan o exponen críticas a la situación de la mujer o a las diferencias entre géneros tienden a ser silenciadas”, añade.

Y si te decidías a jugar en serio al negro sobre blanco siendo mujer, el precio podía ser alto. “Algunas morían en el más absoluto anonimato y la pobreza –indica Gloria Espigado–. Pero ellas sentían que debían afrontar ese desafío”.

Así, “hubo prensa dirigida y escrita por mujeres que se salía fuera de la prensa de salón y moda –contribuye Beatriz Sánchez Hita–. Librepensadoras como Amalia Domingo Soler o Belén Sárraga: la prensa que estas mujeres editan está unida al progreso y a la modernización de la sociedad española, y lo que se pretende es mejorar la condición educativa, laboral, de igualdad jurídica y legal de las mujeres en España”.

Entre los nombres de las rupturistas, quizá los ejemplos más absolutos sean los de Margarita Pérez de Celis y María Josefa Zapata, promotoras a mediados del siglo XIX de El pensil de Iberia, El pensil gaditano y La buena nueva. “Todos ellos –explica Gloria Espigado– eran periódicos muy modernos, con piezas relacionadas con lo que entonces se entendía como progreso, como el socialismo utópico y las ideas fourieristas, centrándose en los derechos de las mujeres a partir de la igualdad y la libertad. Tenían un carácter emancipador, querían mejorar la realidad mejorando la situación de las mujeres. Un modelo que las periodistas de la última parte del XIX van a continuar, reconociendo en los pensiles el origen de los testigos que ellas recogen. Margarita de Celis es una mujer que se sitúa siempre en el margen y en la transgresión abierta, vinculada a republicanos, internacionales y círculos espiritistas”.

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