Agustín Rubiales, el constructor humanitario
Gaditanos de perfil
Un pionero en la ayuda a los desahuciados.
TIENE un gran corazón para ayudar a los demás. Es un hombre admirable, que lo pasó muy mal en otros tiempos, que se hizo a sí mismo como constructor, pero que nunca olvidó sus orígenes y ayuda siempre que puede. Su biografía es un mensaje de esperanza.
Agustín Rubiales Plaza (Cádiz, 1957) nació y vivió sus primeros años en la calle Sacramento, 73, cerca del Falla. Su padre, Francisco Rubiales Arévalo, trabajaba en la construcción con sus hermanos. Tuvo 14 hijos: dos con su primera mujer, y 12 (entre ellos Agustín) con Carmen Plaza de la Torre, que fue su segunda esposa.
Agustín entró en el colegio público de la calle San Rafael. Allí permaneció hasta los 14 años, cuando dejó de estudiar y se fue a trabajar como aprendiz de albañil. Cuando falleció su padre, no le dejó nada. Vivía de su trabajo.
Desde su adolescencia, Agustín Rubiales tuvo una ajetreada vida laboral. A los 16 años trabajaba en una contrata de Astilleros, sin seguros. Falsificaron los datos para aparentar que era mayor. Después trabajó en la droguería Admirable, de la calle Bécquer, y en los almacenes Oliva. Su siguiente empleo lo consiguió en la empresa de contenedores Sealand.
A los 18 años, cuando trabajaba en esa empresa, su vida experimentaría un trance difícil. A esa edad se casó, en la parroquia de San José, con Salvadora González Bauzamayor, que se había quedado embarazada. El niño, que se iba a llamar Francisco, nació el 24 de septiembre de 1975 en la Residencia Fernando Zamacola. Al día siguiente, lo llamaron para decirle que el bebé había fallecido. Le pidieron que no lo viera, para no sufrir más. Agustín era un chaval de 18 años, ingenuo, que entonces no tuvo ninguna sospecha; pero, con el tiempo, le quedó la duda de qué pasó realmente aquel día. Por eso, es socio de SOS Bebés Robados. Actualmente, el matrimonio tiene tres hijos: Sonia, Arturo y Agustín (los dos varones trabajan en la empresa de construcción con él). A los 60 años recién cumplidos, ya es abuelo de siete nietos. Su madre tuvo 39 nietos.
Cuando se casó, vivió en una habitación de 14 metros cuadrados en la Casa Lasquetty, en el barrio de Santa María. En aquel tiempo, era una infravivienda, en la que los vecinos malvivían. Agustín, como uno más, bañándose en una bañerita el matrimonio y su hija. En la habitación no podían guisar. Tenían una nevera, en la que a veces sólo había agua. Allí vivió 15 años, los de su juventud perdida, hasta que cumplió los 33.
Se iba a trabajar al muelle, a los camiones frigoríficos, donde le pagaban entre 700 y 300 pesetas. Echaba peonadas en las obras de Simago, donde trabajó de albañil. Al menos, se libró del servicio militar, que le había tocado en San Clemente de Sasebas (Gerona), cerca de Figueras. Allí vio a Salvador Dalí y le preguntó una dirección sin saber quién era. Un alférez le ayudó a pedir que lo eximieran y así regresó a Cádiz.
Después fue fontanero. Con esa profesión empezó a mejorar sus ingresos. Trabajaba para el patronato de casas militares. Así empezó a ahorrar y a madurar el proyecto que cambiaría su vida: crear su empresa de construcción.
Cuando empezó a trabajar por cuenta propia en el sector, se hizo contratista del Estado. Sobre todo trabajó para el Ministerio de Defensa. Consiguió obras en Cádiz y en la provincia, en Madrid, en Canarias (sobre todo en la isla de Tenerife), en Ceuta y en Melilla.
Al principio, los bancos le daban préstamos con un 15% de interés, pero aún así pudo ahorrar y levantar su empresa. Además, se especializó en la rehabilitación de edificios del casco histórico. Ha participado en obras que financiaron la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Cádiz. Construyó y rehabilitó en los barrios de Santa María, La Viña y el Mentidero. En algunos casos, con la sociedad Cádiz en Progreso, que constituyó con Antonio Rivas.
No obstante, su empresa siempre ha sido personal, con su nombre por delante. En los tiempos de esplendor de la construcción ha llegado a tener más de 130 trabajadores. En Canarias ha realizado muchas obras, más que en Cádiz, en edificios y en cuarteles.
Su ayuda a los demás ha sido constante. El caso más mediático fue el de Joaquín y Josefa, aquellos mayores de Sevilla, desahuciados por su propio hijo. A él le dolió, porque también fue desahuciado de la Casa Lasquetty en su juventud. Les ofreció un piso en Santa María, 8 (esquina a Teniente Andújar). En otros tiempos había allí un almacén donde adquiría alimentos de fiado para su familia. Pasados los años, compró el edificio a la misma persona.
A esa casa fue también la familia desalojada en Benjumeda, 35. Se enteró porque era el primer desahucio del nuevo Ayuntamiento, en junio de 2015, y acudieron el alcalde y varios concejales. Agustín contactó con la familia discretamente y solucionó el problema.
Casos como esos tiene muchos. Por ejemplo, el de José Manuel Delgado, un sin techo de la plaza de las Tortugas que fue ingresado con cáncer en el Hospital Puerta del Mar. Fue a verlo y le ofreció un piso en la calle Pericón de Cádiz, donde había vivido María la de la Yerbabuena. Su cara de felicidad era increíble. Sólo vivió allí un mes y medio, hasta que falleció.
Agustín Rubiales es el mismo que vio a un indigente tirado en el suelo en la calle Compañía, con mucho frío, y le regaló el anorak que llevaba puesto y le dio 50 pesetas. O el que empleó a dos presos, a los que pusieron en libertad para hacer unas obras en el Parisién de la plaza de San Francisco.
Ha recibido infinidad de premios de peñas y entidades a las que ayuda. En 2011 fue elegido Rey Mago en Cádiz, encarnando a Melchor en la cabalgata, junto a Antonio Téllez (Gaspar) y El Junco (Baltasar). Miriam Peralta fue la Estrella ese año, y Paco Baena el cartero. En 2011 también fue nombrado Gaditano del Año.
Actualmente, es el presidente del Aula de Cultura del Carnaval de Cádiz, elegido en octubre de 2016. También ha ayudado con los patrocinios a muchas agrupaciones. Le han propuesto ser presidente del jurado del Carnaval, pero no quiso para no perder amigos. Por el contrario, fue jurado para le elección de la reina del Carnaval de Tenerife. Porque también es un gran carnavalero de Tenerife y contribuyó activamente al hermanamiento.
Pertenece a la Asociación de Amigos de Tierra Santa, en la que es vocal de peregrinaciones y viajes. Asimismo ha ayudado a muchas cofradías en obras benéficas y asistenciales. Especialmente a La Palma. Así lo atestiguan la multitud de cuadros de imágenes, con agradecimientos y homenajes, que tiene en su oficina de la calle Hospital de Mujeres. Un auténtico museo, las fotos de una vida que vale por muchas.
Aquel joven que sobrevivió en una habitación de infravivienda, vive ahora en una casa de la calle de la Torre. Su vida ha cambiado. Ayuda siempre que puede, incluso sabiendo que algunos lo han engañado. Aprovechados que no le pagan los alquileres, aunque tienen dinero, porque creen que nunca los desahuciará. Hay quien le debe más de 30 meses.
¿Quién ayuda al que siempre ayuda? En ciertos momentos se lo pregunta. Puede que la respuesta no sea de este mundo. En Cádiz muchos saben que Agustín Rubiales parece una oenegé viviente. Pero es él solo, Agus, cordial, humanitario y sencillo. A veces se olvida que detrás de esas historias está el esfuerzo admirable de un hombre que salió de la nada.
Pasó hambre y le dieron para comer
Agustín Rubiales entiende bien a los pobres porque él también lo fue. En su juventud, cuando ya estaba casado y con hijos, pasó momentos en los que no tenía para comer. Una vez le pidió prestado a un conocido, que le dijo que le ayudaría, pero no lo hizo. Acudió a un almacén que estaba en la esquina de Virgili y Soledad: Alimentación Bar La Julia. Llegó con los ojos muy tristes, a punto de llorar. “Cómo me vería esa mujer, para preguntarme: “¿qué es lo que necesitas?”, recuerda él. Le dio leche y otros alimentos. Le dijo que se lo pagara cuando pudiera. Él así lo hizo. Años después, un día robaron en esa tienda. El autor fue un delincuente de la Viña, que la dejó desabastecida. Agustín le prestó 500.000 pesetas a la mujer que le había ayudado, para que pudiera abrirla de nuevo. Ella, cuando pudo, le devolvió esa cantidad.
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