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Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Se ha roto el molde

La irrupción de los polulismos rompió todos los puentes del consenso que sirvió para alumbrar la Transición

Cuando hace más de cuarenta años se fabricó la Constitución había una palabra mágica que fue el mantra con el que se consiguió dejar atrás la dictadura y que el país se adentrara con seguridad en los caminos de la democracia. La palabra era consenso y fue la clave de bóveda del sistema que nos ha permitido llegar hasta hoy en un clima de libertad no exento, lógicamente, de tensiones. Para blindar ese espíritu se fijó como principio constitucional que ningún partido pudiera decidir por sí sólo la composición de los órganos que deberían garantizar el funcionamiento de la propia Constitución, entre ellos el gobierno de los jueces y el tribunal de garantías. Mientras hubo posibilidad de que los dos grandes partidos sistémicos se pusiera de acuerdo y que ciertas cuestiones se considerasen temas de Estado la cosa funcionó con algún que otro altibajo.

Pero ese espíritu de consenso entre el PSOE y el PP hace ya mucho que saltó por los aires. Como se está viendo estos días, los acuerdos son imposibles, aunque ello suponga un conflicto institucional como el que, provocado por el Gobierno, viven el Parlamento y el Tribunal Constitucional. Si hubiera que ponerle fecha a esta quiebra habría que remontarse a la segunda mitad de la década pasada, cuando la aparición de los populismos cambió un paisaje que ya nunca volvería a ser el mismo. La irrupción de Podemos y Vox y el fracaso de la experiencia de bisagra que le hubiera correspondido a Ciudadanos dinamitó lo poco que quedaba del espíritu de colaboración democrática que sirvió para alumbrar la Transición.

Rotos los puentes, se llega a situaciones de bloqueo como las que tiene paralizadas la renovación del Consejo del Poder Judicial y del Constitucional, detrás del cual lo único que hay es un pulso de poder entre los dos grandes partidos que es capaz de producir una fisura en los cimientos del sistema. Aquí se ha roto el molde y reconstruirlo se antoja una empresa imposible. Lo peor de esta situación es ver a todo un Tribunal Constitucional votando en función de adscripciones ideológicas, a un Gobierno usando subterfugios parlamentarios para conseguir sus fines y al principal partido de la oposición empeñado en maniobras dilatorias para mantener el control.

Quizás ha llegado el momento de plantearse si no ha llegado el momento de cambiar algunos mecanismos que está claro que ya no funcionan y que lo único que consiguen es debilitar un modelo político que cada día da signos de agotamiento.

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