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Los obispos de Malta

La conciencia tranquila es muy cómoda, pero no es la medida de la moral, que es más objetiva

De la actualidad importa lo que atañe a la eternidad. Por eso -tras pedir disculpas a mis lectores aconfesionales-, no dejaré que, entre el entretenido torbellino de las noticias diarias, se nos pasen las que afectan a ciertos debates doctrinales dentro de la Iglesia católica. Alteran, como poco, una doctrina de más de dos mil años. Ahora los obispos de Malta han declarado que si los divorciados vueltos a casar tienen la conciencia tranquila pueden comulgar con la conciencia tranquila. Se les habrá quedado la conciencia tranquilísima. Aunque entenderán, al menos con análoga tranquilidad, que a mí no se me quede la conciencia tranquila si no apunto que eso no fue lo que dijo Cristo.

Lo fácil sería aplicarles una reductio ad absurdum. ¿Los asesinos, si tienen la conciencia tranquila, pueden comulgar? ¿Los ladrones? ¿Los mentirosos? ¿Y los herejes? Todos pueden tenerla tranquila tranquilamente porque el subjetivismo no conoce límites y las circunstancias posibles son innumerables y, a menudo, muy eximentes.

Sin embargo, creo que en el fondo hay algo aun más grave que el absurdum. La moral corriente se construye sobre la idea de que todo está permitido siempre y cuando no haga daño a nadie. No está mal si nos tomamos en serio lo del daño a cualquiera, incluyendo el daño a uno mismo. Con la abolición de la objetividad, lo que se gana en egoísmo se pierde, paradójicamente, en percepción de la dignidad propia. El desconcierto resultante lo muestra el hecho de que la poesía moderna haya pasado de cantar el mundo o el amor a preguntarse sobre el ser del poeta (Pessoa, JRJ, Pirandello), como estudió Ángel Crespo: "La poesía contemporánea empezó cuando el poeta sustituyó el Ubi sunt? por el Ubi sum?"

Centrándonos en la comunión, lo que veo de fondo es una falta de fe muy grande en la presencia real de Jesús en la Eucaristía, de modo que no se percibe el daño o la ofensa que se Le hace con estos juegos de manos cara a la galería para satisfacer el sentimentalismo dominante o para tranquilizar a las conciencias tranquilas. Es una falta de fe muy comprensible entre los no cristianos, claro, pero ni en unos que se empeñan en recibir la comunión, precisamente, y que pueden encontrar cariño, comprensión y acompañamiento de otras formas en el fondo más respetuosas, ni mucho menos en unos señores obispos de Malta. La libertad de todos debería terminar donde se daña a un Tercero.

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