Turismo Cuánto cuesta el alquiler vacacional en los municipios costeros de Cádiz para este verano de 2024

Les hablaba la pasada semana del igualitarismo, de su paradójico éxito aun en contra de realidades evidentes y comprobadas. Toca hoy profundizar en el cómo y en las consecuencias de la artificialidad de sus métodos.

Como la igualdad obviamente no existe en la naturaleza, el igualitarismo necesita de la mentira. Hay que fingir como cierto lo que no lo es y luego imponer ese falso dogma. Alguien afirmó, y yo comparto, que resulta irónica esa política de la tolerancia impuesta sólo previa aniquilación de la libertad. Es insoportable el bombardeo ideológico y sentimental del poder y de la mayoría de los medios de comunicación que evangelizan permanentemente sobre lo políticamente correcto y fusilan heterodoxias sin piedad. Ya sea por convencimiento, docilidad o miedo, se acallan las voces que podrían desenmascarar ese buenismo cimentado en la falsedad. Pocos, muy pocos, se atreven a desmentir un igualitarismo que acaba convirtiéndose en la mayor amenaza para las libertades individuales y colectivas.

No es casual, por ejemplo, que nuestra educación se enfoque y trate de adaptarse al nivel del peor. Tampoco que valores como el esfuerzo o el mérito sean desechados y combatidos por entorpecedores del igualitarismo. No es casual ni dejará de tener consecuencias. Vivimos en una sociedad abocada al fracaso, incapaz, por su cerrazón de planteamientos, de alcanzar el progreso real. Éste se logra por el desarrollo en libertad de las capacidades individuales y no por la confiscación por el Estado de bienes para comprar voluntades y obediencia. El auténtico progreso sólo es posible si, reconocida la desigualdad, incentivamos a los ciudadanos y a los colectivos para que se superen y se acerquen a la excelencia. Señala el filósofo Norbert Bolz que “el proceso de civilización depende de que cada uno pueda utilizar libremente las circunstancias que la vida le otorga”. Es el camino de cada cual y nadie puede hurtárselo igualándolo por la fuerza a los demás.

Contra tal lógica, que engrandeció y encumbró a las sociedades occidentales, nuestro futuro depende ahora de ingenieros de la conducta pública y privada. Ellos –en España lo sabemos bien– se empeñan en enseñarnos que la verdad es relativa y la libertad, prescindible. Su fuerza es gigantesca pero insuficiente para transmutar la verdad: es la desigualdad la característica que nos define y olvidarlo, un peligrosísimo error para nosotros y para la sociedad toda.

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