Turismo Cuánto cuesta el alquiler vacacional en los municipios costeros de Cádiz para este verano de 2024

Tomo el título de un libro de Pier Paolo Pasolini que tanto irritó e irrita a la izquierda integrista. Con independencia de su contenido, responde a dos ideas que presagian el intercambio y la mezcla. Según Borges –y es la primera– hay que elegir bien a los enemigos porque uno acaba pareciéndose a ellos. La segunda, falsamente atribuida a Churchill, proclama una verdad esférica: los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas. Naturalmente el futuro es hoy y el vaticinio, sea de quien sea, se está cumpliendo con rara precisión.

Vivimos en un mundo en el que demasiados se creen con la potestad no sólo de juzgar nuestros actos, sino de ejercer coacción y censura para que no los llevemos a cabo. Desechado cualquier rastro de autocrítica, “todo lo que son incapaces de comprender o compartir –señala José Luis Montesinos (Burlar la censura, Disidentia, 6 de febrero de 2020)– debe estar prohibido y cancelado”. La Justicia y la Verdad les pertenece y quien no se someta ha de ser perseguido, tachado, opacado socialmente. El enemigo es, por supuesto, el diferente, el distinto que no acata los dogmas de esta nueva fe, tan apasionadamente defendida por sus muchos y actuales inquisidores.

La omnipresente izquierda moderna de las ocurrencias, reescribidora de la historia, se introduce en todos los aspectos públicos y privados de la realidad, aplica su rodillo totalitarista con igual o superior celo que sus denostados fascistas. Establecido su objetivo (demoler la civilización cristiana occidental a la que se imputan todos los males, el machismo, el racismo, etc.) tacha automáticamente de fascista cuanto moleste o dificulte sus logros que, por otra parte, no les suponen la renuncia a ninguno de sus privilegios de clase. La farsa antifascista permite a las élites de izquierda fingir que están con la justicia social sin sacrificar nada y con un radicalismo para el que no existen precedentes históricos

En este juego de espejos, de métodos y de nombres, concluye Montesinos, “no se trata de liberar a nadie […] sino de someternos a todos. De pillar su parte del pastel en el 1984 que preparan”. Para ellos, Orwell es –está escrito– un fascista neoliberal. Y así todo.

Lean a Pasolini, al odiado Diego Fusaro, al Paul Gottfried de Antifascism: The Course of a Crusade. Ellos les darán cumplida cuenta de la monumental estafa de un antifascismo que admira y aplica el núcleo mismo de lo que dice abominar.

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