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La tribuna

Jose Manuel Aguilar Cuenca

La desmesura

ES un hecho frecuente, y por frecuente no menos alarmante, el secuestro de menores en nuestro país. Ahora que todos andamos buscando la mejor sombra donde aposentar nuestros reales, sin mucha ganas de líos y con la sana intención de posponer para septiembre las decisiones relevantes, aprovecho para traer a estas líneas recientes acontecimientos. Al habitual escenario en que un progenitor, deseoso de anteponer sus deseos y proyectos personales a los intereses de sus hijos, se muda a la otra punta del mapa patrio o mundial, impidiendo de hecho el contacto de los hijos con el otro progenitor, en los últimos días se ha venido a sumar la asociación feminista Alecrín que, oponiéndose a una resolución judicial que obligaba a una madre a permitir que su hija viera a su padre estas vacaciones, ha ayudado a ésta a ocultar a la menor de la Justicia, llegando incluso a jactarse de ello ante los medios de comunicación.

Paralelo a lo anterior, pero afortunadamente con menor frecuencia, se encuentra el hecho del aumento de los casos de progenitores que atenta contra la vida de sus hijos. Padres y madres que, bien por negligencia, bien por actos intencionados, finalizan con vidas que acaban de arrancar, pasando luego a suicidarse ellos mismos en muchas ocasiones.

A poco que nos fijemos encontramos que, tras acontecimientos como los anteriores, podríamos encontrar un pensamiento por el cual algunos progenitores consideran a sus hijos como su propiedad, justificando con esto todos sus actos, incluido su maltrato psicológico, físico o la propia muerte de aquellos que dicen defender. Pero, a diferencia del segundo escenario, el comportamiento organizado y desafiante de la citada asociación, representada por la actitud ante los medios y la Justicia de su presidenta, me trae a la memoria un concepto que usted mismo puede aplicar en muchos de los comportamientos que vemos a nuestro alrededor, del terrorismo, que se instala a las puertas de su víctima, a la política urbanística, que destruye el patrimonio de todos, de la cultura a la docencia.

Para la Grecia Clásica, el hibris hacía referencia a la desmesura, la violencia de los poderosos hacia los débiles, la altanera arrogancia del superior ante el subordinado, la confianza exagerada en uno mismo y sus ideas frente a las de los demás. Aquella cultura no poseía el concepto cristiano del pecado, pero era capaz de calificar con este término el desprecio hacia el vecino, la falta de control de los impulsos o la violencia de las emociones sin mesura. Así, Belorofonte, tras matar a Quimera y derrotar a las Amazonas, quiso llegar al Olimpo, hinchado de orgullo y creyéndose un miembro más entre los dioses, lo que hizo que se ganara el castigo de Zeus. Llegado el Cristianismo, los constructores de la Torre de Babel, con la que pretendían alcanzar el Cielo, recibieron lo propio de Yahvé. Hoy en día la desmesura, la superioridad moral o ideológica que muchos de nuestros conciudadanos muestran, en solitario u organizados, no es sino un trasunto de aquellos mitos.

Para evitar desafueros y abusos nos hemos otorgado un conjunto de normas, organizadas de manera formal o informal. En las primeras podemos incluir los códigos, pero también los contratos, protocolos y ceremonias. Un ejemplo de las segundas serían las normas de cortesía en el trato cotidiano de unos con otros. Transgredir unas u otras no tiene las mismas consecuencias pero, curiosamente, ambos tipos han llegado a regular los incumplimientos, entendiendo que en la conducta humana esa opción es frecuente.

Del mismo modo que uno de los principios de la educación es la existencia de consecuencias para nuestros actos y, por aquello de enseñarnos a comportarnos en comunidad, a asumir valores y contenidos, nos premiaron y castigaron nuestros padres y maestros, un sistema judicial que no lleva a cumplimiento sus resoluciones, permitiendo que no se ejecuten las sentencias o que se haga según convenga a los afectados, deja de ser útil como instrumento de organización social. Más aún, se convierte en un obstáculo, en tanto que los que creen en él lo utilizan, pensando que encontrarán soluciones y hallando un camino estéril, mientras que, por otro lado, los que saben que de él se pueden burlar, lo usarán con el interés de posponer, dilatar, entorpecer y, finalmente, incumplir.

Es lo que tiene los paños calientes, la tibieza en las acciones, cuando no la desidia o la complicidad, de muchos jueces y fiscales, pero también de políticos, técnicos e intelectuales. Al final, alguien descubre que la desmesura también tiene su recompensa. Mientras, Zeus duerme.

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