Cuarto de Muestras

La buena pipa

No sé si es pedir demasiado porque esa es la gran asignatura pendiente de nuestra democracia

Esto de las elecciones continuas, de los adelantos intencionados, de las citas electorales in articulo mortis, de la opaca llamada a la abstención, de la falta de respeto a los votantes en la interpretación de los resultados que no precisan interpretación alguna, del manejo obsceno de las urnas, produce tanto cansancio que no paro de pensar qué se podría hacer para que la clase política volviera a respetar a la ciudadanía.

Voy a escandalizar un poco aun a riesgo de que me digan que soy antidemócrata. Me pongo a imaginar si los habitantes de un país votaran a los gobernantes de otro. Aplicaríamos eso que hacemos en cualquier conversación diaria, mostrar nuestra pericia para resolver problemas ajenos y hacer evidente nuestra incapacidad para resolver los propios. Quizás así habría menos frentismo, menos corazón herido, más utilidad y menos superchería, más objetividad y menos amiguismo. Evitaríamos el sufragio desde las vísceras, quiero creer que el independentismo destructor y provinciano, también. No sé si los demás países democráticos tendrían los mismos gobernantes que tienen, pero me hago la ilusión de que nosotros, no. No le habríamos votado a Boris Johnson a los pobres ingleses ni a Meloni a los italianos ni creo que ellos nos hubieran votado a Sánchez ni nadie hubiéramos votado a Trump. Yo me metería de cabeza en política y me presentaría por Italia para poder vivir allí y aprender de su caos que lleva siglos dándole magníficos resultados, al menos en arte. Irene Montero podría continuar su estrepitosa carrera política, pero en otro sitio por favor.

Lo primero que se me viene a la cabeza para cambiar las cosas, hablando ahora muy en serio, es la reforma de la ley electoral. Una ley que todos critican, a la que todos reprochan su forma de computar los resultados pero que nadie cambia cuando tiene en su mano hacerlo. Listas abiertas; limitación de mandatos a ocho años, políticos competentes y bien remunerados que obligue a los partidos a cerrar sus sistemas de colocación laboral vitalicias; un sistema de cómputo justo, transparente, comprensible para todos y que sea fiel a los resultados sin permitir alteraciones ilógicas. No sé si es pedir demasiado porque esa es la gran asignatura pendiente de nuestra democracia en la que toda la clase política debiera de estar de acuerdo porque sin perjudicar a nadie nos beneficiaría a todos.

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