Los astilleros de Puerto Real exhibieron todo su poderío en la ceremonia de entrega del primero de los petroleros encargado por Cepsa. Más de tres mil trabajadores de Navantia y la industria complementaria, que superaron con éxito todos los obstáculos, tras más de 20 años sin actividad en la construcción civil, han devueltola Bahía a la élite industrial con el bautizo del 'Monte Udala', curiosamente, 115 años después de que saliera otro semejante de las mismas instalaciones y con el mismo nombre. Si esto se lo cuentan a los más veteranos hace 4 ó 5 años, cuando sólo los pájaros se atrevían a romper el silencio de las instalaciones por la falta de trabajo, nadie lo hubiese creído. Pero una vez logrado lo importante, arrancar el astillero desde cero, ahora queda lo más difícil aún: darle continuidad al trabajo realizado.

La competencia exterior es tan feroz que la contratación de un quinto petrolero, como se contempló en su día, está en el aire. Pese a cumplir lo pactado con un excelente ritmo de trabajo no exento de la más alta tecnología, el armador vasco -o más bien habría que hablar de Cepsa- trata de firmar ahora la quinta unidad a precio de crisis o, lo que es lo mismo, por una cantidad sensiblemente inferior a los cuatro primeros, argumentando que en Corea lo harían. Si Navantia opta por ceder a sus pretensiones y asume más pérdidas, a cambio garantizaría las horas de trabajo y la nevera llena de estas familias durante más tiempo. ¿Pero hasta cuándo se puede sostener esta perversa ecuación en una empresa pública cuyas pérdidas son inconfesables? En este contexto es en el que hay que enmarcar lo dicho por la Administración del Estado cuando le preguntan por los nuevos petroleros: que estudiará todas las propuestas que sean interesantes, siempre que contengan una buena oferta. La presión social está tan presente que hasta ahora siempre ha influido en los precios y de qué manera. Los armadores y las empresas, como es lógico, tratan de obtener beneficios de esta realidad, de ahí que aprieten las tuercas bajo el convencimiento de que la conflictividad laboral siempre jugará a su favor.

Huelga decir que hay que mimar a esta plantilla. Pero la industria complementaria, como es sabido, no podría ajustarse aún más el cinturón. Y para no tener que construir barcos que aumenten las pérdidas por enésima vez, Navantia se agarra en su nuevo plan estratégico a nuevas inversiones del Ministerio de Defensa, que a corto plazo traerían bajo el brazo nuevos barcos, y a la internalización, la única vía sólida para asegurar la supervivencia. Si ha de renunciar a ganar dinero, Navantia y el Estado son partidarios de trabajar para Defensa antes de que el sacrificio redunde en beneficio de terceros. El segundo objetivo pasa por salir a competir en el exterior. Los astilleros, en colaboración con la Administración y la Universidad, tendrán que modernizar antes sus instalaciones y desarrollar toda la tecnología posible para captar la demanda sin tirar precios. Este esfuerzo inversor en tecnología ha de unirse a la formación de la plantilla para fortalecer su competitividad a través del conocimiento. De lo contrario, los pájaros volverán a ser los únicos habitantes de las instalaciones muy pronto.

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