Suelo preguntarle a mis amigos Mateo y Salvador por los cielos de Villaluenga del Rosario y de Ubrique. Cuando Salvador me dice que está a punto de reventar Ubrique el Alto y que el río va rápido hacia el pantano, siento una gran felicidad. Es de las pocas cosas de las que no tengo dudas, sin el agua todo se cae. No le damos valor pero el agua posee una importancia pavorosa sobre nuestras vidas. Y haciendas. Sí, fantaseo con el agua. Veo en la televisión riadas en el interior peninsular y me pregunto que a dónde va esa agua desbordada que lo inunda todo. Imagino el subsuelo de España como un árbol arterial por donde discurre el agua que trae la lluvia, un sin fin de túneles grandes y pequeños que ponen el agua en las grandes cuevas, las cisternas misteriosas e ilocalizables. La inteligencia que ordenó el planeta sabe por qué hizo las cosas como son. Digo que la superficie puede estar hecha de terrones pero hay un interior misterioso lleno del agua que tanto necesitan los olivos y las viñas y los campos de cereal. Y los pantanos, donde guardar al aire libre el agua sin la cual no estaríamos aquí. Con seguridad no hemos hecho lo debido, no hemos invertido lo necesario en el agua. Ni en su calidad, cantidad y tratamiento. El espejismo de la abundancia se podría llamar. Pero la abundancia dura una temporada, lo más tres. Y llega la desesperación, la mirada al cielo, la rogativa angustiosa. La cofradía del Nazareno de Jaén (más de 400 años de vida) sacó en procesión a la imagen del Abuelo hace meses. La diferencia de la provincia jaenera entre una temporada de chaparrones sobre las hileras de olivos que llenan el paisaje hasta el infinito, y la sequía, es abrumadora. Y la solución no es, yo creo, la subida exponencial del precio, es ruina para todos, como se verá de seguir a diez euros el litro. No se gana lo mismo con menos que con más. Ni se debería. Pero si es verdad que no hay mal que por bien no venga, igual ha llegado el momento de solucionar el agua de España, esa diferencia entre la España seca y la España húmeda. Hemos trazado estupendas autopistas, y llenado de torres de alta tensión y molinillos gigantes el territorio, incluso hay satélites para que disfrutemos de comunicaciones instantáneas y trenes, pero hemos puesto fronteras al agua, a los trasvases de los ríos, a llevar el agua que sobre a donde falta. Así nunca seremos un país; sin el agua ordenada, nunca. Será una asignatura pendiente. Y otro fracaso español.

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