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La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Marlaska no es Marlaska

El guardián de la democracia, azote de terroristas y paladín de los derechos humanos es hoy defensor de la amnistía

Volviendo a la columna de ayer, ¿qué es lo que hace que un magistrado prestigioso, de contrastada valentía ante el terrorismo y ante la vida, radicalmente independiente y honesto, desemboque en ministro devaluado, reprobado por el Congreso, castigado por el Tribunal Supremo y, a pesar de todo ello, aferrado al cargo como una lapa?

Probablemente haya sido el ejercicio prolongado del poder político lo que le ha cambiado. Hasta hacerle irreconocible. Este Marlaska de ahora no puede ser el mismo que se jugó la vida durante los años de plomo de ETA, trabajó con firmeza en la Audiencia Nacional entre escoltas y amenazas, colocó la defensa de la ley y de los derechos humanos como guías máximas de su trayectoria profesional y afrontó las numerosas dificultades impuestas a su opción sexual con naturalidad, honestidad y entereza (ver su libro Ni pena ni miedo). Aquel honrado guardián de la democracia no puede ser el mismo hombre que ahora defiende la amnistía para cierto tipo de delincuentes, o sea, la desigualdad ante la ley y la deslegitimación de los jueces que condenaron a esa casta privilegiada.

Me siento personalmente concernido por este caso. Hace años coincidimos en un acto del Grupo Joly celebrado en Cádiz, la cuna de la libertad y la provincia por la que él aún no sabía que iba a ser diputado. La cena y tertulia posterior, protagonizada por Grande-Marlaska (no sé si ya era miembro del Poder Judicial a propuesta del Partido Popular), resultó interesante, instructiva e inspiradora. El actual presidente del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, Lorenzo del Río, puede certificar que el juez nos cautivó a los presentes. Como “una velada inolvidable” la calificó Grande-Marlaska en el intercambio de emails que mantuvimos el día siguiente a cuenta de un artículo mío. Perdonen que cuente la batallita, es un desahogo nacido de mi decepción.

Marlaska ya no es Marlaska. El poder lo cambió. El ejercicio del poder, mandar a otras personas y decidir sobre las vidas de muchas más, altera el sentido de la realidad, te instala en una ambición muy difícil de limitar o frenar, multiplica la vanidad hasta extremos estratosféricos y te hace inevitablemente sectario. Además, es como una droga, adictiva a tope, que exige dosis crecientes y nunca sacia sus exigencias. Tan dura como aquella a la que se refería García Márquez: la del dinero fácil.

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