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Un tuit de José Antonio Montano me dejó caviloso. Advertía de que las elecciones de hoy en Cataluña son, antes que nada, un test de inteligencia. En efecto, viendo los datos de paro allí, la caída brutal de la inversión extranjera, la fuga de empresas, la quiebra social y, a la vez, el aislamiento del nacionalismo (valga la redundancia), sus nulas posibilidades europeístas, el fracaso institucional, la talla de los líderes, etc., viéndolo, no parece muy inteligente ponerse a votar continuidad. Sería dar más cabezazos contra un muro cada vez más grueso. Conste que no confundo la inteligencia con votar lo que yo haría (que eso es otro cantar), sino en rechazar lo que objetivamente ha resultado nocivo para el conjunto de la sociedad.

Pero ¿hasta qué punto las elecciones son la expresión de una inteligencia popular? Que sean la expresión de la voluntad popular podemos aceptarlo, aunque sabemos que tampoco van mucho más allá de la suma de voluntades resignadas a lo que les ponen por delante. Aunque venga, bueno, aceptamos "voluntad popular", sí. Lo malo es que eso, ahora, no sirve demasiado, porque si algo sobra en el conflicto catalán es voluntarismo.

La existencia o no de una inteligencia popular se las trae, pues trae consecuencias. Si se niega, se tenderá o a dejar cuanta más libertad posible a los individuos (que es donde, salvo prueba en contrario, reside la inteligencia real) o a dar cuanto más poder posible a un individuo o a unos tecnócratas o unos lobbies. Por el contrario, pensar que el voto es capaz de invocar una inteligencia general propiciaría unos gobiernos cada vez más consultivos, más confiados en el veredicto de las urnas y más cuidadosos de las costumbres y las tradiciones, que son los votos viejos. G. K. Chesterton creía en la sabiduría del pueblo, llamada sentido común, y en sus decisiones políticas, más acertadas que los dictámenes de los dictadores o las exposiciones de los expertos y más nobles que las querencias de los aristócratas o las beneficencias de los millonarios. Otro que confiaba en una inteligencia social, llamada rito, capaz de arbitrar mecanismos para salvar a sus individuos, incluso cuando éstos no los entendiesen, fue René Girard.

Chesterton y Girard son dos de mis indiscutibles, así que voto (hago votos, quiero decir) por la inteligencia popular. Aunque sospecho que últimamente ni uno ni otro han sido muy leídos en Cataluña.

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