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De poco un todo

enrique / garcía / mÁiquez /

Gómez Dávila, inagotable

AYER celebramos el exacto centenario del colombiano Nicolás Gómez Dávila (1913-1994), inmenso escritor de aforismos. Mi casi homónimo García Márquez confesó en privado: "Si no fuera comunista, pensaría en todo y para todo como él". Lo cual es extraño, porque entonces, ¿cómo era comunista? Más prudente, Savater se declara aliviado las raras veces que encuentra algunas ideas de Gómez Dávila de las que poder discrepar abiertamente, ya que con el resto tiene la desazonante obligación intelectual de darle la razón, a pesar de unos fundamentos contrarios del todo al progresismo savaterino.

Es una manera de leerlo: buscar desacuerdos. Yo, tras un trato muy asiduo, le he encontrado sólo dos pegas, y una muy anecdótica. Explicar ambas en un ensayo sería quizá el mayor tributo de mi admiración.

Por el camino, me encantaría pararme a estudiar su poderoso sentido del humor. "El diablo no logra adueñarse del alma que sabe sonreír", ha dicho. Y ha predicado con el ejemplo: "La sociedad suele ser injusta, pero no como los vanidosos lo imaginan" o "Los partidarios de la sociedad igualitaria suelen ser siempre chiquititos" o "Una conversación entre modernos no indigna, marea". Una variante de su humor es lo bien que llama tonto al tonto, habilidad cada día más necesaria: "Para que la idea más sutil se vuelva tonta, no es necesario que un tonto la exponga, basta que la escuche" o "Hablemos en voz baja. Aunque se grite, el tonto no entiende".

También es clave su defensa de la sensualidad, "legado cultural del mundo antiguo. Las sociedades donde la huella greco-romana se borra, o donde no existe, sólo conocen sentimentalismo y sexualidad". Me interesa (además de por razones obvias) porque "la mano que no supo acariciar no sabe escribir". Y porque es vital: "La democratización del erotismo sirvió, por lo menos, para mostrarnos que la virginidad, la castidad, la pureza, no son solteronas agrias y morbosas, como lo creíamos, sino vestales silenciosas de una limpia llama".

Y cuántos estudios pendientes más -su fe, sus maestros, su estética, su arte de envejecer, su concepción del Derecho...-, aunque no hay prisa. Este año celebramos el centenario de su nacimiento; pero el que viene, el 20 aniversario de su muerte. No será, pues, por falta de ocasiones, que, además, no importan: es imperecedero. Y si ha salido usted de este artículo dispuesto a leerlo, ya no cabe celebración más alta.

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