Atardecer de diciembre

En estos meses de agitación política se nos llena la boca de grandes conceptos y nos olvidamos de los esenciales

Si llego al atardecer sin saber de qué voy a escribir mi artículo, malo. Temo más la mente en blanco que el folio en blanco. Lo ideal es saber tu tema todo el día e ir madurándolo y estar deseando que llegue, por fin, el momento de redactarlo. Lo pensaba a la vez que pensaba ayer de qué diablos iba a escribir para hoy. La suerte es que, en ese estado, uno corre a ver continuamente Twitter, los titulares en la Red, Facebook y el correo, además de levantarse a cada rato a visitar la despensa.

Y en el correo me encuentro con el de un amigo que me envía, providencialmente, un poema de José Jiménez Lozano. Se titula "Atardecer de diciembre", se publicó en su último libro Los retales del tiempo y dice: "Luz que se apaga en el crepúsculo/ de una tarde fría y dorada de diciembre;/ la pobre mujeruca enciende un cabo/ de vela en su pequeña estancia,/ y no la importan ni Ptolomeo ni Copérnico,/ ni que el sol se haya ido o César haya muerto./ Es un poder autónomo".

A veces sí nos importan Ptolomeo y Copérnico y hasta el César, qué remedio, y hablamos de ellos con disgusto o aprobación, pero otras veces no tanto o nada, y nos sacia una luz y una pequeña estancia y la conciencia interior de nuestra libertad personal y nuestra independencia.

Merece la pena que lo subrayemos, porque en el fragor de la batalla de los últimos meses entre los soberanistas y los constitucionalistas hemos cargado las tintas en las nacionalidades, la legitimidad de la Constitución y la separación de poderes. Son conceptos importantes, quién lo duda, pero no está de más que recordemos el poder autónomo de la conciencia individual y de la libertad íntima.

Probablemente, si tuviésemos esto más presente, como lo tiene la pobre mujeruca del poema de Jiménez Lozano, nuestras discusiones políticas vendrían suavizadas por la ironía y un brillo limpio de indiferencia inoxidable. Discutiríamos, porque las discusiones son la sal del foro y de la res pública y porque todo puede organizarse de una forma o mejor, pero lo haríamos de un modo tan suave que ningún soplo pudiese apagar el cabo humilde de una vela en una pequeña estancia cualquiera del país.

Así lo haríamos, con delicadeza, aunque esa débil luz no hay, en realidad, vendaval ni escándalo que la apague o la eclipse. Podríamos perder cuidado de cuidarla; pero no, no lo perdamos ni queramos perderlo, porque el cuidado, si se tiene, también ilumina la noche.

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