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Análisis

Ana Sofía Pérez Bustamante

La tarántula, el azar, el caso Nóos

Estas tierras de la Baja Andalucía son fértiles en gracia y calamidad. Ese tipo de gracia y calamidad que no tiene aspecto de corregirse porque, total, para qué: si la vida son tres días, qué menos que reírse y además, que si hay suerte, en cualquier momento cualquiera puede dar el pelotazo y, lo que dure, duró. Encuentro curioso que esta mentalidad picaresca aflore en dos libros que les recomiendo. Dos libros de gaditanos.

El mundo de la tarántulason las memorias de Pablo Carbonell, un mocito tarambana que ha dado muchos tumbos, consumido muchas sustancias, hecho cosas sonadas en los locos años de la Movida, hasta conseguir una especie de equilibrio personal y profesional. Feliz de haber de haber sobrevivido a su propio pelotazo. Majete a su manera. El azar y viceversa, de Felipe Benítez Reyes, es una novela sobre las aventuras y desventuras de un tal Antonio Jesús Escribano Rangel, que sin oficio ni beneficio va buscando salir de una familia desestructurada en una Rota desestructurada por la irrupción de la base americana: noches locas de sexo, drogas y rock´n roll en una España de posguerra. No es cuestión de estropear aquí las sorpresas que da este antihéroe pelirrojo, huérfano, dependiente, caco, camarero, impostor de estudiante de filología, caco, correveidile de golfos de variada especie y, en definitiva, algo así como "una especie de Sigmund Freud en versión lazarillo". Las aspiraciones de este protagonista se cifran en arrimarse a un "ideal imposible de vida", "una vida basada en el disfrute de un poder porque sí, en un poder regalado, tan contraria a la mía, basada en la subordinación y en el esfuerzo".

A todo esto yo quería hacer una reflexión sobre la gracia, la calamidad, la picaresca, Cádiz. Algo muy profundo, regeneracionista y bienpensante, tipo Plan C. Pero no me siento capaz. Entre otras cosas porque, no ya solo el azar, sino la justicia, nunca son iguales para todos. Y menos mal que, a pesar de todo, a veces uno tiene el privilegio de reírse desaforadamente.

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