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Análisis

Tito Valencia

Un problema social

Su vivienda se ha convertido con el paso de los años en su mayor invalidez

Necesitaba salir de su domicilio para resolver un asunto de urgencias. Era totalmente necesario para poder optar a una ayuda. La habían citado para optar a una ayuda de su minusvalía. No puede salir a la calle. La vivienda no tiene ascensor. Vive, desde hace años, enclaustrada, sin pisar la calle, no puede subir las escaleras. Pero si no asistía a la cita perdía la ayuda, su ayuda, necesaria para vivir decentemente. No había medios, no existen medios de ayudas para estas personas. Las llevan en vehículos, les pueden poner ambulancias, pero no les bajan por las escaleras. Bajó ayudada por su marido, casi noventa años, como pudo, con esfuerzo, y subió luego a duras penas por unas escaleras empinadas, demasiado empinadas para ellos dos, a su domicilio penado por no tener ascensor. Murió a los dos días por el esfuerzo. Tenía una invalidez del 85% que no le indultó de tener que presentarse en la inspección.

No es la única ciudadana con este problema. Existen muchas, demasiadas. Personas que pueden pasear por la calles, con dificultad, salir para ver el paisaje, sus calles de siempre, tomar el aire. En definitiva, vivir como personas. Pero la penuria les impide hacer su vida normal. Están condenadas a esperar desde su cierro que les llegue su final. De joven escogieron su vivienda sin pensar que con el tiempo, si llegaban a la vejez, su vivienda se convertiría en su mayor invalidez.

Les puedo asegurar que no les estoy contando una novela, aunque bien podría ser el comienzo de una. Mis artículos, mis comentarios, se refieren siempre a la política. No suelo dedicar mi columna, salvo excepciones, a analizar cosas particulares. Esta vez sí. Aunque les puedo asegurar que por mi trabajo conozco muchos casos de ciudadanos mayores con este problema, con este gran problema. Pero el problema al que me refiero, es excepcional. Un señor mayor, el marido, me buscó en mi trabajo. No lo conocía. Se me acercó de una manera tímida, correctísima, como no queriendo molestar y me contó el caso, su caso que era el de su señora. Usted escribe en el Diario, yo le leo y le voy a contar un problema que he tenido para que, si le parece, escriba sobre él y se le pueda poner solución. No debe seguir pasando esto. Así empezó a contarme lo sucedido. La impotencia de no poder ayudar a su mujer. La impotencia de no poder contar con herramientas sociales que le pudiera ayudar a su mujer. La insensatez de tener que acudir a un organismo oficial para demostrar una invalidez que le invalidaba salir a la calle para presentarse ante un organismo invalido de sensatez. Les puedo asegurar que escuchar a este señor, educado, correctísimo, hablar del problema de su señora hecho suyo, costaba tragar saliva. Y vuelvo a repetir que conozco muchos casos como este, los veo a diario, pero éste en particular, es difícil de digerir. Y mira que se habla de igualdad, que se gasta el estado dinero en igualdad. ¿Es esto igualdad? ¿Es esto tener los mismos derechos sociales? Una sociedad es igual cuando todos los ciudadanos sin exclusión tienen los mismos derechos humanos. Los ancianos también. Y del político esta priorizar.

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