En realidad, al Cádiz no le va a ir mejor ni peor porque el estadio donde juega deje de llamarse Ramón de Carranza, como no podemos atribuir las doce Copas de Europa del Real Madrid al cambio de nombre de Chamartín por el de Santiago Bernabéu. No hay que tirarse de los pelos, cuando un histórico como el Atlético de Madrid se ha olvidado de uno de sus presidentes emblemáticos, Vicente Calderón, para entregar en manos del capital chino el nombre del campo donde ha de labrar sus futuros éxitos, el Wanda Metropolitano.

O sea, que no pasa nada por cambiar un nombre, por muy asentado que esté en el corazón de los cadistas. Eso lo han hecho numerosos equipos o entidades por múltiples razones. Y a fin de cuentas, José León de Carranza, franquista él mismo, puso nombre al campo de fútbol con el objetivo de honrar a su padre, un alcalde partidario y defensor del golpe de Estado fascista contra la República democrática.

Por otra parte, a lo mejor a mucha gente que se lleva las manos a la cabeza por una medida que se ha tomado en múltiples lugares se le oculta un elemento muy sencillo: quitar ese nombre es simplemente cumplir la ley de Memoria Histórica, una norma que está en vigor desde hace casi diez años, que nadie ha derogado ni reformado, y ni siquiera recurrido. Y habíamos quedado, sobre todo tras el hincapié que se ha hecho en los últimos meses en este país, en que las leyes se pueden cuestionar, criticar e incluso cambiar, pero que mientras estén vigentes hay que cumplirlas.

Otra cosa es preguntar por qué el anterior Ayuntamiento había decidido no plantearse estos temas, que obviamente consideraba menores. Eso sí, afortunadamente, los alcaldes de ahora no tienen la extraña costumbre de rotular con los nombres y apellidos de sus padres ningún estadio, piscina o dependencia municipal. Eso hemos avanzado, por lo menos.