Análisis

Montiel de arnáiz

La esquirola

El verdadero objetivo [de la huelga] es hacer ver que sin la mujer todo se para

Te mira con esa cara interesante, como sonriendo (posee el superpoder de la sonrisa eterna) y frunce los ojos como diciendo "a ver, dime". Le pregunto si va a hacer huelga y noto que la cojo con la guardia baja; su sonrisa, sin embargo, apenas se resiente. Me mira, interesante, y me dice que no. "¡Con lo de Podemos que tú eres!", la pincho. Se ríe y matiza: "Soy animalista, aunque simpatice con ellos". Le pregunto también si su jefa le ha puesto alguna objeción a hacer huelga y me dice que no le ha dicho nada pero que tampoco cree que se la pusiera.

No la entiendo pero la dejo en reposo, macerando su propia contestación, y la interrogo: ¿Esta huelga feminista es, como he oído, una huelga feminazi? Niega con la cabeza, "No es una huelga feminazi aunque hay feminazis que van a la huelga". La frase retumba en mi cabeza mientras le comento que hubiera preferido una general. Añade: "No me gusta nada que se haya politizado esta huelga -refiere-, los políticos deben estar lejos de las pancartas, no detrás. El verdadero objetivo es hacer ver que sin la mujer todo se para, que es necesario promover la igualdad salarial, la conciliación familiar y laboral, que lleguen más mujeres a los puestos directivos, reservados normalmente a los hombres...".

Nos apartamos a un lado, buscando intimidad: otras mujeres están cerca de nosotros y pueden oírnos. Y disparo: "¿Qué opina tu marido de la huelga? ¿Te ha apoyado?". La sonrisa se divide, alzando ligeramente uno de sus pómulos. Afuera hace frío pero aún no ha comenzado a chispear. "Es probable que no se haya enterado ni de que hay huelga", bromea. "No hemos hablado nada, pero él estaría a mi lado", apostilla.

Me agacho y acerco mi cabeza a la suya. Hallo complicidad. Señalo que ella cree necesaria la huelga, que su marido la apoyaría, que su jefa no le pondría problemas. Le digo: "Sé sincera, confiésame por qué no vas a la huelga". "Por miedo -responde-, porque solo llevo un año en el trabajo y no quiero quedar mal con mi jefa; mi marido está en paro y el único dinero que entra en casa es el que yo gano".

Dejo que transcurran unos segundos de silencio -es lo que hago en los juicios, permito que el eco de la voz llegué al oído de quien acaba de callar- y reconvengo: "Si tu marido está parado, hará él las cosas de la casa, ¿no? Quiero decir, que cuidará del niño y preparará la comida".

Mi anónima amiga comprueba por las malas que he descubierto su kryptonita, que he comprendido cuál es el antídoto contra su supersonriente poder. Me mira una vez más, interesante, y haciendo un gesto cargado de simbolismo me contesta, melancólica: "Estamos en ello, muchas mujeres lo estamos, hoy día". Y yo pliego el Rey blanco ante ella y doy por perdida la partida. Como siempre.

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