Análisis

Juan CArlos Rodríguez

El barrio del Castillo y el "Barrio Nuevo"

La historia a veces esconde la propia historia. Un ejemplo muy cercano lo tenemos en lo que hoy se llama el "Barrio Nuevo". Al punto que esa zona hoy muchos la consideran el núcleo originario de la ciudad de Chiclana. Es obvio que no lo es. Es un error comúnmente repetido. Si miramos con rigor la bibliografía y la documentación, bajo la denominación de "Barrio Nuevo" hoy señalamos dos zonas completamente separadas en el cerro del Castillo que han acabado por confundirse la una con la otra. El primer asentamiento urbano de lo que hoy es Chiclana y que esconde propiamente el origen fenicio de la ciudad sería el barrio del Castillo. Y el otro espacio colindante que no recibió hasta el siglo XVIII ese apelativo de "Barrio Nuevo" correspondería básicamente a lo que Manolo Meléndez y Javier Yeste denominan "la otra ladera" del cerro, la que cae hacia la cuesta del Matadero.

Si usamos el callejero contemporáneo se entenderá fácilmente. La ciudad nace en lo que hoy es el colegio el Castillo y discurre buscando el río Iro, cerro abajo, hacia la actual Iglesia Mayor y, sobre todo, por la calle Francisco Ignacio -que hasta hace bien poco se conoció simplemente como la cuesta del Castillo- y su continuación natural, la Corredera Alta. En esa confluencia en la que hoy es la plaza Mayor, la calle Arquillo del Reloj y esta misma Corredera confluyó a partir del siglo XV la cárcel, la alhóndiga, el cabildo, la casa de la Dignidad Episcopal, la Panadería y los primeros mesones, según la documentación dada a conocer por Jesús D. Romero Montalbán. Ese era hasta el XVII el centro de Chiclana.

Es obvio que si después habrá un "Barrio Nuevo" es porque, ya con anterioridad, había otro antiguo, singular, de calles intricadas, de trazo medieval y forma arabizante. Si, como parece por el yacimiento del cerro del Castillo, el origen fenicio es indiscutible, la muralla defensiva que construyeron los fenicios de Tiro debió tener una continuidad histórica: los musulmanes seguramente construyeron un torreón a juzgar por algunas descripciones románticas que la denominan como de estilo "arábigo" y Alonso Pérez de Guzmán sobre ese mismo espacio debió erigir una nueva atalaya bien andado el siglo XIV. Esta añorada construcción defensiva, que más o menos vendría a ser en cuanto a su arquitectura lo que era la torre de los Guzmanes en Conil, tenía una idónea situación estratégica, porque desde lo alto del cerro se avista la Bahía, toda La Janda y el cauce del río Iro. Hasta que en el siglo XIX, acabada la guerra de la Independencia, el Regimiento nº 5 de Sevilla la derriba por su lamentable estado. Ese torreón -que ha quedado bautizado con el castillo de Lirio- debió ser la construcción en torno a la que crece la villa de Chiclana, que Alonso Pérez de Guzmán recibió "yerma", es decir, deshabitada y abandonada, en 1303, pero indudablemente la villa -sus pocas casas, sus calles embarradas, su torreón- ya estaba ahí.

Antes de la construcción de la primitiva Iglesia Mayor, que el marqués de Santa Cruz de Iguanzo sitúa en 1510, ya existía una primera parroquia dedicada a San Martín, que al decir de Romero Montalbán pudo levantarse en los últimos años del siglo XIV y muy cerca de lo que hoy es la calle Convento. Es a su espalda donde la villa con sus "doscientas casas, la mayor parte de ellas cubiertas de paja", comienza a enterrar a sus muertos, germen de lo que se conoció posteriormente como el cementerio del Ejido, que vendría a estar en lo que hoy es la calle Ánimas, Santísima Trinidad y San Pablo, detrás de la actual Iglesia Mayor. Cuando en 1887 el alcalde José María Quecuty acata la legislación que ordenaba el traslado de los espacios mortuorios a las afueras, sobre esa ladera del cerro se trazan calles y viviendas -que reciben en el propio callejero esa denominación oficial de "Barrio Nuevo"- hasta llegar a través de la calle Ancha, actual San Valentín (no confundir con la otra "Ancha" de La Banda), a la Puerta de la Villa, que según las investigaciones de Romero Montalbán estaba situada entre la plazuela del Santo Cristo y la entrada del camino del Degolladero o actual cuesta del Matadero. Que era, por supuesto, la entrada principal desde Conil.

El barrio del Castillo y el Barrio Nuevo -ambos con sus yacimientos fenicios, romanos, árabes y, finalmente, cristianos, superpuestos y alterados por las construcciones y los siglos- esconden el origen de la ciudad. Sin embargo, hemos vivido -aún lo hacemos- de espaldas a ellos. Urge su puesta en valor, su rehabilitación y regeneración integral, la construcción de la tan traída pasarela mirador que lo conecte al río por la Avenida Reyes Católicos y permita favorecer un necesario tejido comercial y hostelero. Incluso es necesario de una vez el traslado del colegio público El Castillo para excavar a fondo bajo su suelo y construir un gran centro de interpretación arqueológico del río Iro y el origen fenicio de la ciudad. Cuestión distinta es si ese nuevo edificio tiene que ser una reconstrucción del castillo de Alonso de Guzmán o si debe ser un testimonio de la arquitectura más contemporánea y espectacular. Tiempo habrá, me temo, para discutirlo.

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