La canícula aprieta y el levante seca todo lo que se menea. Festonea el agua y vuela alfileres de arena. Los vientos térmicos de poniente firman cada tarde una fresca tregua. Pasó el solsticio de verano y la Virgen del Carmen, otrora comienzo de la temporada de baños. Y aunque para muchos aún no ha comenzado el cénit veraniego, ya las tardes van menguando.

El atún de ida que cogió "por fuera" padrea gozoso entre praderas de posidonia ebusitana. El cereal hace semanas que se cosechó, los girasoles terminan de tostarse, las tajerías labran sal… la campiña se agosta, el viñedo se cuaja y las lagunas se secan. El alzacola escudriña la albariza buscando tenebrios para su vástago. Los charrancitos, avocetas, cigüeñuelas y chorlitejos que llegaron prestos a mediados de abril hoy tutelan a sus proles y las adiestran en la caza, el camuflaje y el arte del vuelo. Ya vemos bandos de espátulas alimentándose por salinas y lagunas; son guarderías de pollos a quienes sus padres custodian y enseñan. Su fisiología está transformando prácticamente todo lo que ingieren en grasa -a modo de combustible- en previsión de la "llamada" que pronto recibirán en su fuero interno, el zugunruhe, y que les animará a dejar el lugar en el que han nacido para emprender rumbo al Sur en busca de una nueva primavera. Los primeros bandos de milanos negros y cigüeñas blancas ya ciclean sobre nosotros y marchan rumbo al Estrecho para alcanzar África. Eso si el levante les permite salvar el muro de agua que une y separa ambos mundos, porque si arranca el céfiro, cientos de aves se sedimentarán en los cerros del Guadalmesí esperando a que se abra el paso fronterizo.

Y mientras unos dan lustre a sus negocios, otros pertrechan sus bártulos tras un año más o menos duro en la otra selva, la del asfalto. Paradojas de la vida, siempre hay quienes van y quienes, al mismo tiempo, vienen de vuelta. Como siempre, la naturaleza es más sabia que nosotros. De largo. Pero ese es otro cantar.

Y es que en nuestras costas y pueblos está el personal risueño, la temporada está aquí y el desfile anual comienza. Cualquier vecino con dos dedos de frente muestra su mejor cara para hacer feliz la estancia de quienes nos visitan y deciden soltar aquí sus jurdeles. Se percibe una cierta predisposición a la cortesía y la amabilidad. Y me encanta.

No concibo esta tierra de otro modo; generosa, agradable, buena anfitriona y con un puntito zalamero que la hace diferente. Somos, en algunos casos, la envidia de Europa y con razón. Si anduviéramos un poco más espabilados, lo mismo nos saldríamos del pellejo y habrían de cosérnoslo de nuevo. Por eso hay por estos lares quien se lo toma con filosofía. Como me confesaba mi amiga Carmen hace unos días, "soy tan buena persona que no madrugo para que dios ayude a otro". Ya sea madrugando más o menos, saquemos el alma al aire y regalemos a nuestros huéspedes veraniegos lo mejor de nosotros. Se lo merecen. Nos lo merecemos.

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