Un curioso jugador del Cádiz, cuya historia recoge Epaminondas en su galería de jugadores ilustres, fue Lucas. No se sabe bien cómo llegó al Cádiz, pero un día se incorporó a los entrenamientos. Entrenó muy mal. Bueno, era la primera vez con un grupo nuevo. El siguiente entrenamiento fue peor, y el tercero no mejoró nada. El entrenador preguntó qué le pasaba y Lucas respondió: "es que eso de entrenar de día…".
Lucas dejó de contar para el entrenador. No iba convocado, pero una jornada en la que hubo muchos lesionados y sancionados, fue al banquillo por primera vez. A falta de media hora salió a jugar. Fue un espectáculo. Él solo cargó con el peso de todo el equipo, organizaba las posiciones, repartía el juego, driblaba y marcó tres goles. La afición coreaba su nombre. Los titulares de la prensa deportiva decían: "ha nacido un ídolo". Nadie entendió por qué no le habían alineado antes. El entrenador le preguntó por qué jugaba así y entrenaba tan mal. Lucas fue claro: "es que el partido era de noche y…".
El siguiente partido también fue de noche y Lucas salió de inicio. Jugó aún mejor. Los equipos europeos pedían referencias. Pero Lucas solo jugaba bien de noche.
Si el partido era con sol, estaba apagado, sin correr, torpe y pedía el cambio a los pocos minutos. La afición le llamó Vampiro Lucas.
Durante los entrenamientos, si un jugador sufría alguna herida y sangraba, le decían a Lucas que no se acercara, que se le podría despertar su sed de sangre. También hacían bromas con el ajo y con los eclipses.
Al final Lucas dejó Cádiz y piensa Epaminondas que acabó por Laponia, buscando las noches más largas. También opina que, aunque hayan pasado ya tantos años, Lucas debe seguir vivo porque los vampiros son inmortales.
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