Nuestra Semana Santa. Esa exaltación de la primavera, del color, de la música, de olores, de la flor, de recuerdos, pero también de fervor, oración, religiosidad, pasión, muerte y esperanza. Y toda esta apoteosis tiene en la calle su punto más cimero; en esa mezcla de gente, de nuestra gente, que tan bien exterioriza lo que siente; en esa juventud uniformada y de sentimientos cofrades; y, en medio de todo, tanta cara bonita llena de seriedad y respeto.
Calle expectante, que sisea, cuando el cantaor se arranca, para pedir el respetuoso silencio. A ese primer ¡ay! del saetero, el ruido y el murmullo se rompen, y sólo se oye el cimbreo del palio, sus varales y el tintineo de sus tulipas, la Virgen pasa despacio con ese cariño y mimo de sus cargadores. Sólo queda el tambor, mientras que en el resto de la banda que la acompaña hasta se respira suave y tímidamente para no quebrar el compás. Porque la saeta es también un misterio, misterio que es innato y único en este pueblo andaluz, como un hilo de amor, de sentimiento o de inspiración que se establece entre la imagen de Cristo o de la Virgen y el cantaor.
Semana Santa de Chiclana que lleva sellados en su alma marinera el arte y la labor de su mantilla y peineta, adorno y realce de mujer, que fundidos componen una solemne ceremonia, un añejo rito triunfal, crisol en donde se mezclan todos los aspectos estéticos en una composición delicadamente labrada y cuidada. Estallido de arte en el escenario de la primavera chiclanera y la Semana Santa como motivo primero, cuyo resultado final es sublime e inenarrable.
Una Chiclana cada vez más "semanasantera" que a los no nacidos aquí, pero tan cercanos como los de La Isla, nos congratula y llena de emociones. Porque ese corto espacio que separa a ambas ciudades está cada vez más difuminado o desvaído.
Algo tan tangible y notorio como que esas sillas y palcos de la carrera oficial en el presente año, según nos indica la prensa, casi han terminado por agotarse; sólo quedaban algunas sillas sueltas. O un Medinaceli grandioso y tan venerado que lució una vez más en su recorrido multitudinario. Muestras que son de esta Semana Santa cada vez más pujante e intensa en esta Chiclana joven y meritoria.
Tiempos que hoy corren tan poco acordes con el entusiasmo, afición y respeto que observo "desde mi cierro" en esta juventud chiclanera. Momentos difíciles como los que nos ha tocado vivir, con esa ausencia ya demostrada de seriedad y decoro que en gran parte queda paliado por tantos cofrades que la veneran y se sacrifican por su Hermandad.
Semana Santa para siempre. A pesar de tanto.
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