El pasado 6 de diciembre, día de la constitución, fue festivo. En diferentes reuniones de amigos me contaron la extrañeza de intentar ir al cine y encontrar una cola enorme en las taquillas, irreconocible desde hace mucho. Ni rebaja en el precio de las entradas ni estreno supertaquillero. Tampoco hacía mal tiempo que invitara a buscar refugio frente a los rigores climatológicos. ¿La única explicación podía estar en los comercios cerrados? No se me ocurre otra. Las puertas cerradas de los centros comerciales rebotaron consumidores desorientados que encontraron descanso en el cine. Ni el día radiante, con ese clemente sol de invierno capaz de calentar rostros y corazones, ni las luces navideñas ya encendidas al atardecer en el centro de la ciudad, consiguieron adeptos. Como hormigas desorientadas ante la puerta taponada de su hormiguero, los usuarios de centros comerciales vivieron la ansiedad de un día verdaderamente libre y no supieron qué hacer con su libertad. Me alegraría por el séptimo arte si no fuera porque me espanta la idea de que estamos cambiando tanto nuestro estilo de vida que una familia prefiere pasar un estresante día de compras en un lugar cerrado, con luz artificial, haciendo cola para pagar y los niños llorando encaprichados en mil cosas, antes que disfrutar de un paseo al aire libre en una tierra amable, con el otoño regalando días increíbles y luminosos, capaces de recargar las pilas a los más escépticos a poco que se dejen caldear las pieles. El sábado estuve en Sanlúcar haciendo una ruta de vinos y tapas. La gente se agolpaba en la caja de las grandes bodegas haciendo cola para comprar vinos a manos llenas, mientras las bodegas pequeñas permanecían desiertas, como si estuvieran fuera de ruta a pesar del trato directo, la explicación amable, la invitación a degustar productos directamente de las botas, el aire cargado de tradición… Nos estamos entregando. Mal negocio cuando preferimos comprar como borregos productos uniformados hechos en serie al otro lado del planeta, cuando hacemos exitosos solo locales reformados a la última, cuando copiamos estilos de vida ajenos que acaban con la identidad…

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