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Epaminondas incluye en su libro el caso de un Delegado de Equipo que estuvo en el Cádiz, en el Tiempo Libre y en el San Fernando. Era conocido como Capone. El sobrenombre le viene desde que estaba en el colegio. Un día aprovechó el recreo para hacerse con todos los lápices y bolígrafos de todos los compañeros de clase. En estas condiciones la clase no podía seguir. Tras esa hazaña su amigo Andrés Carlos le bautizó como Al Capone.

La figura del Delegado de Equipo es fundamental. Un equipo puede jugar sin entrenador, incluso sin varios jugadores, pero no puede comenzar un partido si no está el Delegado. Marino de profesión, Capone se había quedado en tierra y dedicó sus últimos años al fútbol, y fue el fútbol el que le dio la vida. Más que un Delegado, un Preparador Psíquico.

"Estuve a punto de tener un Ferrari", contaba a los jugadores. En una ocasión el barco en el que estaba atracó en Puerto Banús. Paseando por la ciudad vio un coche parado en un semáforo. Se trataba de un Ferrari espectacular. Capone se acercó a la ventanilla del conductor y le dijo: "Qué coche más bonito tienes, ¿me lo regalas?", y el del Ferrari le dijo que no. "Me llega a decir que sí, y ahora tenía yo un Ferrari. Por una palabra".

Su nombre era José Luis. Un motero de toda la vida. Su afición fueron las motos. Cuando tenía ocasión viajaba en moto hasta Santander, y a su querido San Sebastián de Garabandal. "Que yo no entiendo de fútbol", decía a los jugadores, "Yo solo sé cuándo hay calidad, y esto es calidad".

José Luis era muy importante para los jugadores de los equipos donde estaba, mucho más de lo que él creía. Buena persona, amigo de sus amigos, siempre estaba contento y contagiaba su alegría. Un grande. José Luis Fernández Bardales.

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