Turismo Cuánto cuesta el alquiler vacacional en los municipios costeros de Cádiz para este verano de 2024

Recuerdo la escena: ante una hermosa campiña italiana llena de ricas tierras cultivadas, James, un sacerdote indio que estudiaba en ese país, recordando la aridez de los campos de su patria y sus pobres cosechas, exclamó: "¿Por qué, Dios mío, por qué? ¿Por qué unos tanto y otros tan poco?".

Al escuchar a Camilo me vino, por asociación de ideas, el recuerdo de James. Camilo es un joven centroamericano que conoce bien la gran desigualdad que existe en su país y en otros vecinos. Hace poco Camilo fue a visitar a un enfermo en un hospital del País Vasco. Me contaba su conmoción al ver todo tan limpio y tan moderno, comparándolo con el miserable estado de los hospitales en Centroamérica. Pero lo peor estaba por llegar. Al repartirse la comida y ante la calidad de la misma, Camilo no pudo más: se sentó en el suelo y rompió a llorar desconsoladamente. Rápidamente se acercaron a él preguntándole si se sentía mal. Camilo me decía que no pudo explicarles nada. Que lo único que podía hacer era llorar y llorar, sin consuelo alguno. ¿Cómo explicarles que en su país la comida de los hospitales es casi incomible, y que los familiares que pueden deben alimentar a sus parientes enfermos?

Desde ese día Camilo no deja de preguntarse: "¿Cómo es posible que pase eso si el aire en una parte del mundo es el mismo que en otras; si la lluvia es la misma; si el sol es común para todos?". Camilo, sin saberlo, repetía la pregunta de James: "¿Por qué, Dios mío, por qué? ¿Por qué unos tanto y otros tan poco?".

Yo no tengo respuesta a tan escalofriante pregunta. Creo que no la hay. Tendrán que construirla todos aquellos que quieran cambiar su vida para que el mundo cambie. Pero mientras creamos la respuesta, defendamos la pregunta para que no la secuestren. Mantengamos vivo un "¿por qué? que nos inquieta y desafía. Que nos hace seguir siendo seres humanos. Y dejémosla en preciosa herencia a nuestros hijos y alumnos. Si la aceptan, su vida no será más fácil, pero sí, ciertamente, más digna.

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