Trajes de chaqueta, pies lleno de arena. Ríos de helado se dibujan por los codos de los niños arrojados a la calle bajo cuarenta grados de fervor. La Magna y el magma, que no están reñidos. La ciudad en erupción divida entre sillas de playa y de madera, bañada en gota gorda, estrenando lipotimias, disimulando la resaca. No importa si ayer se saltaron las hogueras en purita tradición pagana, si se quemaron los apuntes, si se apagaron los deseos volcánicos allí en lo oscurito, entre las columnas; qué importa cuando al día siguiente se cumple con gozo la penitencia de acompañar a lo sagrado bajo un infierno. Arde la ciudad sitiada entre creyentes, santeros y espectadores. Procesionan vírgenes y neveras de playa; se rinde culto a las evocaciones marianas y al tinto con casera y dos terrones de hielo; un espectáculo en la calle, otro en la playa. En las casas cae fuego y cada cual busca refugio donde quiere... O donde puede.