Análisis político

"Oye, ¿nosotros no éramos del partido?"

  • Desde ciertos déficits es sólo posible entender que los pizarristas algecireños estén intentando descabalgar al actual alcalde, Tomás Herrera, a favor de Angelines Ortiz, "una auténtica desconocida"

Recuerdo que, en los estertores del felipismo, los varguistas -seguidores de Ramón Vargas-Machuca, uno de los mejores políticos que ha dado la provincia de largo, y de Alfonso Guerra-, estaban desorientados cuando su líder abrazó las tesis de los turborenovadores Narcís Serra, Carlos Solchaga y otros, de orientación más liberal que socialista, en la pelea sucesoria. Se preguntaban unos a otros: "Oye, ¿nosotros no éramos guerristas?

En aquella ceremonia de la confusión, el varguismo, alternativa de poder al peralismo -afín entonces a Joaquín Almunia y a Manuel Chaves- en la provincia de Cádiz, se hizo el hara-kiri, y dejó el camino expedito a Alfonso Perales y a los suyos, que se convirtieron en dueños y señores del socialismo democrático gaditano.

En ese momento, cuando todo el mundo esperaba que pasara a cuchillo a los restos varguistas, Perales, que contaba con Luis Pizarro como primer lugarteniente en tareas de control de tropa -era proverbial su manejo del teléfono- y con José Luis Blanco como defensa escoba o Pepito Grillo con funciones de recoger a los críticos, tomó la decisión de integrarlos. Y arrancó con Rafael Román, el primer gran disidente del varguismo, y sus leales. Sólo se quedaron fuera de este proceso de reunificación socialista algunos de los generales de Vargas-Machuca, como Eduardo García Espinosa y Agustín Domínguez, por mencionar a los más importantes.

Sobre esta nueva estructura, el PSOE, con mejores y peores momentos, ha sido el partido más votado en la provincia, y ha ganado la Diputación con cierta comodidad, a pesar de la pérdida de respaldo en las grandes urbes gaditanas, sobre todo en el arco de la Bahía de Cádiz.

Sin embargo, ahora esa nueva mayoría está en vías de descomposición, a raíz de las diferencias surgidas entre el nuevo líder del PSOE andaluz, José Antonio Griñán, y el binomio Chaves-Pizarro.

Después de imponerle a Rodríguez Zapatero a Griñán como sucesor en la presidencia de la Junta, un Chaves arrepentido de su decisión -no le gustó que adelantara el fin de la bicefalia y mucho menos los cambios en su Gobierno, con la salida de los pizarristas Martín Soler, Antonio Fernández y Cinta Castillo- ha propiciado que Luis Pizarro y los suyos se hayan atrincherado en Cádiz -y también en Almería-, abriendo un frente antigriñanista más preocupado por futuros escenarios orgánicos que por los procesos electorales de 2011 y 2012. Y, además, ignorando que Griñán está afrontando una crisis económica mucho más decisiva en la actual tendencia que marcan las encuestas en Andalucía que los errores que le achacan en privado (les escuece especialmente la fórmula de mérito y trabajo por el efecto perturbador que tiene sobre las clientelas).

En este sentido, resulta evidente que el modelo sucesorio extremeño es mucho más modélico que el andaluz, sobre todo por la diferencia de la calidad de la lealtad que Juan Carlos Rodríguez Ibarra le ha rendido a su sucesor, Guillermo Fernández Vara. Y de la generosidad desplegada.

Sólo desde estos déficits puede entenderse, por ejemplo, que, aunque la ejecutiva regional y el propio Griñán hayan defendido hasta la saciedad que a "los alcaldes sólo los quita el pueblo" (una máxima que fraguó el propio Chaves tras la experiencia con Carlos Díaz en Cádiz), los pizarristas algecireños estén intentando descabalgar al actual alcalde de Algeciras, Tomás Herrera, a favor de Angelines Ortiz, una auténtica desconocida. O que sus homónimos jerezanos hayan votado en contra de la primera edil de Jerez, Pilar Sánchez, para evitar un apoyo unánime del comité local. Y eso que la Junta, en los días previos, situó por indicación del propio Griñán al jefe del negociado pizarrista en Jerez, Antonio Fernández, como presidente del Consejo Regulador del Vino de Jerez, un cargo muy bien remunerado, por cierto.

Todo esto, sin olvidar, los problemas que otros alcaldes están sufriendo por ser sospechosos griñanistas.

Esta estrategia 'a hierro' de Pizarro y los suyos está poniendo en peligro la Diputación, y está llevando a que una parte de su tropa se esté preguntando ya: "Oye, ¿nosotros no éramos griñanistas?; oye, ¿nosotros no éramos del partido?".

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