Para la basura, para llevar el mono o el bocadillo al trabajo, para sacar a pasear al perro, para pequeños mandaos o incluso para la comida o para un chapuzón rápido en la playa. Las bolsas de plástico, híper prácticas y versátiles, habían llenado nuestro mundo. Tanto que dicen que se han convertido en una amenaza para él por el peligro que representa en los mares y por la emisión de CO2 en su fabricación.

Incluso ha llegado a legislarse en pro de su erradicación, sobre todo en los hipermercados, los grandes distribuidores de este envase tradicional y ahora indeseable. El Plan Nacional Integrado de Residuos contempla su eliminación progresiva durante 2010 y su sustitución por bolsas biodegradables o de otro tipo de materiales. En los próximos meses irán desapareciendo de los establecimientos y de los hogares. Carrefour ha sido el primero y a partir de mañana se eliminan de todos los centros de la provincia.

La cadena francesa se adelanta así a la aplicación de la nueva normativa y ayer ofrecía las últimas bolsas de plástico. La alternativa es amplia, con ocho modelos, pero ninguno gratuito. Lo más barato, a cinco céntimos, son las bolsas de fécula de tubérculo similar a la patata (pero de uso no alimentario) y lo más caro, un carrito plegable de 6,3 euros, según explicaron fuentes del Carrefour portuense de El Paseo. Entre ambas, otras opciones de tela, rafia o nylon con distintos tamaños y precios.

La reacción entre la clientela resultó previsible: la mayoría conocía el cambio, pero no la fecha, y criticaba que el coste se repercuta en sus bolsillos al cobrar las nuevas bolsas. Pero, además, reconocen que es algo más que una mera estrategia comercial. Es un cambio de hábitos domésticos en un país que consume una media anual de 238 envases de este tipo, la tercera mayor cantidad de Europa.