SIEMPRE he dicho que no me gustan los fanáticos, ni siquiera los míos: son los primeros que se te pueden revolver en virulenta contra. Pero si fanático es aquel que defiende con entusiasmo ciego y desmedido sus creencias, como mal menor, prefiero a un fanático que a uno ataca con neurótica violencia las creencias de los demás. Al fin y al cabo, la violencia no es más que una manifestación de impotencia y falta de fe en las propias. ¿A éstos que nombre les ponemos? ¿Refanáticos? ¿Metafanáticos? ¿Contrafanáticos? ¿Cirujanos del COAC? ¿Templarios del Compás? ¿Sacerdotes de la Conducta Pública? Y en todo caso, ¿qué fauna de las dos es más abundante y cuál más inquisidora? Que un cuarteto pida el telón desesperado por la actitud del público es cruel. Pero también lo es que el mismo cuarteto haya servido como pretexto de la caridad carnavalesca para una exhibición de falsa solidaridad. Compañeros del cuarteto: no os han defendido. No ha habido intención de compensaros ni de redimiros. Ni siquiera de oíros. Y menos de contrataros. Sino de usaros como un dardo envenenado contra nosotros. En todo caso, nosotros hemos padecido más que vosotros las miserias de un Concurso en el que -yo doy fe- el éxito se hace pagar con más crueldad que el fracaso, especialmente por parte de determinadas familias carnavalescas que se tiran a este turbulento río nadando a favor de la corriente porque de otra forma no saben nadar. Si queréis volver el año que viene, preocupaos sólo de vuestro repertorio. Y no temáis, que no volveremos a coincidir en ninguna función. Os lo adelanto.