De poco un todo

Enrique García-Máiquez

Leyendo espero

Los políticos catalanes están de los nervios esperando la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Cuántos movimientos compulsivos, y qué rematadamente torpes. Torpísimos, porque están transmitiendo que sólo aceptan las reglas del sistema si sale lo que ellos quieren, y ya. Si no sale, habrán conseguido que una simple sentencia de ajuste normativo se convierta en una humillación inmensa al nacionalismo catalán en pleno. Y todavía más torpes, porque, si la sentencia saliese a su gusto, resultará plausible sostener que las presiones han resultado decisivas en última instancia. Con tanta histeria previa, deslegitiman al Constitucional.

Los que pensamos que España es una única nación, y sabemos (porque sabemos leer) que la Constitución lo proclama así, esperamos el fallo del TC con bastante más parsimonia, aunque sin fiarnos del todo por los precedentes, por la trascendencia del asunto y porque las connivencias y complicidades son muchas. Para entretener la espera, no dejará de venirnos bien una glosa de Eugenio d'Ors de 1920, recogida en el tomo I del Nuevo glosario en un capítulo llamado, muy significativamente, "Hambre y sed de verdad". Se titula "Farinelli. Anécdota", y cuenta:

"Había nacido Farinelli en las riberas de los lagos ticinos. A los veinte años, como su familia se obstinase en hacer de él un ingeniero, abandonó la casa. Llegando a Marsella, tuvo en su puerto un minuto de perplejidad, preguntándose adónde iría. Resolvió la cuestión muy sencillamente: iría adonde el primer barco que partiera. El primer barco que partió llevóle a Barcelona.

Después de vivir aquí algún tiempo en pobreza alegre y aventura, cayó el descuidado viajero enfermo de viruelas. Le libró del hospital la generosidad de un caballero barcelonés, padre de un su amigacho, acogiéndole a cama y casa, y vela y caldo de pollo, como a un hijo más. Mientras tanto, el padre de Farinelli, que nada sabía de esto, escribía carta tras carta, advirtiendo siempre: 'Mucho cuidado con los españoles. Los más honestos, unos bandidos…' Por expresa voluntad del enfermo, el longánimo protector abría las cartas. Abría las cartas, leía el contenido, se guardaba la colectiva afrenta. Cuando el mozo fue sanado y fortalecido, el español dirigió al italiano una primera misiva: 'He albergado a su hijo -le decía-, en trance de enfermedad contagiosa. Con los míos le tuve y como mío le cuidé'. Y agregaba, en una magnífica venganza de su patriotismo pinchado: 'He aquí cómo procedemos los españoles'.

[…] Si cuento aquello -remata d'Ors-, es para añadir que en ella encontró anecdótico origen la pasión loca por España, que ha animado, durante toda su vida, los estudios, la obra y la sentimentalidad de Arturo Farinelli".

Si yo lo recuento, es para recordar que la mayoría de los catalanes han procedido como españoles y lo han sido y sentido a lo largo de la historia, y ahora.

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