Hoja de ruta

Ignacio Martínez

El Papa, contra el muro

SUMERGIDOS en la frenética actualidad nacional, económica, política o futbolística, no le estamos dando en España la importancia que merece al viaje del Papa a Israel. He criticado a Benedicto XVI cuando ha pretendido pontificar sobre temas científicos para justificar sus posiciones morales, como su diatriba contra el preservativo en África. Y ya se sabe que en temas científicos el Santo Padre no es infalible. Tampoco la Iglesia Católica tiene una hoja de servicios muy impecable en la materia. Pero en asuntos diplomáticos son maestros. Y en este viaje del Papa, difícil como pocos, el Vaticano no ha escatimado esfuerzos y detalles, con acierto.

Vaya por delante, para quien no lo sepa, que la Iglesia Católica se opone radicalmente a la aspiración sionista de que Jerusalén sea la capital única e indivisible del Estado de Israel. Esto es así por varios motivos, entre los que están sus propios intereses. De hecho, en este viaje el Papa ha pedido a los cristianos que no abandonen aquellas tierras. La doctrina vaticana en la materia es que la ciudad santa de las tres grandes religiones monoteístas no debe estar en las manos exclusivas de una de ellas. Ni en manos fundamentalistas, añado yo, de mi cosecha. Este principio ha granjeado a los palestinos el favor de la jerarquía católica desde mitad del siglo XX. Claude Cheysson, experto arabista y ministro de Exteriores en los primeros gobiernos de Mitterrand en los 80, siempre ha sostenido que el principal obstáculo para la aspiración de Israel de quedarse con todo Jerusalén es la influencia de la Iglesia católica.

El Papa ha estado valiente y diplomático en intervenciones difíciles. Se ha referido al Holocausto como una atrocidad que avergonzó a la humanidad y que nunca debe repetirse. Para curar las heridas provocadas por la rehabilitación de un obispo que negó el Holocausto, Benedicto XVI visitó el memorial Yad Vashem para honrar a las víctimas de los nazis y reunirse con supervivientes de los campos de concentración. Como no es posible contentar a todo el mundo, ha habido quien ha considerado estos gestos insuficientes o fríos, dada la condición de alemán del Pontífice, que estuviera con 16 años enrolado en la fuerza auxiliar aérea al final de la Segunda Guerra Mundial o por la pretendida indiferencia entonces de Pío XII hacia la tragedia judía.

Pero vistos desde aquí, los gestos del Papa han sido muy oportunos. Ha condenado la destrucción de Gaza y el bloqueo que sigue padeciendo; ha abogado por la creación de un Estado palestino y ha pedido la paz en lugares sagrados de judíos, cristianos, y musulmanes. Eso sí, también ha criticado duramente en varias ocasiones la construcción del muro, que en su opinión intenta empujar a musulmanes y cristianos a abandonar aquella tierra. Ya ven que la diplomacia vaticana no da puntada sin hilo.

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